jueves, 4 de febrero de 2010

PEQUEÑO POEMA PARA MARIA FERNANDA (3 MESES DE NACIDA)


A mi sobrina, una piedrita en la playa.


María, tus ojos son como flores cósmicas, diminutas y celestes. Me miro en ellas. Te veo sonreír desde un bing bang de tres o cuatro meses de vida. Se me cae algo de adentro como un pesar de siglos. Te sigo viendo y vuelves a reír, algo me dice que me conoce de niño.




De niño también lloraba, corrían mi madre y mi abuela por mí desde las pesadillas del sueño. Desde la almohada de lo invisible a prepar el alivio con hiervas y canciones. A las dos de la mañana jugando a ser madres. A las tres de la mañana oyendo el llanto de uno. Pañales de lágrimas que ahora son risa. Miradas sagradas desde la inocencia y la experiencia de la tristeza y el milagro del pan y el agua. A la madrugada el respiro asombroso de la oscuridad sin nadie. Las sábanas tibias donde se arrulla el mundo, un universo limpio como una hoja de papel sin letras.

Fernandita, yo sé por qué tu risa, la vida la entiendes mejor ahora que lo sabes todo, y no podes decirlo.

martes, 2 de febrero de 2010

TODO POR MAGNOLIA


Perfumes of embraces all him assailed.
With hungered flesh obscurely he mutely craved to adore.
Ulises, James Joyce
Hemos ido acumulando corazones en nuestro corazón...

