miércoles, 20 de enero de 2010

TRANSCRIPCION SOBRE LA ARENA-




El Cadáver levantó su cuerpo con dificultad y caminó hacía nosotros. Parecía estar esperándonos en el deterioro de su existencia. Sus ropas estaban corrompidas por la humedad, y los huesos de su cuerpo insólito, ahora se veían devastados por su permanencia en la tierra. Le brotaban líquenes y hongos dentro de las costillas, y bromelias en las cuencas donde antes estaban los ojos, y brotes silvestres entre los dedos de los pies que le nacían dentro de los zapatos. Me pareció triste el olor a tierra húmeda, como la profunda sensación de estar frete a un muerto que seguía siendo consumido ante mis ojos. Pero aún así, mantenía el carácter digno de las ánimas en pena.
- ¿Cómo están todos? –me preguntó con una voz fósil, que le salía de entre los huesos de las mandíbulas.
Hasta entonces lo reconocí. Era el mismo que me había llevado a ver el fútbol. Aunque estaba más viejo y más muerto. Entonces le reconocí el uniforme de gala, y las charreteras e insignias oxidadas, y las condecoraciones podridas con las banderitas sucias a punto de caerse al suelo.
- ¿Qué esta esperando aquí? –le pregunté.
- No estoy esperando nada, ahora ya no puedo esperar, ahora sólo quisiera saber como están ustedes –dijo.
- Todo está como siempre, no ha cambiado nada –le dije –. Lo que no puedo entender es por qué esta aquí aún.
- Sólo quería verte –me dijo –. Ya no soy el mismo.
- Lo dudo –le respondí con rabia.
- Quién es ella –me preguntó.
- Es mi prometida, la acompaño al entierro de su tía.
- Los entierros siempre son tristes, pero auguran la vida.
- Uno mira a los familiares reunidos y parece el momento oportuno para hablar lo más sincero posible, pero ninguno se decide a tiempo, hasta que se olvidan las visitas al cementerio.
- Eso parece ser verdad.
Elena me sorprendió. Se mantenía en silencio al lado mío, acompañándome, como si entendiera plenamente aquel encuentro. Nos sentamos en una banca. Su estado me conmovía. No pude evitar ver su uniforme, con los botones sin brillo, y sus ropas exiguas, desechas por la humedad, su pantalón roto por algún esfuerzo material, y los zapatos desgastados desde el día de su muerte. ¿Quién lo habría enterrado? ¿Sus padres? ¿Una de sus lánguidas amantes, una de sus tantas mujeres con las que presumía? ¿Quién podría haberlo llorado? ¿Sus hijos regados? ¿Sus hijas, sus nietos? Ninguno de nosotros habíamos ido a su entierro. No supimos sino uno año después. Pero de todas formas no habríamos ido. No hubiésemos estado a tono con la situación. No nos hubiéramos visto tristes, sino en paz, quizás felices de saber que ya no compartíamos el mismo aire con él.
- Sólo quería verte –me repitió con tristeza, y de su mandíbula salió un olor a estiércol.
Su cabello enredado, blanco y largo, le llegaba a los huesos de los hombros. Su traje militar se le iba destruyendo fatalmente por las secreciones de su cuerpo en descomposición.
- ¿Recuerda a todos los que lo enterraron?
- Si, los recuerdo a todos.
- ¿No le dio tristeza morirse? –le pregunté en un tono impersonal.
- No, lo que me dio fue pena, porque es muy vergonzoso –me dijo –. Sentís como si te echaran de tu casa siendo un niño; la muerte es la calle más ancha, no hay descanso en ella porque no tiene techo, hijo.
- También la vida es algo así –dijo Elena, y luego le preguntó –. ¿Lo dejan andar así por el cementerio?
- Hicimos un trato con el guardián, cuando el se duerme, yo me quedo cuidando, y a él le conviene –dijo con una sonrisa, si es que ese ruido seco, fuera una expresión de alegría.
Caminamos por el cementerio, hacía el cortejo, al ver entrar a la gente vestida de negro, con sus velos de seda oscura las mujeres, con sus miradas graves, con el paso sencillo que se adquiere en la entrada del cementerio, con la humildad que se trasfiere al ver los nombres y apellidos de tanto ser humano hecho polvo. Oímos el discurso que dio un familiar de Elena; un señor muy culto que reseño su vida desde su nacimiento hasta su muerte. Vimos como cargaban la caja de lujo y la iban metiendo poco a poco en ese mausoleo, y como los albañiles ponían ladrillo por ladrillo en el pequeño cuadro que era como una puerta lapidada. Elena lloró en todo el camino de regreso. Me sentía cansado de ver al cadáver, de sentir su mortalidad exaltada, y me disponía a despedirme, a irme del cementerio y no volver jamás. Regresaría a mi vida de siempre, mi madre estaría en casa cocinado un guisado, y yo prepararía una taza de café y me refugiaría en mi sillón favorito a leer aquel libro con poemas de Apollinaire, y sería feliz.
- Dale un abrazo a tu padre –me ordeno Elena, con ternura.
No me dio tiempo de nada, oía sus pasos tras de mi cada vez más lentos, más leves, como si arrastrara todo su cuerpo contra la tierra.
- Ésta es mi tumba –dijo el cadáver –. Señalando el lugar donde estaba una lápida de mármol con letras de bronce “Saulo Demóstenes Ramos López”, y debajo del nombre “…pues somos como la hierba del campo, que hoy es y mañana perece”, unas flores podridas adornaban la tumba con su olor iracundo.
- Aquí se debe sentir mejor que allá afuera –le dije y le di un abrazo. Ya no sentía rencor sino un deseo simple de llorar a solas.
El viento del atardecer sopló, barriendo las hojas del suelo en un remolino sediento. El cadáver ya no tenía cabello en su cabeza, las finas hebras eran arrancadas de su cráneo poroso. Iba desmoronándose conforme el viento le socavaba los huesos hasta el tuétano, el rostro y todo lo demás, en su disolución final, hasta que sus insignias cayeron al suelo, desamparadas, sobre un montón de tierra. Elena y yo nos abrazamos, hasta que el viento mortal dejó de soplar.




