A Wingston Gonzalez, futuro obispo del mal.
-
El Perseguidor, Julio Cortázar
-
El Parque Central, a las seis de la mañana es un lugar irreal. El Palacio Nacional parece un fantasma de piedra igual que la Catedral con su sombra de alas blancas y negras que bajan a buscar maicillos al suelo de la plaza. La fuente quieta, a medio llenar, aguarda a que despierten sus amigos los indigentes que duermen en los arriates. Se levantan como a las siete cuando la primera luz del sol atraviesa los altos muros de la Catedral. Van saliendo como en bandadas, lentamente, estirándose, caminan a la fuente y se lavan la cara, ríen, bromean, hablan de la noche, cosas que pasan o se oyen a lo lejos, disparos, se secan la cara con el mismo suéter sucio, se peinan con los dedos, encienden una chenca guardada desde el día anterior, la comparten, se sientan al sol. Los fotógrafos llegan temprano. Algunos plantan una carpa con paisajes caribes o selváticos. Las muchachas acarrean caballitos y leones de felpa, sábanas de colores, adornos para que la foto se vea más real. Algunas recorren el parque vendiendo atol, chuchitos o panes dulces en carritos simples de madera con rodos de acero.
Yo saqué El Perseguidor y leí esa escena en la que Bruno habla de Johnny como si fuera un dios mendigo en busca del tiempo perdido en los metros de Paris. Como en un juego de Pinball, recordé el estante de donde bajamos, junto con una amiga, esa edición de bolsillo, y -pin- que recuerdo como hace tiempo regalaba cada ejemplar que compraba para que mis amigos, (mis amigos de aquel entonces), leyeran algo tan grande de un latinoamericano que vivió en Francia y fue de los mejores escritores, y -pin- que recuerdo el cuarto donde vivo y su aliento húmedo a madera apolillada y su oscuridad sempiterna aunque está en el último piso y aunque los rayos del sol se cuelan libremente por los trechos de la puerta y los traslapes de la madera. Me da gusto la forma en que Cortázar se va extendiendo en esa atmosfera parisina y nos regala fragmentos de tiempo que podríamos tocar con las manos de no ser por los dedos torpes, uno lo sabe, como los dedos se van enredando en las letras impresas y no puede uno abrir la puerta de la que Johnny habla con tanta rabia. -Pin-, recuerdo a mi amiga, -pin- una mañana de domingo en la Primavera, los sonidos de los carros por la quinta calle y la soledad inmensa de los corredores de la zona dos, la Sinagoga con los amigos del Club de Fans del Diablo, y todos los recuerdos gratos en cuanto libro he leído.
El Parque Central, a las seis de la mañana es un lugar irreal. El Palacio Nacional parece un fantasma de piedra igual que la Catedral con su sombra de alas blancas y negras que bajan a buscar maicillos al suelo de la plaza. La fuente quieta, a medio llenar, aguarda a que despierten sus amigos los indigentes que duermen en los arriates. Se levantan como a las siete cuando la primera luz del sol atraviesa los altos muros de la Catedral. Van saliendo como en bandadas, lentamente, estirándose, caminan a la fuente y se lavan la cara, ríen, bromean, hablan de la noche, cosas que pasan o se oyen a lo lejos, disparos, se secan la cara con el mismo suéter sucio, se peinan con los dedos, encienden una chenca guardada desde el día anterior, la comparten, se sientan al sol. Los fotógrafos llegan temprano. Algunos plantan una carpa con paisajes caribes o selváticos. Las muchachas acarrean caballitos y leones de felpa, sábanas de colores, adornos para que la foto se vea más real. Algunas recorren el parque vendiendo atol, chuchitos o panes dulces en carritos simples de madera con rodos de acero.
Yo saqué El Perseguidor y leí esa escena en la que Bruno habla de Johnny como si fuera un dios mendigo en busca del tiempo perdido en los metros de Paris. Como en un juego de Pinball, recordé el estante de donde bajamos, junto con una amiga, esa edición de bolsillo, y -pin- que recuerdo como hace tiempo regalaba cada ejemplar que compraba para que mis amigos, (mis amigos de aquel entonces), leyeran algo tan grande de un latinoamericano que vivió en Francia y fue de los mejores escritores, y -pin- que recuerdo el cuarto donde vivo y su aliento húmedo a madera apolillada y su oscuridad sempiterna aunque está en el último piso y aunque los rayos del sol se cuelan libremente por los trechos de la puerta y los traslapes de la madera. Me da gusto la forma en que Cortázar se va extendiendo en esa atmosfera parisina y nos regala fragmentos de tiempo que podríamos tocar con las manos de no ser por los dedos torpes, uno lo sabe, como los dedos se van enredando en las letras impresas y no puede uno abrir la puerta de la que Johnny habla con tanta rabia. -Pin-, recuerdo a mi amiga, -pin- una mañana de domingo en la Primavera, los sonidos de los carros por la quinta calle y la soledad inmensa de los corredores de la zona dos, la Sinagoga con los amigos del Club de Fans del Diablo, y todos los recuerdos gratos en cuanto libro he leído.
2 comentarios:
me robe su enlace para mi facebook sorry... pero me encanto aparte que pin... me hace recordar....
jeje, no pasa nada, yo me robé un día suyo.
Publicar un comentario