Odio los espejos. Verme en ellos reflejado me disgustaba tanto que de niño los quebraba a escondidas. Al crecer intenté reconciliarme con ellos, pero en lo profundo conspiraba en su contra y los imaginaba quebrados. Mi diario esta lleno de metáforas que aparentan ser bellas y en realidad esconden mi rencor hacia sus reflejos. Con el tiempo había aprendido a percibir a quienes los adoraban, y me alejaba de ellos como si estuvieran enfermos de algo contagioso. Pero ya había logrado dominar ese horror de verlos en todos lados repitiendo mis gestos como fieles actores al papel que representan. Hasta que una tarde en un café de la Antigua Guatemala, frente a un inocente lavamanos, levante el rostro y vi aquel enorme espejo con marco de madera. Estaba solo en aquella habitación de un artificial estilo colonial que el espejo replicaba ante mí. En un parpadeo sentí el eterno transcurrir del tiempo; sentí que todo lo que sabía era aparente, y me era arrebatado. Vi mis ojos arrogantes interrogando mi imagen, vi mi cabello corto, negro, como cuando tenía diez años y me vestían de traje para enviarme a la iglesia, vi la mirada que los años me habían vuelto desconfiada. Me fije en los detalles, vi mi camisa blanca, el viejo cinturón de cuero que me compre en un mercado, la cadena de plata que con tanto amor me obsequiara Magnolia, los botones azules de la camisa, mis manos morenas sobre el lavamanos, sosteniendo mi cuerpo delgado. ¿Soy ese? (Mi rostro es de adobe, mezcla de barro y paja, mis ojos van a ser el batir pasajero de un ave, o una luz quebrantando un portón cerrado; tengo en mi rostro la luz y la sombra, el sol escondido en una tarde lluviosa, las ruinas cayendo, cayendo aún más en el tiempo y su transcurrir silencioso, las calles empedradas, las paredes multicolores resquebrajadas, las ventanas cerradas desde el derrumbe del amor, las puertas de madera, los leones esculpidos, las sirenas forjadas por leyendas sencillas; las plazas, los parques y sus gentes bajo la lluvia). Veo en mi cara el rostro roto de mis padres, roto como una fotografía. Intuyo que no soy yo el que habla. Soy el que piensa, pienso. Hay en todo esto un dejo de engaño, una sensación burlona de no ser yo del todo. Saco del bolsillo del pantalón una libreta y un lápiz; trato de hacer algo con ellos, quizás dibuje o escriba. Intento dibujar mi expresión. Me sorprende que no pueda simplemente irme, dejar de pensar, jalar el pasador y salir a tomar mi café a la par de Magnolia. Pero lo que me detiene es lo que siento muy dentro y me confronta frente a mi imagen. ¿Este soy yo? Me veo y toco el espejo hablando con migo mismo sintiendo que alguien más me va a ver, oír, o detener. ¿Estaré enloqueciendo? Veo como mi boca se abre y salen las palabras. Siento que debería salir ya. Mi mano dibuja algo que no veo. Oigo que algo se rompe como cuando se rompe un cristal. De pronto pienso que Magnolia debe estar viendo el lindo jardín, los cuadros de las calles, imaginando que yo me la imagino. ¿Este soy? Tan serio, tan triste, lleno de defectos al hablar. Me di la vuelta. Vi las lunas y soles de barro. El paredón oliendo a humedad.
– ¡Joven, le pasa algo!- preguntó la mesera desde afuera.
– Ahora salgo- respondí.
No había oído los golpes en la puerta. Mire mi imagen y reconocí que aún me faltaba crecer. ¿Que hombres habrán inventado este diabólico utensilio? ¿En que época? Pensé en escribir sobre eso. ¿Pensé? Me imagine escribiendo, tratando de ser verídico, tratando de ser justo con las palabras. Me imagine investigando los orígenes del espejo; y tratando de deshacerme de su imagen salí del baño. La mesera esperaba con un gesto de disgusto, sostenía un trapeador y un cepillo.
– Disculpe –le dije.
– No quiere olvidar su libreta, verdad –me preguntó con sarcasmo.
– De ninguna forma, gracias.
Magnolia siempre me esperaba, era una buena mujer, muy pacifica. Me ofreció el capuchino que había pedido para mí. El café tenía un aroma calido. Tome la cuchara colmada de azúcar.
– ¿Te quedaste dormido, o qué?
– No ¿por qué? Las mujeres se tardan más –respondí moviendo la cuchara entre la espuma.
– Pero tenemos un pretexto, nos gusta tardarnos –me dijo.
– ¿Qué, me extrañaste tan pronto? –Pregunté –. No podes vivir sin mí.
– La verdad, si te extrañe amor –dijo ella como si declamara un poema –. Extrañe tu colonia, tu noche, tu mirada irreal de no estar del todo viéndome, como ahora que te veo imaginado.
– Te soy sincero, lo que me detuvo fue una sensación que no tenía desde hace mucho.
– ¿Qué fue?
– No sé, tuve miedo, rabia, ira, no sabía que hacer.
– No te aflijas, mira que bello clima, el sol radiante, el jardín, las flores; ya no más desgracias o temores pasados; ese es tu problema desde que te conozco, piensas mucho en el pasado, déjalo ir, olvídalo; toda la semana espere tu llamada, y me llamas hasta hoy, es como si estuvieras huyendo de mi.