-2003-

viernes, 15 de enero de 2010

148 PALABRAS A PORT-AU-PRINCE (HAITI)

A Haiti, isla de la que me siento habitante.

Desde la sangre al temblor, desde lo lejos del grito sobre un continente donde el mar ha hecho islas, desde la madre al hijo, desde el hambre y los muertos remecidos por los terremotos del cielo, un Cristo sepultado en una iglesia rota como un manto de sangre, unos cuantos miles de años de pobreza y silencio, el mundo girando en la noche abierta que es la vida de mujeres haitianas. Hasta cuando el viento nos traiga las bocas y los rostros de niños bajo paredes de tierra, sin luz, sin agua, sin pan, sin nada. En las casas de cuatro paredes sin techo, en las calles dobladas por el viento, bajo el agua salada y los pies sobre la playa, el pobre, esclavo de las horas sin luz, busca la luna como esperanza de lo blanco. Los niños siguen jugando a la vida por las calles derrumbadas.

Du sang au tremblement, depuis lui loin du cri sur un continent où la mer a fait des îles, de la mère au fils, depuis la faim et les morts rebercés par les tremblements de terre du ciel, un Christ enseveli dans une église cassée comme une mante de sang, quelques milliers d'années de pauvreté et de silence, le monde en tournant dans la nuit ouverte qui est la vie de femmes haïtiennes. Jusqu'à quand le vent nous apporte les bouches et les visages d'enfants sous des murs de terre, sans lumière, sans eau, sans pain, sans rien. Dans les maisons de quatre murs sans toit, dans les rues doublées par le vent, sous l'eau salée et les pieds sur la plage, le pauvre, un esclave des heures sans lumière, cherche la lune comme espérance du blanc. Les enfants continuent de jouer à la vie par les rues abattues.

lunes, 11 de enero de 2010

DOS FIESTAS DE FIN DE AÑO (DIARIO PERSONAL)




24 de Diciembre2009:

