Acá, cerca
de la editorial hay un perro blanco, sobreviviente.
Su pata
izquierda, la de adelante, es un muñón que le impide caminar, sin embargo nunca
se da por vencido. Tiene tanto carácter que nunca baja la guardia.
Entró, un
medio día como un soldado que llega de la guerra y se hechó frente a nosotros.
El dueño del comedor me contó su historia.
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A la vuelta, hay bulldog. Una vez se pelearon. Éste iba
ganando, pero el bulldog le mordió la pata y no lo soltó hasta que llegó el
dueño. La pata ya estaba rota cuando lo logró separar.
El perro tenía muchas marcas, cicatrices y una mirada de
paz. El del comedor siguió contando.
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Nosotros le damos algo de comer cada vez que podemos.
Pero siempre fue de la calle y aunque usted lo ve con tres patas, todavía
pelea.
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Se nota –le respondo –.
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Acá se mantiene la mayor parte de tiempo, le decimos Trípode.
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Me recuerda una historia –le cuento – de un perro callejero
en una ONG de Antigua Guatemala, que terminó en Holanda, porque una joven
extranjera se lo llevó. Las maestras peleaban diciendo que en lugar del perro
se hubieran llevado a una de ellas.
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¿Las maestras eran bonitas?
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No tanto, pero muy trabajadoras.
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Ha entonces… mejor no digo.
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Dígalo.
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Yo me llevo pero a la más bonita, pregunteles que si
quieren ir a dar una su vuelta al puerto.
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No creo que quieran ir al puerto.
El perro se levantó y dando pequeños saltitos llegó a la
puerta y volteo a ver con hastío.
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Es un perro valiente –dije.
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Todos esos perros de la calle tienen unas historias
interesantes.
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Hay gente admirable también –traté de corregir.
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Pero no como los perros, ellos ni saben quejarse.
El perro se terminó de ir.