– Ya vez, sabía que no tenía que contárselo a nadie.
– Es que estaba aquí pensando en los planes que tenemos para el futuro. Respiraba con tranquilidad al ver el cielo limpio, todo tan esplendido.
Observe a la mesera volver al baño con un caballero muy bien vestido. Bebí mi café viendo como el sol vivificaba el jardín. No pude dejar de ver hacia el baño. Los vi salir con un aire preocupado. El hombre camino con calma hasta nuestra mesa.
– Joven, podría... disculpe, tenemos un problema.
– ¿Qué sucede?
– Soy el administrador.
– ¿Qué pasa?
– Acompáñeme – me ordenó –. Usted disculpe, francamente nunca habíamos pasado por algo así en este lugar –me decía mientras caminaba –. Soy el administrador y lo que menos quiero es interferir con los turistas y visitantes, es decir, afectarlos de alguna manera, ¿usted me entiende? Este es un café muy visitado por ser un sitio tranquilo.
– Lo comprendo todo, pero aún no entiendo que tengo que ver en eso.
– Ya vera a lo que me refiero.
– ¿Fue por lo que me tarde en el lavamanos?
– No exactamente.
Caminaba tras él hacia el baño. Le seguía el paso. Caminaba lentamente haciendo énfasis en cada palabra. Volví a ver a Magnolia y de su rostro sobresalía su boca roja y sus ojos de gata. Entramos.
– ¿No ve usted nada extraño? ¿Talvez no lo vea de pronto?
Desde el lavamanos hasta el piso, los adornos de barro, el excusado, todo estaba intacto. De último vi el espejo. Me vi reflejado y recordé el extraño monologo.
– ¡No veo nada! –dije pensando ya en como le había de cobrar aquel insulto.
– Eso creí que pensaría. Párese aquí donde estoy y vea, vea muy bien.
– ¿Lo ve? ¡No sé como pudo pasar!
Cuando el hombre se paró delante del espejo se anudaba el corbatín, pero lo hacia al cálculo porque su imagen, su reflejo, no aparecía en el espejo. Fue un instante malévolo. Me sentí como deben sentirse los que ven un fantasma por primera vez y van solos por un callejón.
– ¡No puedo creerlo! –dije consternado.
– ¡Joven, por su bien y el nuestro debe decirnos que le hizo al espejo! –me gritó.
El hombre me rogaba una respuesta a punto de llorar de impotencia.
– ¡No le hice nada! Y no sé lo que pudo haber pasado.
– ¡Tiene la obligación de decirme!
– ¿Me esta amenazando?
– No, de ninguna manera. Usted es un cliente ahora y lo respeto. Pero, la mesera vio claramente que antes que usted saliera el espejo no estaba así. Ya le expliqué que este es un sitio de esparcimiento, un lugar donde las familias ¡las familias! –Me repitió –. Vienen a pasar un momento agradable, dígame ¿como les voy a explicar algo así?
– Lo entiendo, pero ya le dije que yo tampoco sé lo que pasó.
La mesera golpeó la puerta y le dijo algo muy quedo.
– Tengo que hacer algo urgente. Lo dejó aquí para que piense que hacer y, por favor no le habrá la puerta a nadie.
– Muy bien –le dije, algo asustado por la magnitud del absurdo.
El administrador era un sujeto cortez y, debía estar verdaderamente asustado. Yo no sabia ni me imaginaba como pudo haber pasado aquello. Me acerqué al espejo y todo mi cuerpo si era reflejado. ¿Y esto? ¿Habría logrado deshacerme de mi reflejo? Eso fue lo primero que se me vino a la mente. Mi reflejo, qué era, no lo sabía, pero estaba atrapado ahora en el mercurio. Me sentía entero. ¡Este soy yo!, dije dando una palmada. Pensé en la forma de explicárselo al administrador y me sentí feliz por que sabía que mucha gente desearía no verse reflejada. ¡Cuando vean que no se ven! Empecé a reírme de los que ingenuamente sentirían el vació de estar realmente dentro de si mismos. Me reí de los cínicos que se tendrían que peinar sin ayuda de nadie. Imaginé con deleite a los adoradores del espejo horrorizados ante la muerte inminente de sus rostros reflejados. ¡Se van a sentir como si estuvieran muertos! Pensé en convencer al administrador de que era una buena forma de que los clientes rompieran con la monotonía de sus vidas. Pero de pronto, me sentí abatido por que tenía razón el hombre, las personas lo único que quieren es estar en paz y que nada extraño interfiera con esa normalidad. Por ello también pagan. Por última vez mi reflejo sonreía. Tomé una escoba y azoté con fuerza contra el espejo. El golpe fue atronador. Llegó el administrador y la mesera y vieron los pedazos del espejo roto, y se asustaron creyendo que me había herido. El administrador me examino con la mirada.
– Fue lo mejor joven, bien hecho –me dijo, viendo como fluía la sangre de los restos quebrados del espejo.
Todo lo había hecho por magnolia, había decidido casarme con ella.
-
*Jacques Viau nació en Puerto Príncipe en 1942. Perteneció a unafamilia de perseguidos políticos que se refugiaron en Santo Domingo.Fue abatido durante las insurrecciones de 1965 cuando aún no habíacumplido veintitrés años.

