jueves, 12 de diciembre de 2013

LA CALLE ES GUERRA





Wingo Joaquin Meduso, el detective de policia, pensaba que una noche antes había tenido un sueño terrible, una pesadilla. Le contaba a un colega que soñaba que entraba a un cuarto que más parecia un orinal de putas, había una mesa al medio y dos muchachos sin camisa, tatuados, como en extasis, con filosos machetes, descuartizaban a una persona en pedazos muy pequeños. Recordaba que una señora mayor observaba la escena y al verlo entrar le dijo "ya ve usted, esto le pasa a los hijos mal portados". Lo dijo con una naturalidad escalofriante. Al fondo otro joven le ponía a la otra víctima un tubo en la aorta y le daba vueltas a un grifo muy lentamente, mientras el agua corria por sus venas limpiadolas, hasta otra mangera en el pie derecho donde iba saliendo a presión toda la sangre espesa, que poco a poco, mientras corría por todos lados iba aclarandose hasta terminar siendo un fluir de agua pura con algunos coagulos.
- Acaban de encontrar una bolsa llena de eso que soñaste.  
- ¿Qué?
-Si, me sorprende detective que no se haya enterado, pero esa es la noticia pricipal. Pero, solo es algo que se relaciona mucho con lo que me acaba de contar.
- Faltan cuatro días para navidad
- Eso ya no importa ahora, no estamos asegurando que es el fin del mundo, pero por lo menos para esas gentes el tiempo ya se les acabó.
- La calle es guerra - dijo Meduso, y se fue con su café frío.

domingo, 17 de noviembre de 2013

TELETRANSPORTACIÓN I



                Desaparecer es aparecer en otros lados, en otras circunstancias, necesarias, quizás muy necesarias. Uno se preocupa un poco. Porque eso de desaparecer de un cuarto y aparecer en otro es como tele-transportarse y hasta con otro nombre.
Pero no, uno sigue siendo el mismo aunque se pulverice. Uno es cada vez más uno mismo de esa forma fantasma, en cuanto, para los demás uno termina siendo cada vez más inminentemente otro.  Es parte de esa vida difícil en la que uno no puede quedar bien con todos por no poder ser omnipresente.
Habrá momentos en los que ese personaje invisible, en esos lugares intente llegar tal vez como un murmullo de palabras aprendidas. Recuerdos de momentos. Es como ensayar morir. Esos que desaparecen tan pronto son aquellos que desconocen esas leyes inmutables y confían en cierta transitoriedad corporal.
Cierro los ojos y todo se vuelve imaginario. Sueño que voy por una calle que se alarga demasiado hasta tenderse como cuerda. Esa cuerda es ahora una larga transparencia en la que yo mismo cruzo.
Los demás cierran los ojos y me desvanezco.  No se puede saber completamente todo, todo el tiempo. Desaparecer es ignorar una parte, dejarse llevar por otras palabras a punto de desaprenderlo todo.
Todos somos intermitentes y con eso quiero decir que he visto que no se puede estar eternamente presente, sino que otros nos mantienen vivos en esa materia gris que se llama mente.
Soy la huella en la arena de la playa, pero mi cuerpo no está. Soy el agua, el aire, el diamante, todo lo transparente, lo que puede al darse vuelta lograr un flash. Toman la foto y solo aparece el bajo relieve de dos pies sumergidos en la tierra. Soy el nuevo hombre invisible.
Lo que pasa es que la gente quiere a menudo desaparecerse por un momento y olvidarse de todo. A mí me pasa lo contrario, ahora que me siento a pensar, quisiera aparecer un momento y recordarme de todo.  A veces uno se eclipsa como un juego para intentar ser un demente huyendo de algo que lo persigue a uno de una forma obsesiva compulsiva.


Cuando uno se repite, entonces es necesario desaparecer. 

miércoles, 6 de noviembre de 2013

MUNDO 69



Venimos de las figuras que se formaban en los pisos de la abuela.
Venimos de los periódicos abandonados donde siempre hubo un golpe, un golpe de estado.
Venimos de las rajaduras de la piedra.
Venimos de los crayones de cera.
Venimos de los juguetes que rompimos para saber qué había adentro.
Venimos de los royos de fotos no reveladas.
Venimos de los programas de televisiones en blanco y negro.
Venimos de la mesa con manteles de plástico.
Venimos de las colchas donde se nos enredaba el sueño a las siete en punto.
Venimos de las calles de tierra.
Venimos de la ignominia y el semáforo en rojo.
Venimos de la salida detrás de los jardines.
Venimos del olvido de cientos de padres que no vivieron en Comala.
Venimos de la sangre en la nariz.
Venimos de los cuadernos de ochenta ojos y el lápiz Mongol.
Venimos de la caries y los cepillos de dientes amontonados.
Venimos de los cincos y los trompos y los yoyos.
Venimos de la placenta de nuestra madre sola comiéndose las manos.
Venimos de los cinco centavos, los diez centavos, los veinticinco centavos.
Venimos de las bancas negras de las iglesias blancas.
Venimos del llorar con mocos y volver a reír.
Venimos de lazos que solo se unían a la ropa, no a los cuerpos.
Venimos de la calle.
Venimos del barrio.
Venimos de allá donde los barriletes se nos perdieron.
Venimos de acá.
Venimos de la ausencia de todo y la imaginación de todo, esos milagros.
Venimos del tercer mundo.
Venimos del otro lado del mundo, de este lado, de los cuatro puntos cardinales que se inyectan ahora mismo en este nudo ciego.
Venimos gritando, vamos hablando de lo que queremos.
Venimos del pozo de los ojos humildes de nuestros abuelos curtidos por la sal y el azúcar que jamás negaron.
Venimos de los agujeros en las láminas.
Venimos de las grietas en las puertas.
Venimos de las aulas sin ventanas.
Venimos de los maestros y la regla.
Venimos de muchas formas, de muchos lados,
venimos del mono, venimos del hombre, venimos de Dios, del maíz.
Venimos sobre todo de la luz y la noche a decir tan solo una palabra no dicha antes.

