miércoles, 2 de abril de 2014

ni la mirada de los poros

el amor no se dice nunca cuando se ama no se puede uno callar ni la mirada de los poros sale la voz que dice ven ven amor acá está tu casa entre mis brazos él es así cuando se dice no se le puede pensar ya en movernos al beso al abrazo al lecho donde los dos sabemos que no se habla sino se hace y se hace el amor contradictorio de la caricia de los cuerpos que se llaman sin saber por qué están ahí violentos en su lenta agonía de sabores silenciosos en la oscura recamara del mes boca del año que se desboca en un desorden interminable que dura lo que un grito lo que sobresale ante la luna el puño te lo digo sin decirlo lo repito el amor no se dice no se pronuncia sino es como un mantra que otros ojos y otras bocas también intentaran callar por no demoler lo que pasa adentro

NUNCA HUBIERA CONOCIDO ESE LUGAR / CRÓNICA DE VIAJE




Por un tiempo me fui de encuestador, uno de esos tantos trabajos extraños y bien pagados y conocí la gran mayoría de las costas y puertos guatemaltecos. Eran esos días en los que no sabía si irme o quedarme. 

De niño conocí el puerto de San José, llamado así en honor a su patrono, el padre de aquel Nazareno de pelos largos rubios y mal planchados. Habían pasado 134 años desde su traslado del puerto de Iztapa, yo tenía diez años y me entró agua en el oído y pasé quejándome desde la puesta del sol hasta las diez de la noche que una morena recién casada me vertió tres gotas de leche materna en mi oído. Me quedé con la imagen de sus pechos hasta hoy que me dispongo a escribir sobre la primera vez que conocí ese pueblito costeño donde nació diez y siete años atrás la mujer que ahora me da un beso en las mañanas

Llegué muy temprano, luego de dormirme en todo el trayecto y levantarme solo para vomitar por el calor insufrible del comienzo del verano. Pude ver todo desde los ojos de Ana Julia. Ella conocía a todo el mundo en ese pueblo que se recorre en quince minutos de lado a lado. Vi el sol invisible, las casas flotantes sobre la arena negra, el murmullo de tanta gente asentaba a solo cien metros del mar. Pero en realidad ese lugar yo no lo hubiera conocido nunca, eso sentí, que era la repetición de Champerico, la repetición de Las Lisas, de Sipacate, igualito a todos esos puertos y puentes oxidados, a punto romperse en mil pedazos y ser llevados de una vez y para siempre al fondo del mar.

Como nos contó antes de todo Rafael Gutiérrez desde una ventana, Iztapa ya era parte de esa hojarasca desalmada de la que ya solo quedaban recuerdos. Uno de los primeros puertos donde Pedro de Alvarado construyó barcos para una expedición por Sudamérica. Eso, y además ser el puerto más importante de Guatemala antes de 1850. Prosperidad, ilusiones efímeras, riqueza que se fue por donde había llegado. Ahora miraba las casitas carcomidas por la sal y el viento. Mujeres morenas en bicicletas, hombres inventando algún empleo en tanta desocupación. Mujeres solas, perros callejeros mordiéndose la cola, borrachos, prostitutas y vendedores de fe cristiana. Iglesias, cantinas y tiendas bajo los mangales y marañones, bajo los cocoteros y los almendros que alguna vez imaginó Gabriel García Márquez.

Llegamos al mar. Pero antes del mar había un río, un río llamado María Linda. Lanchas en la orilla, lanchones camaroneros, viejos como sus dueños; lastimados como sus jóvenes; desocupados, varados al alcance de las breves olas por donde se veía ya la nueva cosecha de peces, diminutos cardúmenes que por la necesidad eran barridos en canastos.
El mar extenso, celoso y hediondo a peces muertos, juguetón, romántico, hambriento. Ese es el mar de Iztapa, una gran ramera desnuda que en su boca regurgita la desesperanza, el lado bello esta en su mágica gente.