miércoles, 27 de enero de 2010

(X/y) UNA ENTREVISTA A MANUEL-TZOC EN EL GRAN HOTEL



(X/y)
UNA ENTREVISTA A
MANUEL – TZOC
EN EL GRAN HOTEL

El ebrio mar y yo se mojan con la lluvia.
Todo baila abajo.

VEMOS fragmentos de rótulos en las calles, esquinas con desaparecidos-fotocopiados y arrancados por manos anónimas en el pleno ir y venir de la vida, un collage inmóvil moviéndose, en una secreta sinfonía de bocinas y rostros que pasan apresurados un día como hoy lleno de hielo en el aire, un viaje como hoy que es éste tiempo presente atravesando el Parque Central y la sexta avenida en un movimiento giratorio de la vista en viaje hasta el Gran hotel en el que me he decidido por fin ha concluir esta entrevista a un poeta bastante singular.
Manuel Tzoc es un artista sencillo, delgado y con una mirada desvelada. Lo conozco desde el año pasado que intenté hacerle unas preguntas para un boletín que trabajaba todos los meses en la Facultad de Humanidades. Pero una razón me detuvo a publicarla: no conocía su poesía que ante todo rompe con patrones morales e ideológicos y atenta, junto con la propuesta de Héctor Montesinos y Yaxkin Melchy a una honesta trasgresión desde el lenguaje y la forma de vida. Una forma de vida que en otros tiempos sólo se podía vivir desde el closet (esa palabra que usa Monsiváis como metáfora) y en grupos aislados. Manuel es abiertamente Gay. Pero noto que ese no es el tema central de su obra, sino sólo parte del juego que le tocó interpretar. Su trabajo se divide en la artesanía y la literatura. Por un lado, se mantiene de la venta de ropa teñida al mejor estilo Tye-dye; por el otro, vende sus libros personalmente como le ha tocado a muchos escritores nacionales en ese performance al que Manuel asiste casi naturalmente. Aún así sigue escribiendo, posando para la cámara en un trabajo de modelaje travesti casi secreto. Su gusto por el cine es una retroalimentación visual, que luego sintetiza de alguna forma misteriosa en sus poemas. Puede tolerar la música de un sintetizador toda la noche, bailando y bebiendo, conversando con todos los amigos que siempre vemos en los after partys, luego recorre de madrugada, si bien le place, las calles desiertas de la zona 1 en el insomnio de voces de los cafetines de la dieciocho calle, hasta el ir y venir de los Transmetros a la cinco de la mañana que lo llevan a su casa en San Miguel Petapa. Liberal y lúcido, me responde la primera pregunta, no sin antes confesarme lo nervioso que lo ponen las entrevistas:


Lester Oliveros: ¿Y, cómo fue tu primer encuentro con la literatura Manuel?
Manuel Tzoc: Te había contado que mi primer contacto con el arte había sido por medio de la pintura. Una vez por cable, en un canal vi unos oleos de Frida Khalo, Unos cuantos piquetitos se llamaba la que mejor recuerdo. Recuerdo que estaba empeñado en lo visual, tanto, que le dije a mi papá que quería estudiar pintura. Me inscribí en la ENAP, mi papá me compró pinceles y pinturas de oleo. Después de tres meses casi no entraba a clases, me desencanté y me iba a tomar con un grupo de amigos.
LO: ¿Primeros tiempos de Bohemia? –le pregunto, riendo.
MT: Si, la verdad que eran mis primeros tiempos de bohemia. Pero me gusto pintar y lo seguí haciendo. Ya me gustaba el arte de Dalí, Klimt, los surrealistas…, el Bosco.
LO: ¿Recordas el momento en el que escribiste tu primer poema?
MT: Fue una tarde que me encontré de nuevo sin nada que hacer, aburrido y encontré el libro El Tiempo principia en Xibalba de Luis de Lión, me gustó por la portada, por la mitología Maya que siempre me había interesado. Leyendo ese libro escribí mi primer poema, me acuerdo muy bien que fue una fila de palabras, sólo palabras, bastante minimalista.
Recordé esa vez que fuimos con otro amigo a su casa y vimos las paredes de su cuarto con pinturas llenas de un encanto dadaísta y poemas en letra grande tapizando las paredes, poemas de centroamericanos, uno de Borges que según me contó lo hizo llorar. Nos dice que en un tiempo en el folio 114 publicaban poemas en ese formato con invitados de Centro América.-
Entonces le hago algunas preguntas abstractas:
LO: ¿Qué pensas del Mundo?
MT: El mundo es un lugar donde tenemos que soportar cosas… –me dice-, resistir a la muerte, a la vejez; más que disfrutar es soportar algo… que algunas veces no se ve.
LO: ¿Qué es la noche para vos?
MT: La noche –me dice y se le iluminan los ojos al reír –, como dijo alguna vez la Pizarnik, es el día, y el día es la noche, un espacio, en mi caso, para mi solo.
LO: ¿Cuál es tu mejor película, o director de cine?
MT: Te podría hablar de directores, en mi caso Ingmar Bergman me encanta y Persona o el Séptimo Sello son las mejores películas.
LO: ¿Qué es la soledad, para vos?
MT: Desde lo más básico, algo textual, sentirse solo, hasta lo más sublime y existencial como no poder explicarlo.
Su cuarto, desde donde estamos, sentados en su cama, se ve iluminado y puedo ver algunos libros, y folletos de eventos literarios. Me dice que puedo ver algunos y encuentro el libro “Sin Casaca”, del cual me regala una copia; encuentro la novela de Denise Phe Funchal, encuentro Exul Umbra de Guinea Diez, un libro de Mundo Capitol sobre una exposición; sus propios libros: el Escop(o)etas para una muerte en ver(sos) ba…l…a, y el de la Santa Muerte Cartonera de sus Textos Insanos, veo además una librera donde está un libro de Octavio Paz de ensayos, uno de Panero, Khalil Gibran, La Iliada, Clarice Lispector, Pessoa, Boudelaire, conversaciones con poetas de la de la colección Pensamiento, y no alcance a verlos todos porque había empezado ya a interesarme por Cuadrivio de Octavio Paz, que por cierto me lo prestó. Afuera, por su ventana, se veían botellas viejas de ron y octavos de Quetzalteca. Al otro lado de la pared, siempre bajo las pinturas, se miraban fotografías y carteles de eventos como el de Manifestarte y Animal de Monte.
LO: ¿A quién o quiénes invitarías para un falso funeral?
MT: Al funeral invitaría a todos mis cuates leales, a personas que consideren que dejé algo, tal vez no un legado pero si algo…
LO: ¿y a una gran fiesta?
MT: A transexuales o gente excomulgada, marginados de guate, excéntricos, poetas que no les importa si los leen o no, artistas visuales, fotógrafos, novelistas, periodistas de nota roja.