Haber, ensayemos.

-
 Fotografía Ana Alvarez Errecalde.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Poema/ A Lou Reed



Hace tres años, iba volando en el carro verde que luego quemamos con un dealer, corriendo era volando, viendo todos eso barriletes como manos de gigantes arcoíris, como duendes vimos como trataban de elevarlos entre el viento de muertos amarillos llenos de flores de cementerio y polvo.
Era entonces un primero de noviembre cuando nos sentamos a la mesa y pude asustarme de lo próximo del otro mundo frente a la comida y un amor pagano casi ancestral en el inciezo. Todos esos años de la mano viendo a las lloradoras cobrar por cada lágrima en los mausoleos de tres tumbas, tras bombas y marichis, luego los fantasticos almuerzos rodeados de vasos medio vacíos de risitas y llenos de recuerdos. Dos años antes leía a un muerto legendario llamado Lord Byron, un tipo de esos antiguos con una pluma esculpida en un sombrero. Antes de eso estuve en una fiesta de Halloween disfrazado de vampiro bailando con una colombiana deshonesta que a mi me pareció una virgen volátil, una pieza de aquelarre; era entonces tan hambriento de experimentar el tiempo, luego estuve en una playa celebrando un comienzo de noviembre, entre fogones en el suelo y más que inciensos, mujeres sonrientes, era parte del paraíso, hasta que me vi despidiendo a algunos, visitando tumbas aburridas y monótonas que más que recuerdos me daban lastima, imaginando rostros desfigurados, pedazos de huesos incinerados por el moho, hechos polvo, de nuevo la carne transfigurada y las flores naciéndoles del musgo destruyendo la piel, eran esos tiempos en los que entendí la muerte y la vida más aún que las carencias o el gobierno del silencio y sin sangre.
Me acercaba a las tumbas y miraba lodo, átomos obligando al polvo, estrellas apagadas todos, algunos eran como el reflejo opaco de lo que venía tramando el cielo. Ahora ya no quedan más muertos, sino amor y fantasmas.

Escrito en San Marcos La Laguna/

domingo, 20 de octubre de 2013

INSTANTANEAS DE UNA PRESENTACION DE LIBRO



Yo iba a la Alianza Francesa con la plena certeza de que iba a salir riéndome de las ocurrencias de Juan Pablo Dardón que ya tiene una ganada fama de cínico y extravagante. Pero no fue así. A veces valen la pena estas presentaciones de libros. No siempre son esas rancias conversaciones sobre el origen arcaico de la palabra en las cuevas de Altamira hasta la entorchada obra que se presenta y se vende como la última novedad del cosmos. Este final fue tan bueno que más de alguno hubiera pensado que se había ensayado.
El libro presentado fue Fe De Rata, un blog hecho libro, algo histórico según lo demuestra el hecho original de Punto de Lectura de ir a la inversa, de lo digital a libro impreso. Toda una celebración a la que asistí desde la tercera fila del salón de exposiciones de la maravillosa Alianza Francesa. Allí rodeados de la Querida Familia, una exposición que cierra hasta el 31 de Octubre, pudimos oír los comentarios de Trudy Mercadal y Francisco Alejandro Méndez. Un muchacho al lado mío jugaba Candy Crush si ponerle atención a nada más que a esos movimientos desde su Mini-Tablet, mientras yo hojeaba el libro que me parece una miscelánea entretenidísima, tan diversa que se puede empezar a leer con la plena libertad del azar. Es pues, un libro de viaje, entretenido, que en momentos dice certezas poéticas que solo la ternura de la mente comprende. Así como dijo Trudy también se vuelve un libro histórico, un libro con pequeños cortometrajes de cierta contemporaneidad explosiva.
Francisco Alejandro Méndez me pareció un maestro en la historia de la crónica en Guatemala y fue más allá, habló de que el primer blogger fue Cristóbal Colón, ojos y oídos de los Reyes de España; pasando por Bernal Díaz del Castillo hasta llegar a Enrique Gómez Carrillo y sus crónicas de viajes. Habló del periodismo y en un momento nos trajo a la realidad de que fue cierto lo pronosticado por Humberto Eco, que el libro no pasará de moda.
Juan Pablo abordó el tema viendo desde su silla al último asiento. Leyó algo importante que sacó de algún lugar cerca de su asiento, una hoja de papel bond, blanca, pálida y doblada en cuatro que fue desdoblando conforme iba contando quién era la autora, Clarise Lispector. En ese momento me di cuenta que estaba hablando en serio. Lo demás fue épico, un ataque de tos después de terminar el último trago de vino, que estalló en una carcajada del público cuando Alejandro Méndez le ofreció un embase de licor de esos metálicos que llevan a menudo los periodista de nota roja en las películas de matones. Me imaginé a los dos cuando se conocieron en un Kareoke, pero ya no me pude reír, había empezado la tierna carta que le escribió a su hijo para su cumpleaños, una carta tan aguda como la hoja de papel que corta con su filo hábil y delgado, hasta el final, cuando se levantó a darle un abrazo a su hijo que sollozaba como todos, unos más visibles que otros, en esa sala donde resonó un largo aplauso.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...