Tengo que confesar a fin de cuentas que yo tuve una infancia feliz. Creo que me di cuenta de esto el 24 de diciembre al querer una navidad sin nadie. En el alma tenía unos deseos enormes de sentarme en mi cama con una botella de ron y beber hasta que me dieran ganas de llamar alguna amiga y saludarla desde mi cueva, sin ningún motivo de por medio que el oír tras el auricular la vida familiar a lo lejos, luego seguir bebiendo hasta caer completamente borracho sobre mi almohada sin ningún ánimo de soñar, sin ninguna voluntad, seguro de que no oiría los cuetes ni los brindis, ni los abrazos, ni los besos, ni las oraciones, ni el sonido de la gente reunida en una mesa dispuesta para la cena fábula de las doce de la noche. Así, fue. Por primera vez en mi vida tuve el valor de pasar una navidad conmigo y al mismo tiempo sin mí. Cualquiera puede acusarme de egoísta, no los culparé nunca, pero fue mi deseo y muchos regalos inmateriales vendrán por ese conjuro.
La verdad es que soy muy sociable. Había comprado dos botellas: una de ron, y una de sidra. La de sidra la pasé a dejar a la galería Ultravioleta, porque pensaba despertar a las dos de la mañana y llegar a celebrar la vida con los amigos en la Navidavison. Pero no me despertó nada. A las cinco de la mañana abrí los ojos y pude sentir la quietud de ese día, la soledad de las calles, la completa vacuidad de la madrugada del 25 de diciembre. Caminé por la sexta pensando en la posibilidad de que ya todo hubiera pasado; sintiendo una sed y una nostalgia de las voces y el gentío cotidiano de esa avenida babilónica y hasta el final pude oír, al acercarme a la esquina, el sonido familiar de la fiesta. Ya adentro encontré mi botella hasta el fondo de una hielera que rebalsaba latas de cerveza. Vi el salón con varios amigos tirados sobre cojines y la música a todo volumen. Dos parejas bailaban como si acabaran de llegar. Muchos estaban sentados en la saliente grandiosa donde hablaban ya de los estragos divertidos de la noche. Un amigo, completamente ebrio repetía, sin darse cuenta, la misma frase una y otra vez y su compañero reía con esa risa natural en las personas desveladas en una fiesta hasta la madrugada. No pude mantenerme en pie mucho tiempo y también fui de los que alistó sus cojines árabes y se plantó a dormir un poco. Ahí fue cuando recordé la casa de mi abuela y las fiestas navideñas en las que llegaban todos mis tíos con sus familias en multitud. Las uvas y las manzanas como un adorno en la mitad de la mesa y, la espera sagrada y pagana, para la cena de la media noche. Los cohetes, las ametralladoras de a cincuenta metros que compraba un tío, los volcancitos, los canchinflines convictos con los que uno terminaba quemando el estreno. Me levanté, agarre mi botella de vino espumoso y salí a caminar, sin despedirme de nadie.


31 de Diciembre2009:


12:20am
Ahí estábamos con mi hermano Fermín, en una tienda en la avenida de las Américas, bajándonos del carro luego de haber hablado con mi papá y contarle que estábamos en el puerto de San José. Su novia se volteó, luego de ver las luces pirotécnicas y oír a lo lejos unos cuantos cohetillos, y me dio un abrazo deseándome feliz año. Abracé a mi hermano y le desee lo mismo, extrañado y riéndome de estar a esa hora exactamente en una Liquor Store donde hacía cinco años pasamos con unos amigos a comprar lo mismo. Un buen amigo de mi hermano pedía una botella en la reja, desde donde se miraban brillar las lucecitas.

11:00pm
Estábamos en una colonia de Boca del Monte. Su novia nos invito a unos vasos de vino mientras les daba el abrazo a sus padres. Los que nunca pude ver porque estarían preparando todo para la cena, como los preparativos que hacían en casa de mi abuela para esa fecha. Al llegar pude saludar a un compañero de la iglesita de la zona cinco a donde nos llevaban de pequeños; tenía por lo menos diez años de no verlo, había crecido y engordado tanto que parecía un señor mayor que yo. Pudimos compartir una cerveza con los vecinos de Florentina, que era el nombre de la novia de mi hermano. Luego paso eso que a veces uno ve en otros y sabe que a uno le ha pasado antes de alguna forma. Nos subimos al carro y fuimos a buscar a Luciano, un amigo de mi hermano, mientras terminaban, dentro del carro, una discusión sobre las contrariedades de las familias.

1:00am
A la una de la mañana estábamos compartiendo en la casa de una vecina de Florentina. La cena de año nuevo fue un accidente cósmico que nos preparó el universo. Nos compartieron pavo y un arroz con una suerte de condimentos y quesos que hasta entonces yo no sabía que se podían mezclar. Dalila, la hija de doña Perla, había cocinado. Les dije que era la única Dalila que hubiera podido matar a Sansón sin cortarle el pelo, porque era alta y rubia y con un caracter de lider. Pero ante todo, eran unas vecinas con tanto sentido del humor que no sentimos el tiempo. Florentina y Fermín estaban sentados en la misma silla, que ya es un síntoma del amor, como el de compartirse la comida del mismo plato y tratar de bañarse juntos. Doña Perla me confió sobre su alcoholismo y de los años que lleva sin probar un trago. Todo esto mientras nosotros nos servíamos ron con seven up, y Luciano intentaba abrir la botella de Whisky que llevaba hasta en su caja.
- Esta botella la sirvo yo mañana -dijo doña Perla- tengo unas gallinas ahí, y estan invitados mañana al almuerzo.
Luciano intentó decir algo, pero no pudo más que reirse con Fermín.

