sábado, 21 de diciembre de 2019

POEMA DE LA MANO

Poema de la mano


el pulso de la muñeca
mueve mi mano
de lejos una nube
hace un recorrido temporal
bajo el sol ella sola se siente actriz
mi pulso es preciso en tu espalda turquesa
solos mis dedos con sus huellas digitales te apresan
y hacen rotar en el centro de tu cintura
una nube que se vuelve pájaro
y te pinto el rostro de nuevo
el ojo en el ojo
la boca y el beso
antes que las libélulas se detengan
y te digan al oído las groserías
que quiero hacerte
antes que las lineas de mis manos se vuelvan tus venas
y la nube se vuelva a ir
bajo el sol
ese sol de invierno navideño que
derrite tu hielo
y a dejado tu pechos manchados de ese azul del cielo
tanto oxigeno de tigres nevados

Creo en Santa





Creo en Santa
Yo fui el impertinente que le dije a mis sobrinos que Santa Claus no existía. Me pasé de listo. Ayer tuve la certeza de que en el Polo Norte un gordito en camiseta y la barba marxista estaba empacando nuestros regalos. Hasta puedo asegurar que ninguna de las historias que se han contado es falsa.
Santa Claus existe y es tan cierto que hasta le voy a dejar un vaso, no de Coca Cola, sino de leche y galletas de chocolate, para que no se le suba la presión. A esa edad ya debe ser incomodo hacer un viaje alrededor del mundo en condiciones tan tremendas como un trineo.
Hasta hice mi carta, y en la primera línea le pedí disculpas por andar pregonando que no existe. Recordé esa bicicleta y el saxofón que yo le había pedido en dos ocasiones cuando mi abuela vivía y nos íbamos a la sexta de compras, y encontrábamos tantos santas repetidos, unos más flacos que otros.
Todo esto lo cuento, mientras oigo el saxofón de un Santa en la sexta. Yo sé que Santa se lo quedó, con tal de que no me decepcionara, al darme cuenta que era imposible que yo tuviera el oído de Charlie Parker. Lo de la bicicleta, lo cumplí cuando ya pude ganar algo en un centro comercial.

                                                                                                            

jueves, 5 de diciembre de 2019

Aun son tiempos recios // Vargas Llosa en el Teatro Nacional





La noche del martes salí del Tauro con un triunvirato de litros de cerveza en el pecho ingobernable y la posibilidad de ver, aunque sea de lejos, a uno de los sobrevivientes del boom latinoamericano, laureado con el premio más anhelado por todos los que intentamos borronear papeles. Y es anhelado porque con ese premio se acaban las tediosas y largas filas para todo, incluso para el amor.
Allí estaba el teatro más excéntrico del mundo, y de hecho el escritor ya había empezado su conversatorio. Yo llevaba una fe insólita de que iba poder pasar, aunque no me hubiese registrado el mentado sitio de internet.
Y así fue, una voz dulce de aeromoza espacial me dirigió con su sonrisa a la taquilla, donde democrática y afortunadamente me dieron la entrada sin verificar ni siquiera mi mirada clandestina.

Habían habilitado el nivel más alto y hasta allá me senté, viendo a Vargas Llosa como si no fuera él mismo, sino otro idéntico del tamaño de mi dedo meñique. Ya discutía sobre cómo empieza siempre alguna de sus novelas con una idea desdibujada, que va tomando forma conforme se investiga sobre el tema. Sonaba muy calmado, dueño absoluto de su presencia. Se extendía sin demora en el relato que ya tantas veces había escuchado (y leído), sobre cómo en algún punto de la novela los personajes toman control de todo, y la historia se escribe sola entonces, con la autonomía tan imperativa que puede volverse otra incluso diferente. Ya lo había dicho William Faulkner en una entrevista de Georges Plimptom, y dicen ellos dos, que es el momento más poderoso y mágico de la creación literaria.