Manuel, desde que lo conozco es un personaje al que le gusta la zona 1. Todos los días, normalmente de martes a sábado vende playeras, pantalones, blusas y faldas, en el local de uno de sus amigos por el parque San Sebastián. Pero me llamó mucho la atención que a Manuel le gusta mucho llegar los domingos a caminar por el Parque Central y perderse en las calles hasta donde la imaginación lo lleve. Además, es un personaje fotografiado puntualmente en las fiestas de la media noche. Lo recuerdo en una celebración que me dijo en un momento “yo voy a morir en la fiesta”, y lo dijo con tanta seriedad que a todos nos dio risa. La fiesta en Guatemala después de la una es una de las más interesantes rebeliones que existen en países como este, también en Teheran, también en Los Angeles, también en Colombia.
LO: ¿Cuáles son los autores que harías tus amigos si estuvieran vivos?
MT: La Alejandra Pizarnik –me dice sin dudarlo, luego piensa, y agrega –, Isabel de los Ángeles Ruano y Rimbaud; Isabel de los Ángeles es la Pizarnik de Guatemala, y Pizarnik fue la Isabel de los Ángeles en Argentina.

Se levanta y trae grandes vasos con jugo de naranja y vodka. Lo noto más relajado. Sé que le gusta la cerveza y lo he visto en fotos en el Cafetín o en alguna parranda callejera en algún estacionamiento, fotos que yo mismo miro con algo como gratitud de la celebración y que al mismo tiempo son un símbolo, si queremos que sea eso, o puede verse también como simple vida de excesos. La noche es una fiesta de luces que chocan. Caminando solo, quizás llorando, como alguna vez me contó que escribió su primer libro, en un estado de melancólica enfermedad, tomando antidepresivos y vagando por las calles como único habitante.
LO: ¿No sé si podes contarme alguna anécdota de algo que te haya pasado en la zona 1?
MT: Que me hayan asaltado dos veces –me dice –, esas dos veces que te conté, de ahí todo lo demás muy bien.
LO: ¿Qué referencias hay en tu poesía a la zona 1?
MT: Todas y cada una –me dice interesado –, porque a pesar de vivir fuera del Centro Histórico, la considero mi segunda casa; todo lo que tiene que ver con la ciudad me afecta y me genera al escribir. Estuve viviendo en un pueblo y me gusta por unos días, luego, es bien raro que empiece a extrañar el movimiento, el ruido general de las bocinas de carros y camionetas, los gritos de los vendedores, el caos, el ruido.
LO: ¿Cómo ves el carácter de los eventos literarios en la zona 1?
MT: A veces me generan dificultades…, no sé como interpretarlo, he sentido la exclusión alguna vez; por ejemplo, no sé si decirlo, pero por lo menos algunos lugares pareciera que sólo fueron hechos para un grupo de amigos, siempre esta marcado por los mismos, es decir… habemos otros; y no es que este yo en el bando de Simón Pedroza ni mucho menos. Creo que finalmente los lugares deberían abrirse más a los demás, el Gran Hotel esta haciendo esa función a un nivel mejor, Casa Cervantes o el Bar el Olvido donde hay que tomar el espacio. El año pasado…, no, antepasado…-corrige- fue Animal de Monte en Xela, yo ya tenía el Escop(o)etas para una muerte en ver(sos) ba…l…a y de pura casualidad andaba por Xela cuando vi el cartel y entonces me regresé a mi casa para traer dinero y me regresé a Xela de nuevo; recuerdo que llegué con el encargado de Metáfora para decirle que me incluyera y me dijo que ya estaban todos, y eso que iba a pagar yo mismo mis gastos; y así te podría contar un par más... En Asalto al Cielo, me metí casi de colado porque Héctor Montesinos y Yaxkin Melchy me invitaron por la presentación del libro de la Cartonera.

