jueves, 30 de marzo de 2017

Restaurante Chino



Hoy estoy leyendo una Guía de Plantas y Flores, necesito poblar mi mente con imágenes para terminar una historia sobre las montañas. Ayer soñé que era padre de un niño inquieto, que a ratos lo recostaba en mi pecho y se quedaba bien dormido. Pero no soy papá de ninguno, más que de mis propios libros escritos entre el ocio y excelentes párrafos de hombres que ya están cargando tierra y laureles disecados en mármol.
Hoy por la mañana asistí a un plantón de ciertos salubristas que gritaban consignas y ordenaban la destitución de cierta ministra de salud. Me gusto el día soleado y ver aquel campamento de trabajadores hablando de todo, entre carpas y colchones sencillos tirados en las aceras o entre sus tiendas de campaña. 
Escribí esta nota errante como si estuviera escribiendo una carta para meterla en una botella y aventarla a la mar. Recordé, mientras hojeaba el libro, que en la casita de mi abuela materna conocí las fucsias y los geranios, las hormigas domesticadas por los corredores y el patio, las ordenadas estrellas y las nubes. En esos días mi madre insistía en trajearme como mi padre ausente, allí fue donde entendí que la corbata es un accesorio tan misterioso como la horca. Además de esto, siempre por las tardes me da cierta incertidumbre, bebiendo en un restaurante chino, de que alguien se dé cuenta de que en realidad no soy un escritor; pero lo olvido, o lo resisto tranquilamente, cuando visito el Facebook y me doy cuenta de la cantidad de muchachos que publican el mismo miedo.
Tal vez hoy sueñe, que soy un fantasma alado hecho de concreto, parado heroicamente sobre una tumba.   

martes, 21 de marzo de 2017

LO VISIBLE




 La demencia es la primera evidencia
de este mal.

El segundo, un síndrome de la escritura.
Cristo solo escribió una vez y fue en la
arena de un desierto.
Tal vez el nombre de Sobeida, Soledad o Sonia,
aquellas eran solo piedras que caían sobre otras piedras.

Esas caras serias de eruditos
a misma distancia emocional de las
carcajadas cínicas
con todo y la sensación de un crimen.

Las manos manchadas de tinta roja.
El corazón latiendo
como si una mano malabarista
lo sacara de su eje.

Hemos vencido desde ya
has peligrado entre lo visible.
Invisible la voz y el mundo fue hecho.
Si Dios fuera ciego habría inventado mis rugidos.
Invisible el reloj y el tiempo y la mano que lo suspende.
Invisible la luz y la sombra visible
la fe
el cielo y el infierno
invisible tú y tus mandamientos de jade imaginario.
Invisible el perdón y el abrazo
la gloria
la lucidez y la justicia.

El color de los ojos de la realidad
que por mucho que sea evidente no se ven.

martes, 14 de marzo de 2017

Diálogo cóncavo y convexo.




Diálogo cóncavo
y convexo.

- Soñé que te ibas con otra -dijo ella, mientras se hacía una cola enfrente del espejo.
-Qué curioso, recuerdo que eso mismo me dijo mi exnovia, un día antes de conocerte Darling- respondió, viendola desde su espejo.
-¡Bromista!
-La verdad, yo también soñé que me dejabas por otro -dijo él, con espuma de afeitar en todo el rostro-. Pero no te lo dije antes porque me pareció un argumento de algún cuento de Borges. Pensándolo bien, lo interesante sería que los soñadores fueran los reales.
- ¡Mucha tele! -rio ella, ya pintándose los labios de un rojo estridente.
-Sí, pero eso solo se sobreentendería al final -apuntó él, frente al espejo, cortando con rapidez la última línea de espuma de la barbilla.
-Ya solo falta escribirla y que el lector sea el soñado -terció ella con una gran sonrisa viéndolo de reojo desde su espejo.