10:00pm
Fermín es hermano mío por parte de papá; se ha vuelto a la casa de su nueva novia, que viene conociendo desde hace tres meses, desde que dejo a su mujer. No me quiero meter a comentar su vida, sólo lo hago por la estructura que le estoy dando a esta crónica de fin de año. Parecen una pareja que lleva más tiempo. A pesar de las contrariedades son felices. Se entienden, a pesar de este tiempo un poco absurdo en el que detrás del paisaje familiar de la foto de la sala se cuecen los más terribles fantasmas del desamor. No hay nada más valioso que la honestidad, y en cuanto eso se pueda salvar de una relación de años, se ha ganado una batalla intentando parecer ante los demás un derrotado. Pero la ilusion dura lo que dura el dolor, y si el amor es del bueno, con el tiempo todos les agradeceran su valentía.

4:30am
Salimos de la casa de Dalila. Nos despedimos de su mamá que para ese momento ya se miraba con sueño. Tambíen de una señora muy sonriente que le celebraba las palabrotas a Luciano al calor de las copas; también de un señor que nunca se extendía porque estaba seguramente recordando otras fiestas, de Dalila que trataba de contar sus viajes y todos hablábamos al mismo tiempo, de mi que trataba de decir un poema de Neruda y se me olvido tratando de hacer uno mío, del año viejo, en suma, celebración fúnebre de una temporada en crisis en toda latinoamerica.

6:00pm
Antes de terminar esta crónica:
Estuve parado frente al Super24 de las Américas esperando a mi hermano. Unos policías, que pasaban se me quedaron viendo, y yo no tuve la diplomacia de voltearles la mirada. Así que llegaron y me arrebataron mi bolsón. Mientras registraban tratando de encontrar quién sabe qué. Yo les decía que eso era prohibido, que sólo deberían haberme pedido mis papeles. Dámelos pues, dijo el policía. Trate de buscarlos en el bolsón que aún tenía el segundo policía y reaccionó violentamente. Yo les expliqué que los tenía en el bolsón. El primer policía era moreno y se miraba muy cansado y alterado, el segundo le seguía todo su drama. Saqué mi cédula y la vieron con desgana y se fueron diciéndome que si me volvían a ver allí mal parado que me las iba a ver con ellos. Yo les logré gritar que no podían hacer eso. Me volvieron a ver los dos con un rencor amargo. Cuando estaban como a unos veinte metros oí que me hablaban y era un sujeto que había visto todo y me decía que los policías eran una mierda. Supé que era venezolano y me prestó su propio teléfono para llamar a Fermín. A los quince minutos estaba allí. Me presentó a Florentina que se le veía feliz de verlo feliz a el. Así empezó la noche.
0:00am
01/01/2010
http://www.youtube.com/watch?v=tKbBiR89KSo

fotografía: Byron Marmol
Edna Sandoval y yo en la exposición de los trabajos de Naufus.

sábado, 9 de enero de 2010

FALSO POEMA



Alguna gente no enloquece nunca.
Qué vida verdaderamente horrible deben tener.

C.Bukowski


...aca de nuevo, frente al monitor
buscando la palabra que olvide al nacer
rodeado de usuarios ocupados en youtube
/triste/
como siempre después de la fiesta
a punto de perder el trabajo
-como siempre-
olvidado por otros
recordado al menos por una
que se sabe todas las canciones pop
a las cuatro de la tarde en un café internet
sin nada que hacer
sin nada que perder
sin nada
sin nadie
/vacio/
existencia sin propósito
absurda
para un vendedor de momentos
que se confieza muerto...

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miércoles, 6 de enero de 2010

CAMINARES POR LA ZONA 1/CLUB DE FANS DEL DIABLO (II)


A Wingston Gonzalez, futuro obispo del mal.

