miércoles, 6 de abril de 2022

Hebreo y Mujeres

I Como si el Sombrerero Loco nos diera las reglas, el Hebreo se lee (y se escribe) de derecha a izquierda. Tarda uno en aprender que es un idioma fácil que solo tiene 4 tiempos verbales contra los 16 del castellano. Extraña que las vocales se escriban debajo de cada consonante y con la práctica sea eliminada su escritura, ya que se sobre entienden. Algunas consonantes pueden volverse vocales con un solo punto y cada letra puede ser naturalmente un número. La primera letra es Aleph, y contrario a lo que uno pudiera creer no es una A, sino una H, y no es muda, es silenciosa, y le ponen enfasis en eso de que construye las palabras "papá" y "mamá". Ahora lo complicado, para mí, es el correspondiente sonido de cada consonante con su vocal. Ya veremos más adelante. - - II Cuando pienso en la mujer me vienen a la memoria libros enteros de poesía escritos por jóvenes enamorados. Los poetas buscaron en sus musas de tierra y agua la voz particular de las estaciones de la mujer. Cuantos cuadros famosos y anónimos sobreviven con el rostro divino de una mujer sagrada para el artista. Desnudos de Velásquez o de Gaugin, versos escritos con pinceles de color como en el caso de La Maja Desnuda. La mujer ha sido ideal de belleza, pureza y de santidad. Algunos poetas como el sensual García Lorca escribió poemas hermosos confundiendo la geografía con la anatomía, no fue el único, también su amigo del alma Pablo Neruda escribió sin pudor sobre los pechos y pubis con una gracia deliciosa que nos alimentaba el alma de un sagrado sabor a hembra. La verdadera historia de la mujer, esta muy lejos de la adoración que les entregaban los artistas. Desde tiempos indocumentados se ha dejado a la mujer del lado del hogar y los oficios domésticos. En el libro del Génesis es Eva quien sucumbe a la seducción, y hace dudar a Adán. De ese hecho en adelante la mujer es símbolo de pecado. La cultura Hebrea no dejaba que la mujer enseñara ni estuviera en cargos públicos. A través de las escrituras antiguas vemos que los poetas han idealizado en contradicción con la realidad a las mujeres hermosas. Nefertiti, Helena de Troya, o Cleopatra tenían en común una belleza sobrenatural. En el caso de muchas mujeres hermosas eran a la vez, crueles como el caso de Lady Bathory, una de las más desproporcionadas de la antigüedad, sádica, cruel y trastornada, mato a muchas jóvenes porque creía que bañándose con su sangre nunca envejecería. En el siglo XX la mujer se libero a si misma, basta citar el libro Le Deuxiéme Sexe, de la filosofa francesa Simone de Beauvoir, que libero la mente de muchas mujeres y adolescentes. Este tiempo es de las mujeres por dos razones importantes. Porque es el tiempo del desorden, y porque también el mismo hombre se ha limitado y relegado a otro plano, el plano del desencanto. El hombre idealizado por Charlton Heston en los coliseos romanos, o por Marlon Brando en las ciudades ya esta más que desmentido. La cortesía del varón de antaño que le daba el lugar a las mujeres o les abría con elegancia la puerta del automóvil ya, en estos tiempos, hasta lo hacen ver ridículo. El romance con el que un caballero enamoraba a su amada era memorable. Las jóvenes de hoy suspiran cuando ven a un Valentino o a un Newman loco de amor. Pues en sus escuelas el galán fuma marihuana y se emborracha para parecer hombre, mientras Rick en Casa Blanca se traiciona a si mismo por la felicidad completa de su amada. Este es el tiempo de las mujeres, y las latinoamericanas están a la cabeza con creces. La mayoría son madres solteras que han logrado reconocimiento en sus trabajos diarios mundialmente. Estadísticas de organizaciones internacionales han dado estadísticas de la lucha de la mujer latinoamericana. Aún sin el apoyo de los gobiernos ni de sus propias familias, las madres latinas logran, a costa de sacrificios darles a sus hijos educación. Muchos grupos sociales de izquierda se apoyan en esto para atacar al capitalismo y a injusta repartición de la riqueza en los países del tercer mundo. La BBC soltó el dato luego de constatarlo en los respectivos aparatos de información de Guatemala, son 350 mujeres asesinadas en lo que va de este año. La foto muestra a dos niños llorando sin resignación ni respuestas a los que les hicieron esto a sus madres, la abuela los trata de consolar contra su tristeza con una mirada de indignación. Son muchas más mujeres si miramos el conteo desde el año 2001. Es un fenómeno que no solo sucede en Guatemala sino a lo largo de Latinoamérica donde los gobiernos están ocupados en darse la gran vida, y depositar millones en la bolsa de New York que olvidan los más básicos preceptos de la constitución. He visto una foto, en contraste, de una Iraquí con un arma, es parte de la policía de su país y tiene permiso de portarla, pero estoy seguro que muchos caballeros que se han atrevido a golpear a una mujer lo pensarían dos veces si este fuera el caso de las guatemaltecas. - - III Ayer conocí a una poeta que estudia hebreo y griego, muchas lenguas muertas para una boca tan viva.