Nos llevó un momento largo hablar sobre como había presentado su segundo libro. Me contó que su gusto por la pintura volvió, al darse cuenta que tendría que editar el libro en Guatemala, en la recolección de cartón por la sexta avenida, en la buena y puntual ayuda del editor Simón Pedroza, de cómo había nacido la idea desde México de parte de un poeta chileno en contra de las editoriales establecidas en un comercio lejos del bolsillo del consumidor actual.
LO: Cambiando un poco de tema ¿qué pensas de la moda?
MT: La moda, eso si me fascina –me dice, sonriendo de esa forma que ya he notado que revela cuando algo realmente le agrada –, creo en la moda desde el sentido de la comodidad, la actitud y la creación.
Siento que ha dicho una frase grandiosa. Pero, cómo no puede creer en eso si ha vestido casi a todo el mundo en la zona 1. Sus playeras tye dye se ven en todos lados y es uno de los pocos que lo hace artesanalmente aún.
LO: ¿Cuál es tu estilo de vestir, si lo pudieras definir?
MT: Mira, yo agarro de todos los estilos, me gusta el retro sport de los 80´s, la colaboración de los 70´s también, cada época nos dejó algo.
LO: Una pregunta que nunca te hayan hecho y que quisieras responder.
MT: Tal vez –se queda pensando – ¿Qué pensas del movimiento artístico Gay?
LO: ¿Y que responderías?
MT: Siento que hay mara muy enclosetada, y algunos nos encasillan, el gay sólo puede ser estilista, diseñador, tal vez modisto o padrote, pero no lo ven como escritor, o como artista, y hay muchos que escriben, pero creen que la protesta sólo la pueden hacer en una marcha por las calles del centro… me comprendes, tiene que haber más movimiento de letras, como antes que era tan natural en Rimbaud o Georges Sand.
LO: ¿Que pregunta le harías a Dios si existiera? –le pregunto finalmente.
MT: Yo no creo en Dios, creo que no creo en nada –me responde.
Salimos a la calle. Yo enciendo un cigarro y veo el edificio el Centro con su fachada de apartamentos verticales, el mundo de gente que pasa y corre por la sexta avenida y bajan por la novena calle. Veo a un Michael Jackson bailando sin música pero idéntico a lo lejos. Recostados en un automóvil, luego que me contara todas las dificultades que pasó para publicar su libros, me doy cuenta que la poesía de Tzoc es eso, una búsqueda obstinada a la espera de la apertura espiritual de una generación sobreviviente de la doble moral.

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Manuel Gabriel Tzoc Bucup (1982) publicó su primer libro en el 2006 Escop(o)etas para una muerte en ver(sos) ba…l…a, por la editorial artesanal Folio 114. Pertenece al colectivo de poesía emergente sociedad optativa de poetas anónimos (SOPA). Actualmente prepara otros libros de poemas. De Textos insanos, es de la colección de poesía Sol verde de la editorial Santa Muerte Cartonera, México.