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El Perseguidor, Julio Cortázar

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El Parque Central, a las seis de la mañana es un lugar irreal. El Palacio Nacional parece un fantasma de piedra igual que la Catedral con su sombra de alas blancas y negras que bajan a buscar maicillos al suelo de la plaza. La fuente quieta, a medio llenar, aguarda a que despierten sus amigos los indigentes que duermen en los arriates. Se levantan como a las siete cuando la primera luz del sol atraviesa los altos muros de la Catedral. Van saliendo como en bandadas, lentamente, estirándose, caminan a la fuente y se lavan la cara, ríen, bromean, hablan de la noche, cosas que pasan o se oyen a lo lejos, disparos, se secan la cara con el mismo suéter sucio, se peinan con los dedos, encienden una chenca guardada desde el día anterior, la comparten, se sientan al sol. Los fotógrafos llegan temprano. Algunos plantan una carpa con paisajes caribes o selváticos. Las muchachas acarrean caballitos y leones de felpa, sábanas de colores, adornos para que la foto se vea más real. Algunas recorren el parque vendiendo atol, chuchitos o panes dulces en carritos simples de madera con rodos de acero.
Yo saqué El Perseguidor y leí esa escena en la que Bruno habla de Johnny como si fuera un dios mendigo en busca del tiempo perdido en los metros de Paris. Como en un juego de Pinball, recordé el estante de donde bajamos, junto con una amiga, esa edición de bolsillo, y -pin- que recuerdo como hace tiempo regalaba cada ejemplar que compraba para que mis amigos, (mis amigos de aquel entonces), leyeran algo tan grande de un latinoamericano que vivió en Francia y fue de los mejores escritores, y -pin- que recuerdo el cuarto donde vivo y su aliento húmedo a madera apolillada y su oscuridad sempiterna aunque está en el último piso y aunque los rayos del sol se cuelan libremente por los trechos de la puerta y los traslapes de la madera. Me da gusto la forma en que Cortázar se va extendiendo en esa atmosfera parisina y nos regala fragmentos de tiempo que podríamos tocar con las manos de no ser por los dedos torpes, uno lo sabe, como los dedos se van enredando en las letras impresas y no puede uno abrir la puerta de la que Johnny habla con tanta rabia. -Pin-, recuerdo a mi amiga, -pin- una mañana de domingo en la Primavera, los sonidos de los carros por la quinta calle y la soledad inmensa de los corredores de la zona dos, la Sinagoga con los amigos del Club de Fans del Diablo, y todos los recuerdos gratos en cuanto libro he leído.

martes, 5 de enero de 2010

CAMINARES POR LA ZONA 1/AÑO FELINO ( I )


Pocos son entre los hombres los que llegan a la otra orilla;

la mayor parte corre de arriba a abajo en estas playas.

Buda-2010 año del Tigre.

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Esos días finales del año los recuerdo como si me hubieran abierto una jaula. Sin horarios. Sin responsabilidades, pude terminar de corregir y de escribir algunos trabajos pendientes. Me levantaba tarde y a las nueve de la mañana salía con una bolsa donde llevaba mi viejo abrigo, Agua Quieta de Rodrigo Rey Rosa, una libreta de apuntes y muchos lápices y marcadores para ir escribiendo una historia en cada calle o esquina. Me sentía como esos gatos sobre los tejados cuando caminaba por las orillas de las banquetas camino al Parque Central para bajar por la sexta avenida y doce calle hasta el barrio Gerona. Me daba tanto gusto ver de nuevo esas calles en las que había caminado como una sombra en los noventas y volví casi guiado por el instinto a la casa donde había conocido el amor y al mismo lugar donde lo había perdido por mi falta de luz. Me encontré con los rieles del tren y la imagen borrándose de los andenes y bodegones que adornaron y sirvieron en una época para abastecer de productos los trenes lentos por los que la gente tardaba más de medio día en llegar al puerto. Me recordé de Alejandra y una mañana en la que comimos con gusto pollo frito de esas carretas proscritas.

Era un felino rondando mi zona, marcándola, inventándome la forma de hacerme permanente, y quizás intentando un poco la inmortalidad gatuna.

lunes, 4 de enero de 2010

REVISTA AMALGAMAS ERRANTES/ R.R.


Amalgamas Errantes:
Uno agradece cuando le abren las puertas, uno sabe que esos recuerdos los va llevar por toda la vida. Más allá de los margenes del mundo para mi el cielo sigue siendo un disco eterno, apenas coincido con los nuevos conceptos imaginarios, por mis limitaciones espaciales, pero qué va, Rafael no esta en España, ahora está en Guatemala y desde aquí nace su ingenio.
Estos son algunos de los versos humanos que conforman esa plataforma poética:
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Pueden ver la publicación en Amalgamas Errantes de este texto:

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...