II
No sabía que un argentino iba a estar en el conversatorio, pero si estaba seguro que Francisco Pérez de Anton iba a participar.
-          Por qué, me preguntó un amigo.
-          Pues porque ya lo sé de sobra, que la editorial de Vargas Llosa en Latinoamérica iba a necesitar de la primera luz liberal de un escritor de clase alta.  
Este entonces, muy considerado desde su posición de pierna cruzada a la europea, le preguntó, que de dónde el título.
-          Me había costado mucho llegar al título –respondió Vargas Llosa –hasta que leyendo una carta de Santa Teresa de Ávila a una amiga suya, encontré que decía “…estos son tiempos recios…”. Y listo, allí estaba.

Entonces yo reflexioné el curioso dato, que Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, la fundadora de las Carmelitas Descalzas diera el título, que luego Llosa desdibujo más todavía en su conversación hasta llamarla en broma: tiempos revueltos.
-          Cuando hablaste en una entrevista “…que hay que investigar mucho para mentir con conocimiento de causa…” hubo una discusión equívoca entre algunos colegas guatemaltecos que se molestaron.
Vargas Llosa respondió con una breve semblanza de su libro La verdad de las mentiras, y una frase de Picasso “El arte es la mentira para llegar a la verdad”.
Nos contó, como si estuviera en el café de la esquina, con una calma flamante, que en la Edad Medía los clérigos se dieron cuenta que las novelas todas eran un juego de artificios y mentiras, que la muchedumbre leía deseosa, porque preferían vivir en la atmosfera de la historia allí contada, que en el desesperado mundo feudal. Pero además dijo, que cuando “…un lector lee una novela y no la cree, esa novela está muerta y enterrada…”, dando a entender que él a veces le quitaba eventos a la realidad para hacerla creíble.
Es curioso que Vargas Llosa sea tan sincero para decir delante del público expectante, que al principio no tenía ningun interés por Arbenz. Y, que se preguntaba con irritación:
“¿Por qué no reaccionó?”
“¿Por qué no se fue a la sierra a combatir?”
Pero con la investigación de varias fuentes y la lectura continua cada vez Arbenz se me presento como simpático y trágico.
Rememoró que en 1954 era estudiante en la universidad San Marcos de Lima, en tanto sucedía en Guatemala lo del golpe de estado. Los únicos países sin caudillos ni dictadores eran Costa Rica, Chile y Uruguay, el resto eran militares rancios manejados por la CIA. Todo esto llegó a significar para muchos  “…que la democracia no era el instrumento del progreso y que la respuesta era la revolución socialista”. Esto fue el cultivo de cincuenta años de atraso. “Arbenz representó y representa aún aquello que nosotros queremos, y es curioso que sea defendido por izquierdistas, y no por demócratas”, expresó.
-          Aun no existían las noticias falsas, hasta que Edward L. Bernays y Sam Zemurray inventaron los fake-news. Aunque suene a disculpa, no fue Estados Unidos, sino enemigos de la democracia los que empezaron esa empresa de pánico –señaló.  

Anton le preguntó entonces, dirigiendo la conversación al libro en sí, que si los personajes eran ya fascinantes o su imaginación los hizo extraordinarios. A lo que Vargas Llosa sonrió y comentó de pronto, como si estuviera en La Sorbona, que “…a los personajes de ficción algunas veces les debe poner algunos defectos extra, y en ocasiones, a otros personajes quitarles vicios, y que los personajes de ficción no coinciden nunca con los modelos de vida real”.
Se adelantó aún a precisar que su vocación la había descubierto por los existencialistas como Jean Paul Sartre cuando dice en el Tomo II: que si tiene sentido escribir, y es muy posible que poca gente lea, pero es necesario, porque a través de la literatura es más rica la vida.

III
Y así es como terminó con sus dos horas en el teatro, luego de decir que los escritores son como los cuervos, que les gustan los cuerpos en descomposición, y que Guatemala es un país muy bello para tener una historia tan terrible, pero así es como los escritores trabajan, con historias recias y pavorosas. Entonces, citó a Flaubert, y yo desee que siguiera con algunas palabras también para Víctor Hugo y sentirme allí en ese palco tan alto, asistiendo a la conferencia de un muchacho de 83 años, que de joven se había acercado una tarde al 28 de Dean Street, Soho, Londres, a ver desde lejos el cuarto que habitaba Marx cuando terminaba El Capital y sus hijos jugaban debajo de la misma mesa en la que él escribía muy concentrado.

Lester Oliveros Ramírez

Guatemala 5 de dic 2019

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...