NO ENTENDER NI JOTA

El idioma español, con toda la historia que lleva en las entrañas, es mi lengua materna. Un idioma dulce y armónico, musical, que al tiempo se fue volviendo caduco por la televisión por cable. Pero del que he aprendido mucho, incluso hasta dudar de él, incluso hasta cuestionarle sobre todo que haya una agencia policíaca llamada La Real Academia. Todo sea por la pureza del argot de un latín vulgar que empezó a cortar en rebanadas, los árabes primero y luego, en países americanos, los gringos. Todas las variantes de los acentos hablados en todo el territorio hispano son graciosos, no de ser chistosos, sino persuasivos. El idioma ingles fue permeando los años noventas con la música rock de Seattle y las nuevas palabras que se iban adhiriendo al lenguaje de la computación y el Internet. Un idioma imprescindible, sí, pero también un idioma desechable como la mayoría de exportaciones gringas. En cambio el francés, idioma armónico pero preciso, lujoso para brillar en los cócteles o en San Pedro la Laguna cuando a uno se le acaba el pisto; idioma lleno de glamour cultural, llamarada azul de lecturas fundamentales, luz de la mente en la ciudad luz. Que por cierto, sinceramente solo me ha servido para poder leer a los del boom y no tropezarme con cada una de esos afrancesamientos que tanto odian los que aman el idioma puro, que por cierto, ya no existe. Dos meses estudié Quiché. Solo me dio tiempo de leer el Popol Vuh y hacerle preguntas al maestro; eso y darme cuenta que los pueblos ancestrales tenían una gramática intensa, eso y darme cuenta que es difícil hacer un sonido con la lengua y el paladar, eso y saber que hay que respetar esas etnológicas sonoras, hasta en las tortillerias. Pruebe y verá. Ahora estudio ruso. De primas a primeras, me parece un idioma inventado por un adolescente que no quiere que nadie descubra lo que le escribe secretamente a la vecina. Esos ideogramas que yo o que otras y otros han inventado. Es más común de lo que uno cree, eso es el ruso a primera vista. Suena recio, suena grave. Es un idioma crudo, pero escrito de una forma divertida. La P es la R. El signo de Pi, es la P. La A es la D, claro que no es una A como la conocemos sino más estilizada. A no entender ni j de algo, en fin.

In Memoriam Luis Morales Guichito.