1. Una mujer me da conversación en un sofá derruido. Se ve un gran volcán de cocos en su patio. En un momento le pregunto, si es que está embarazada, su estomago está hinchado. No, me responde, es que tengo cirrosis. Eso me lo dice con una tranquilidad que me asusta. Luego me cuenta que en invierno crece la marea y de una noche que tuvieron que ver televisión parados sobre la cama y con el televisor sobre el ropero; y no para ahí mi asombro, a la mañana siguiente, al abrir la puerta todo su patio estaba lleno de camarones y jaibas. La mujer se levantó y ya tenía listo el caldo. No pude más que reírme con ella.

2. Un hombre en la puerta de una casa a la orilla de la playa me dice “Joven ya se fijó, ya vio bien lo que le falta a esta perra”. La perra inquieta lo jalaba de una manga con nerviosa prisa y loca se ponía feliz cuando el hombre la trataba de apartar, era una perrita juguetona, y yo, viendo todo, no lograba ver el problema, hasta que el hombre me dijo que esa perra había nacido sin tetitas. Una perra sin mamas es imposible que pueda tener crías, le dije, como respuesta a su pregunta. Agradeció que le diera una respuesta. La naturaleza es perfecta, le volví a decir, no puede crear algo incompleto a menos que sea transgénico.

Eso fue el principio de la magia. Iztapa esa tarde fue para mi un regalo de doce ostras en su caldo de salsa inglesa, cebolla morada y tomate, fue más que la conversación con la familia de Ana Julia, más que el reflejo del sol entre la espuma, fue reconocer, que existen lugares a los que nunca iría por cercanos, otros por lejanos, o por las breves líneas de mis manos.
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martes, 25 de marzo de 2014

POEMA PARA MI MISMO





Con qué tendrá sentido el mundo si yo no fracaso.
Que los que amen la muerte sobrevivan.
Que los que busquen encuentren más ansias que lo buscado.
Que los que aman, sobrevivan al amor.
Que los que duerman sueñen, que los sueñen despierten a los que duermen despiertos.
Que los que jueguen ganen.
Que los que vivan sorprendidos nunca se aburran de sorprenderse.
Que los que luchan, triunfen.
Que los que roban encuentren lo perdido.
Que los que beban se emborrachen, pero que no hagan escandalo de su vino, sino que gocen del siniestro momento en que despierten despeinados.
Que los que crescan lleguen lejos aunque con cicatrices.
Que los que viajen sigan viajando y no encuentre el retorno.
Que los que oren vean a Dios.
Que los que vean a Dios entiendan sobre el amor y esas cosas escritas allá arriba entre las nubes.
Que los que griten se rían.
Que los que se rían, compartan la risa con los que lloren.
Que los que caminen no se cansen hasta dar con las estrellas.
Que los que sufran lo hagan por sus propios sueños.
Que los que sueñan, lo logren todo y más.
Que el cielo no sea solo un lugar donde se acuesten los aviones.
Que el mar se vuelva todo espuma.
Que los peces no se vayan de la orilla y sigan creyendo en los anzuelos.

viernes, 14 de febrero de 2014

DOG ROSE



Doris Lessing

 A Julia Delgado, 
a quien enseñé a besar de noche.



Pétalo uno (la vista)

Puedo ver el rojo con solo tocar la rosa con los ojos cerrados.
Encontrar el oro del diamante en su corola.
Resplandecer en centro de la flor al encontrar el universo.
Con los ojos cerrados y sordo de besos
puedo volver en ella hasta el presente.
Yo que no tengo pasado
virgen del tiempo me has dado los segundos
al besar valiente la orilla de tus labios.
Te vestí como yo quisiera
siempre te vestí.
Te quite la ropa sucia y te preste mi suéter de Pearl Jam.
Luego fuimos los dos testigos del agua
el jabón de mis manos hizo la espuma en tu cara de niña agridulce
y fue como cuando nos vimos por primera vez
ya no fui yo
ni pensé en nada
porque me perdí cantando entre tus labios
oyéndote gemir tratando de salvarte.

El poema no se busca
dijiste
el poema te encuentra
perdiéndonos en el sol del mañana
el alba del presente habitó tus pechos
y pude dar gracias de nuevo
al sonreírte con los ojos cerrados.