martes, 28 de febrero de 2017

Sweetness follows-



Cualquier historia que se cuente se dirá que solo puede uno contarla parcialmente. Se necesitarían cientos de ojos para narrar la vida de un solo ser humano. Dicha esta advertencia, no me convencen algunas novelas clásicas, creo más en las historias por contar, y que como siempre son de gente alrededor. Esta es solo una mirada superficial al viejo Jacobo.
Cuando lo conocí yo todavía bebía casi a diario, y más justo sería decir que solo me mantenía sobrio un día a la semana. Él era un señor ya canoso y de porte sencillo, que vivía de vender heladitos artesanales de diferentes sabores, que preparaba junto con su mujer (una señora mucho más joven a la par de él, quizá unos treinta y cinco años menos). Al viejo Jacob se le miraba lo buena gente que era, siempre nos regaló topogigios a mí y a mi compañera, pero lo cierto era que también tenía una debilidad: un gusto incorregible por la cerveza barata de los restaurantes chinos. Eso, me dice él mismo, fue lo que orilló a la mujer a tomar a sus hijos una mañana y largarse lejos sin decirle a donde iba.
Él se quedó solo. A todos nos dijo que su mujer se había ido de vacaciones, hasta tres semanas después que me confesó que la corona de su vida se había ido de una vez por todas, luego de advertirle antes de un año que dejara de llegar todos los días a las dos de la mañana.
Vendió la refrigeradora cuando se dio por vencido que estaba en la ruina moral y que iba a serle difícil hacerla volver. Mi compañera lamentó que ya no íbamos a tener helados de coco a las diez de la noche. Yo recordé cuando probé aquellos helados, que tenían toda la gracia de los años ochenta y el raro gusto de poder estar sobreviviendo un nuevo siglo. Era cierto, los hacían entre los dos y cuando ella se fue, a él se le cayó el mundo. Lo cambiaron de cuarto a uno más pequeño. Le perdonaron dos meses de renta y de llegadas tarde. Me cuenta a veces que recibe mensajes de su mujer que quiere llegar a verlo, pero él tiene miedo que lo vea sin pisto. Allí, amontonados en su cuarto tiene todas las cosas que dejaron los niños. Puedo ver un zapatito perdido por allá.

Conserva el buena humor de sus veinte años, aunque libra una lucha diaria contra la mala soledad de viejo, que apacigua con amigos intermitentes en las mesas de los restaurantes chinos (que ya lo tienen chino, dice él), pero no puede dejar, ni por un solo día, de saborear el lujo de la cebada y lúpulo, es decir, lo amargo.

MIAU!





No me pasa todas las noches, solo algunas de luna llena. Está, en particular, volvía en largo pensar y pensar las horas, ya cuando estaba arropado en medio de la cama. La penumbra variaba según las nubes tapaban la luna. Yo pensaba en cosas simples, en objetos trascendentales, miraba las cosas en bulto y con distracción. Nada era definido, y podía hundirme en el almohadón de gato que tenía bajo mis patitas. Pensé, así, sin estar del todo consiente de la decisión,  que no era conveniente subir las gradas a la terraza, subir al techo a mirar la luna. Ahora solo tenía fuerzas para cerrar los ojos he imaginarla, sentir el aire frío y húmedo y la tensión de una noche en aparente calma, hasta que se oyera un quejido y luego el llanto sostenido de un niño recién nacido, un choque de automóviles si era fin de semana, o el hablar casi en murmullos engolosinados de dos amantes, que aun solos, secretean entre sí, luego de hacer el amor.
Desde allí, podía sentir la quietud, cerrar los ojos con libertad y ver otros mundos imaginarios, escenas de cuentos y novelas que jamás escribiría, cosas enormes y diminutas, cantidad de rostros conocidos y desconocidos, pero sobre todo, el detalle de cada imagen imaginada, tan real aunque no fuera real. No se cómo decirlo, no estoy acostumbrado a pensar tanto. El fragmento más mínimo en mi mente, pero sobre todo estar consiente que había cosas que escapaban de mi control, aparecían con nitidez fuera de mi voluntad. Todo eso, pensado en absoluto silencio, con la luz ya apagada, antes de oír el primer enredo, imaginar sus ojitos nerviosos atentos a todos lados, consiente de su error, sin poder remediar ya nada, asustado.

