Uno puede leer un poema y encontrarse
encerrado en un sueño, en una pesadilla, o como en el caso de Eduardo
Villalobos, en una visión que avanza a cada línea, es un poema largo,
facetado en cada página publicada en el año 2005 con una portada en la
que aparece una pintura de Remedios Varo.
Los poemas, como me ha dicho más de un conocedor, son a veces
bastante personales y pueden llegar a ser, por vivencias o una
taxonomía espiritual, materiales herméticos, indescifrables. Sin
embargo, los poemas de Lunas Sucias, son poemas que se explican
matemáticamente en el transcurso de una infancia, de una adolescencia y
en otras palabras, en una búsqueda de algún tiempo perdido en las mil
esquinas que dio el mundo entre los años noventas y principios del dos
mil.
En este caos ordenado, se vislumbra una tarea poética, una
carpintería laboriosa y un entramado arquitectónico que atenta al
refinamiento mote juste:
“He conocido ingenuidades pacientes labios de espuma
que esquivan desiertos
sobre su terquedad acumulada las nubes cantan
paraísos…”
Hay una mística extraña. Siempre he pensado que la única forma de
hablar de poesía es haciéndola, no hay otra forma, eso creo; lo demás es
academia, resequedad espiritual para conceptualizar algo tan movedizo.
Aproximaciones, lentos pasos sobre la luz y el contenido, la experiencia
ordena y descubre. Si no has vivido, no vas a descubrir. El caso es que
todos hemos pasado la infancia entre espasmos, se piensa en vivir
eternamente, la certeza de la muerte, a menos que seas enfermizo o
tengas un accidente que te recuerde lo mortal que somos. Pero estos
poemas atentan a un viaje intemporal que se interna en el lenguaje y
postula una voz vital:
“…pero cómo escanciar sus manos sin que sus días estallen
cómo entregarles puertos para que los alcen como espadas
con qué oscura estrategia contarles que la vida es una completa
punzante
y hermosa
despedida…”
Muchos se identificaran con la búsqueda, con esta exploración del tiempo recobrado.
“…y nada pudieron mis amigos
y mi pandilla de pequeños hunos
con sus caballitos de acero y su ansiedad temprana de ser héroes del viento
nada pudieron cuando asaltaron mi puerta
aquel verano de nuestros nueve años
y me dijeron vení cabrón
vamos a saltar banquetas
hicimos una rampa para llegar más lejos…”
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