Nuevos vientos de fuego invisible
que brotaban de los dos como brasas
en la punta de la lengua.

Amor no das, dijiste,
solo deseo puro
en la calle siendo una línea
sombra
avión meteoro que corona la tarde.
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Pétalo dos (el olfato)

Estamos tomados de la mano
en el nuevo precipicio.

Las líneas de tus manos son ríos.
Ya no puedo sostener
mis ojos en los tuyos
que sean dos mundos
que sean dos
invertidos cielos donde caigo.

Sueño o realidad
son ellos
materia y espíritu
tus ojos desposeídos.

Esta es una explicación
de los dos mundos
que me miran celosos
destruyendo el mío con ternura.

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Pétalo tres (el tacto)

Por un año me fui al desierto.
Allá valoré la rosa.
Las brasas de mi corazón desobediente.
El agua que nacía de esa tierra tuya
donde fluía la leche y la miel de los abrazos.
Lo que nunca dije lo empecé a decir a solas.
Extrañé lo entrañable y dejé de pensar tanto
antes de decir las cosas que no se habían creado.

Te nombré una noche llena de botellas y pude
verte en una canción silvestre y salvaje.
Por ti me gané esta suerte afortunada
de gozar del mar y ver de nuevo en las olas
la promesa que es la espuma.

Viajera terrestre de labios partidos
juegas conmigo mi juego preferido.





Pétalo cuatro (el oido)

La rosa se volverá lirio
tras la estocada de cannabis.
En el futuro no será suficiente con leer tus libros
habrá que comérselos lentamente
saboreando la sangre y la tinta
y habrá quien
sienta la miel escurrirse entre líneas.
La rosa será entonces
el pubis al medio día.

Pétalo cinco (el gusto) 

La vi ahí.
La oi allí.
La sentí acá.
La guste completa.
La olí soñarse lejos
entre el mar.
Ser nada más que un coral.
Sal en su aliento
azucar fue su boca
y un pez salió loco entre los labios.


 Pétalo seis (el puvis)

De todas las cosas del mundo
la sencillez es la más gloriosa transparencia
solo una gota de agua
una semilla de mostaza
una espina
una chispa que incendia los ojos
en mirada sin pavoreales.

II
Una mujer que parezca cascada.
Nube polvorosa que en las manos deshacerse busca.
Fuente. Tornado.
Luciérnaga de rayo.

III
En los días recelosos
la luna se entrega al agua entera
como un pensamiento quiere y desea
hasta ser un grito tatuado entre la piedra,
áurea alteza que juega en mi boca a ser enredadera.

Poema para Ana Julia Delgado con fondo de Iztapa.


Vos no podes hablar con los peces...

Encontré en Google
una rosa muy secreta
su nombre en ingles era dog rose
o como dijera en español rosa canina.

Es ella una flora natural
que solo desea viajar en un Volvo
y su mayor anhelo es ver cuatro telenovelas
y punto, ese es su sueño.

No se pinta las uñas
y habla de muchos hombres que luchan entre las olas
como vagos oceánicos con una tabla Longboard
y esos son sus sueños
la playa negra donde nació despeinada y descalza
con una carita como racimo de duraznos.

El horizonte miserable que rescata el mar
los atardeceres y fogatas
un alma de medusa
que pueda hablar con los peces
silbándoles como si fueran pájaros mojados.

Allí estoy ahora,
en la cresta de esa ola
azul y joven como una onda.