Luego otro ruido después de exactamente el mismo tiempo en que yo empezaba a ignorarlo, otro enredo, el golpe de una cucharita contra un platito de plata, el ruido dulce de algún empaque plástico, silencio, la luz por la ventana, la luna llena alumbrando al ratón que piensa escapar de un salto, soltar un grito, que no puede, se asfixia en el horror. Luego, juego con él bajo la mesa del comedor, hacemos lo que tenemos que hacer, él se hará el muertito y yo me lo trago.

martes, 20 de diciembre de 2016

--Algunos garabatos que se vuelven letra de vuelta--


1.-Ulises: por ser más poesía que narrativa es mil libros. Las mil y una noches. Una vida común.
2.-La clave del libro es la misma que en Cien Años de Soledad: los judíos, la biblia, y la épica. Homero solamente en el primero como aglutinante clásico. La estética.
3.-El libro se puede y se debiera leer en voz alta, es musical.
4.- En el Ulises uno, al leer, se puede equivocar si que nadie se de cuenta, es más: se le puede agregar, sin que nadie lo note.
5.- Lo que da risa en este libro, ladrillo, es entender que un libro tan célebre tenga errores tan evidentes que te sacan la risa.
6.- Me levanto con dolor de cabeza por tanto rebote de palabras, es un libro martillo, martillo para martirizarte, mártir.
7.- Me atreví a comer riñones de cerdo (tienen un parecido al hígado frito).
8.- Cada capítulo representa un color, un órgano, una aproximación a la Odisea, pero eso ya lo saben todos.
9.- Un libro-risa, es un libro que dura un día en la mente de un hombre, y se lee, en el mejor de los casos en un mes, se vuelve a él siempre y los críticos (animalarios curiosos), han tardado años en explicarlo.

EL CHICO DE LOS OJOS ARCOIRIS



Todo el tiempo he estado huyendo de mi esencia y me he preguntado por qué soy así como soy, que debiera ser diferente. Yo soy el primer sorprendido insólito que no me entiendo. Estoy constantemente sintiendo algo y pensando lo contrario. Alguna vez en solitario me he sentido completo pero extraño estar con los demás, entonces leo poesía o leo novelas, cantidades de historias de los cinco continentes, incluso alguna vez me senté a enumerar los escritores que he leído de país por país, de Alaska hasta la Tierra de fuego, del estrecho de Gibraltar hasta Tokio. Prometo cosas que luego no cumplo, cumplo cosas que nunca he prometido. Estoy buscando una solución pero a ningún problema, ya que yo soy en esencia algo que desconozco. La vida tiene mala memoria, pero el tiempo no. El tiempo, puedo aventurarme a decir, es inevitable, pasa pero no pasa. No estoy jugando a ser sabio, lo juro, me rio de lo que pienso, pienso mientras me río. La alegría le encanta a la vida. Yo confieso una tontería, que la vida está viva y tiene un nombre. Quisiera tener una palabra para ella, ella que me ha dado tantos dolores sabrosos y alegrías amargas, en fin, esta contradictoria manera de ser yo. Yo no soy la vida y la vida pretende ser yo. Ella me nombra mientras mi boca la niega. Es amor del bueno esto. Que la vida este muerta, como parece, escondida me agrada, como me divierte un dios invisible y todo poderoso, inmutable, es decir que no cambia, que por lo menos un día se rebele y nos diga quién es y se dé a buscar las cámaras de los noticieros, no, él es como la vida, se esconde a plena vista. No soporto mis inseguridades, por eso sueño que vuelo y que viajé volando de un edificio a otro, que me paro en un muro altísimo, cómo decirlo, realmente cuando veo para abajo siento el vértigo. Entender que es un sueño, que es otro idioma y no comprender que si me tiro no me mato. Volver del sueño a la vida, de la semimuerte a la realidad. Las palabras no son enteramente lo que pienso. Pienso en imágenes, hablo en palabras lo que veo. Quién supiera otros idiomas como el del aire entre las cuevas.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...