Hay un personaje llamado Cuellar en la novela Los Cachorros de Mario Vargas Llosa, que luego de un hecho traumático de la infancia, empieza a vivir una vida acelerada, al punto que termina muriendo en un accidente en su propio automóvil. La velocidad con la que se narran todos los hechos, dan una idea de la pasión y también desesperación con la que le urge vivir todo, que en suma, lejos de la imagen brillante de rock star, es evidente el enfado y la insatisfacción de las circunstancias del entorno. No está conforme y, a falta de una válvula de escape como el arte o alguna otra distracción humana (como la de formar una familia y tener hijos), encuentra en el riesgo su definitiva protesta. Yo mismo y muchos de nuestra generación vivíamos a fast motion entre los noventas y principios del dos mil. Fue en 1997 o 98, que se graduaba un amigo, que por cierto no había visto desde hacía mucho tiempo. De una acera a la otra me grito que lo acompañara a celebrar. Muchos otros, también del famoso Ciudad Vieja estaban allí en La Caseta de Don Robert, en un semi-sotano del Geminis 10. Nunca más, gracias al cielo, he visto un reducto tan generoso como ese en esos años, junto con el mítico Café Oro, eran un hervidero de amistad. Yo trabajaba, en una agencia pequeña de publicidad e impresión digital en el Topacio Azul, de donde me fui escapando los fines de semana a esa playa de bohemia en los arriates. La moda era llevar una botella de cerveza en la mano. Este amigo era un alma libre y desbocada que, luego de algunos años, después de conocernos en la zona 5, en el grupo Scout, de donde lo recordaba por su facha intacta como salido de su primera comunión; al encontrarlo ahora, exaltado por los Doors y Cia, y todos los licores posibles e imposibles, no lo lograba reconocer. Ahora el bien portado era yo, pero no iba a ser por mucho tiempo, ya que trabamos de nuevo amistad y fuimos a conciertos, como el de Héroes del Silencio y nos llenamos de lodo hasta las rodillas en el antiguo terreno de la Plaza de Toros. Semana Santa era la más pagana y aquel se iba desde el lunes a la sagrada Panajachel. Yo tenía que esperar los miércoles a medio día para salirme del trabajo y tomar un bus a la gloria. Lo encontraba el jueves feliz, en una mesa llena de desconocidos que ya eran sus amigos, impulsado a todos a beber con manguera, de dos tragos esos litros que antes nos parecían interminables; todo en esas carpas improvisadas de la Gallo en la calle Santander. Eran los noventas y se nos fueron de las manos tan rápido como la moda Grunge. Claro, qué hombre no las tiene, había amargura, cosas irreconciliables que, como yo, llevábamos en una bolsa familiar. Me las contó mucho después, esas cosas personales que nos hablamos, como amigos y hermanos, ya cuando los dos habíamos tocado fondo y tomado aire, ya cuando por azares nos encontramos de vecinos trabajando por todo un año en la Antigua, aquel en Claro y yo en una escuela en las faldas del volcán de Agua. Fue en esos andares cuando jugábamos a la ruleta rusa con los mezcales ilegales del Café No Sé. En una de esas también tuvo un accidente, no tan grave en su moto. Luego nos reíamos viendo películas de Woody Allen que era de su predilección y hablábamos de Kurosawa, que para mí era mejor. No le podía contradecir porque se volvía una máquina de argumentos. Aquel había estudiado teatro. Era bueno. Tuvo como maestro a Herbert Menéndez. No sé si antes o después, había estado estudiando cine en Casa Comal con Julio Hernández Cordón como maestro. Pero el teatro fue su fuerte, y lo desarrolló con más gusto en la comedia. Allí si nadie le ganaba. Escribía poesía, y si, era tan carismático que se hacía amigo de todos con los verdaderos códigos de lealtad. Sé que nada de lo que trate de escribir recuperará la vitalidad de algunos recuerdos. Estoy escribiendo en tiempo pasado y me parece una mala broma escribir así de un cuate que tenía tanta vida por delante, tanta ganas de chingar, como decimos. En Facebook hay una lista de amigos y conocidos diciendo “hasta pronto”, contando como yo las anécdotas, la velocidad a la que viajamos. La red social del absurdo, porque no acepto, tanto como cuando murió mi hermana, esa realidad. La larga lista de fotos, comentarios de hace apenas unos meses, el crash de la luz y la imagen, la contraseña que solo él sabe para escribir de nuevo: Break on trough to the other side Break on trough to the other side Break on trough to the other side

Naranja Mecánica

Hace poco, a principio de año, me interesé de una forma curiosa en el estudio de algunas palabras rusas, porque no fue un estudio del idioma en alguna academia, sino revisar las formas básicas de un saludo y, tal vez con el tiempo, como siempre pasa, ya empezaría a mostrar más dedicación. Tal vez me interesó su escritura, pues de primera mano me gusto la contradicción de las letras con nuestro abecedario, y en segundo plano el parecido juguetón con algún abecedario que yo inventé para escribir un diario en alguna época de la cual ya no quiero ni acordarme. Todo esto lo recuerdo ahora que voy viajando en la página 61 del sexto capítulo del joroschó libro de Anthony Burgess La Naranja Mecánica. No sé cómo le habrá ido a otros besuños, pero por lo menos en mi caso odinoco, haber empezado a estudiar ciertos giros del cirílico me ha dado la introducción posible para disfrutar de esta schaica terrible de vándalos. El idioma que propone Burguess es el nadsat, una suerte de mix de ingles y ruso, y que logran una sonoridad increíble en algunos párrafos muy parecido al giglico cortazariano. No abusa de las palabras rusas, las inserta, como lo he notado particularmente, en los momentos de mayor tensión y en algunas descripciones de sus personajes, todos sórdidos y humeantes, todos nocturnos. Pero la traducción que hace del ruso es el sonido, no la forma exacta de su escritura. Por ejemplo Joroschó es el sonido de хорошо, y lo demás es el estudio de la pronunciación de cada letra, que, como el griego, se escriben con signos que no son tan familiares en este hemisferio. Hasta donde voy ya puedo decir que es uno de esos libros a los que uno debe regresar cada año como si fuera un viejo y gronco amigo. Salú pues, con moloco-plus.