La Revolución de los Fantasmas




 A Stephen King

Una vez apareció un fantasma que borraba la realidad o al menos eso publicaron los periódicos.  Otros, los más imaginarios, contaron que al aparecer, el fantasma volvía todo blanco, y de ahí la seguridad de muchos de pensar que en realidad deshacía el entorno. No hay más que verlo para empezar a sentir el cosquilleo adormecedor con que se le va a uno borrando el cielo, el tiempo o el mismo rostro con una inocencia in albis, describió una periodista con mucho coraje que no dejaba de leer un libro de Doris Lessing.
            En seguida aparecieron por todo el mundo parches blancos que se descubrían desde el telescopio espacial Hubble. Algunos, unos pocos esperanzados, proclamaron la paz mientras la blancura iba cubriéndolo todo. Tanto así, que de todos, uno vio como se borraban las guerras, los museos, los zoológicos, los países enteros ante una horda de fantasmas que penetraban en la materia y la pulverizaban en desvanecimientos tan rotundos, como explosiones de talco o avalanchas de nieve.  
Pero no era nieve simplemente, sino era una nueva epidemia silenciosa, inexplicable y hasta inofensiva, que era resuelta por científicos al igual que por burdos esquizofrénicos alucinados.

            Así fue el fin del Mundo. Un silencioso desaparecer, borrarse como si fuera al fin un lienzo en blanco. El Apocalipsis, en algún lugar del universo, que se perdió de vista en un punto en blanco. 

jueves, 13 de febrero de 2014

CARTA SIN DESTINATARIOS







Empezar una historia cualquiera, así sea la más sencilla siempre es complicado. Lo he leído de muchos escritores, que esa primera frase es la que puede influir en el lector, de tal manera, que lo deje atrapado en la más emocionante y eterna de las lecturas. Es más, ese primer renglón es tan importante que de ese instante se renuncie a la lectura con el peor de los juicios, o se gane un nuevo lector. Y un lector en nuestros días es tan necesario como un buen escritor. Esas son las dos caras del espejo, un lector con tal iniciativa que termine escribiendo lo que siempre quiso leer y de ahí que terminemos con un texto cóncavo. O un escritor con tan buena suerte que logre intuir un público y escribir para ese público sin consensos. Eso fue lo que pasó en esta historia que no termino. 

Resumen del Lector: Un diamante entre los chayes no vale nada; caso contrario, un chaye entre diamantes puede ser que se confunda y resulte siendo la corola de un anillo. Hasta que años más tarde un escritor súper-esperanzado lo lleve al Monte de Piedad en algún lugar de México y el sabio detrás del mostrador, le diga que no es un diamante sino un vidrio cualquiera. 

Resumen del Escritor: Pocos libros se me han vuelto espejos. Después de leer me siento escritor. Es eso, la historia del escritor que lee, del lector que escribe, del otro, ese, mi semejante, que relee la historia de todos.
Nosotros, somos los hijos del desamparo. Niños sigilosos sin casa ni nada, sin nombre original siquiera. Llenos de apellidos tan retorcidos que parecemos idénticos al vernos por la calle. Nuestros padres, esos personajes que una vez se vieron y se gustaron, se amaron o se odiaron por alguna razón tan simple como romántica, ahora se nos han vuelto cristianos, budistas, o agnósticos, desesperados por olvidar su pasado. Lo niegan y al negarlo, terminan poniendo en movimiento una maquinaría de sucesos en nosotros. Nosotros, esos niños desamparados al televisor de la abuela materna, metidos en los desvanes, nosotros los que nos abandonábamos además a la lectura frenética de libros de locos que nos arroparon el alma, para escapar de esa realidad tan huérfana. Eso somos, somos esos niños malcriados que lo preguntábamos todo y nada nos respondían, hoy por hoy, seguimos preguntando y a veces lo que logramos es la ira de nuestras madres evangélicas que ya no se acuerdan de nada hablándonos de sus dolores del cuerpo.
 Seguimos siendo entonces la catapulta al pasado, nosotros los que escribimos nuestro presente, esa revolución del ahora. Unos queriendo olvidarlo todo y otros queriendo mantener vivo el momento del nacimiento de su historia. Dos fuerzas que se anulan, que no van ni para atrás ni para adelante. Los padres que niegan todo, unos hijos que por respeto callaran a solas los irrespetos del pasado; los otros, los irreverentes que escribirán con libertad lo que ven y sienten para que los futuros padres he hijos ya no vean por el espejo cóncavo, sino por una ventana amplia, la línea del horizonte de una nueva madrugada.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...