Crónicas de Covid-19 (Los Rusos)

* I * A este hotel se han venido a hospedar muchas personas que pernoctaban en la calle. Han puesto una gratificante tarifa de emergencia, que además tiene una hora de entrada extraordinaria por el toque de queda. Estamos en la zona uno de una Guatemala bloqueada. Son de diez a quince personas, la mayoría desempleados varones, y humildes señoras sin casa. Todos se sientan alrededor de un gran salón que, en otra época, era un templo de los Testigos de Jehová; y así esperan el momento de ir por su colchoneta. La primera tarde, el joven encargado, un muchacho del interior, que ha tratado de resistir lo que ve, y trata de disimular el embarazo que le causan los insólitos clientes, dio algunas instrucciones sobre la forma de convivir en el lugar. Y es que además de estos clientes, hay inquilinos permanentes en un segundo nivel. Sentados en el mero suelo no desesperan sobre lo fresco, ante esa ola de calor que azota como nunca el territorio. Varios se acuestan completamente y usan sus mochilas o bolsas de almohada. Otros juegan naipes, oyen radio por sus teléfonos móviles, bajo el alto toldo de láminas de fibra de vidrio. Todo esto sucede a las cuatro de la tarde, cuando ya se van oyendo las sirenas de los pic-up Hilux. Pero esta gente pareciera estar muy calmada y resignada a todo, así que ya saben cuál es su lugar en la cadena alimenticia de este régimen de consternación reinante. Hay, entre ellos, una pareja simpática de una adolescente que es celosa, junto a ella, está sentado un joven de unos treinta y cinco años con el pelo enmarañado y largo, aretes en cada oreja y unos tatuajes de espinas que atentan a ser enredaderas en sus brazos blancos. No hay mañana tarde o noche que no peleen por insignificancias. Cualquier motivo es bueno para ello, y luego reiterar sus reconciliaciones de la forma más cómica, acostándose juntos, mientras entra la noche por los grandes baches llenos de estrellas y luna, que deja la plancha que ahora es techo. Otra pareja, no menos incauta y exhibicionista, es la de un hombre ya entrado en varios años, ya de unas siete décadas, con una pequeña que debe tener muchos deseos de llamarle papá cuando todos en el salón caen, limpiamente, en los brazos de Morfeo. Se besan como si tuvieran menos de catorce los dos y hacen el amor sin esconderse de nadie, habituados tal vez a celebrar el silencio aparente. Se oyen primero los quejaditas de ella y luego los bufidos del señor, hasta que ya es evidente el embate de sacudidas bajo las chamarras llenas de placer. II También hay los solitarios, como ese hombre de unos ochenta años, que, al quitarse la camisa para ir a lavarse, se le vio un inmenso y protuberante tubérculo, con toda la forma de una cabeza de bebe, entre el pecho y el abdomen. Era algo deforme, pero como él era el que menos le ponía atención a su deformidad, pocos lo notaron. Hay una mujer que habla de que en el Parque Central hay bombas por estallar, y me interrumpe cuando leo atentamente mi libro de la Guerra y la Paz; es una señora de unos sesenta años muy interesante cuando empieza a hablar de sus aventuras adolescentes, pero que luego uno nota algo lamentable en su conversación: la paranoia. El otro señor, ya muy golpeado por el tiempo, se mantiene durmiendo la mayor parte del día, ya no digamos por la noche, que apenas come, y bien parece un cuadro de una depresión del tamaño del planeta. Todos de alguna forma le han visto seguir durmiendo en las bancas que están a la par de la Catedral Metropolitana. Cuando uno le pregunta qué hace, el responde “luchando por la vida”, y podría ser cierto, aunque a algunos les cause una carcajada inmediata, ya que a mí me contó que está pensando en el suicidio. Claro que, con la paciencia que se está tomando lo del suicidio puede que se le adelante las emboscadas de la vida. La muerte natural es ya por demás un designio con esta pandemia casi intelectual. Hay dos señores que son hermanos, también entre esa edad que los franceses tienen la gracia de llamar quatre-vingts. Ellos venden dulces en las camionetas, pero ahora que los buses están en paro por las prevenciones del gobierno, no sabemos dónde diablos los venden, pero los venden. Son ellos, por separado, un señor que fuma todo el tiempo; hasta podría decir que fuma cuando se acuesta y fuma cuando se levanta de dormir, quizás su pesadilla sea dejar de fumar, o que no haya una cajetilla en toda la zona 1. El otro, muy evidente su fallo mental, su graciosa forma de seguir siendo un niño ante su facha de octogenario, sin embargo, son esos dos viejitos los que le pagan el hotel a una pareja de adultos hechos y derechos, que bien debieran ser ellos los bienhechores de esos dos necesitados ancianos.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...