The Smiths- There is a light that never goes out
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Lester Oliveros

Guatemala martes 12 de enero del año 2010

lunes, 25 de enero de 2010

RASTRO DE UNA ESTRELLA AMARILLA



A Claudia Maria,

una mujer que está aprendiendo a caminar sobre el agua.

1 poema

Un poema nace de tus labios como hiedra. Sube a tu cielo inventado y no sabes cómo ni cuándo volver a hacia ti. De esa soledad sin luna puedo mirar desde lo alto tus ojos abiertos como mares infinitos y al mismo tiempo como celestes agujeros claros y pequeños. Como en un filoso pensamiento donde cortan los diamantes a las estrellas más finas. Tu boca de donde nacen las palabras, tu boca donde brota suave la mañana clandestina, el pensamiento como una flor amarilla llena de mariposas.

2 poemas

Tus ojos son los péndulos donde nace mi conciencia de lo bello. Miro a uno y a otro y encuentro de los mitos, de los dobles, de los sueños. Sueño la mirada hacia el campo desde una camioneta, sueño la mirada hacia unas palabras inventadas en un muro antiguo, sueño que es de día y mi sueño esta en tus ojos. Sueño que la luz es como blanca y tus pasos como ciegos. Podría dormir concentrado cerca de tu puerta, bajo tus ojos, en tu mirada como un lienzo, en tu mirada como una ola, en tu mirada profunda y concentrada a las cinco de la tarde. ¿Cómo imaginar lo que piensas desde tus ojos negros? Podría nacer una ciencia de tus ojos eternos donde el pensamiento sigue vivo como una pantera.

3 poemas

Solo voy aprendiendo a seguirte. No necesito más que eso. Que me lleves de la mano hasta la playa.

4 poemas

Sin conocerte te conozco. En otros tiempos, desiertos siderales y polvo natural de mar. Sin decir una palabra me dejas pensando en miles de signos. Todo es sonido. Todo es luz. Somos ondas de sonido iluminado. Préstame las palabras que nacen de tus manos para componer con esas perlas los sonidos de este ahora, que rueden como orbitas en ejes intemporales.

5 poemas

De tu cuerpo hago palabras, dulces y blancas como playas lunares. Me pulverizo con la rosa de tus piernas. Soy otro cuando me acerco lentamente a las lunas de tu espalda. Hago alquimia, hago magia con tu pelo al viento como en una escena de algún cuento fantástico. Temo despertar. Veo tu desnudez entre las hojas. Sale el sol y caen lunas. Cierto caracol hace una llama sonora en el centro de tu pecho. Mi mano avanza lentamente hasta tocar los frutos de un árbol sagrado, un cuerpo suspendido en los ocasos que son como auroras otoñales. Digo tu nombre al cielo de tus pechos y nace la vida como una explosión de gritos.

6 poemas

Me alienta que no me reconozcas en las calles de la ciudad y al mismo tiempo al cerrar los ojos me mires escondido en una esquina de tu propia oscuridad. Soy invisible hasta los sueños. Soy como esa película vieja de la que ya no queda ni memoria, soy como los primeros dos meses de vida de los que nadie recuerda nada. Soy como los viejos billetes que se rompen de mano en mano. Aun así, soy el que te niega la muerte. El que te cierra la puerta, el que te empuja al delirio, el que te hace victima y victimario, el que te ruega por dentro que abras las ventanas de tus ojos para salir al mundo que flota sobre nada. Tú sales de nuevo de ti.

7 poemas

Mujer, símbolo sin signo, numérica y poblada de gentes. Multitudinaria. Con voz de trueno, lava, volcán, cráter relámpago. Tu centro del universo es la voz desde el útero cuando la quietud de tus palabras adormecía el mundo y volvía del ensueño el primer hombre.

8 poemas

Empiezo por el final contigo. De la anónima forma de tus hombros. De la exquisita arquitectura de las flores. Voy en un día normal pensando por dentro las estrellas. Fuegos que saltan de los reflejos de la calle galáctica. Única y eterna, va la luz por nuestros cielos, en viaje sin retorno.

9 poemas

Al final, como siempre me dijiste, esta la noche llena de estrellas.

10 poemas

No te hubiese conocido si no fueras amiga de los encuentros. Amiga de lo imposible. Voz entre bits, no sólo letras. Avatar arando el agua para escribir una historia de un solo trazo. Accidente virtual. Bello crucigrama de interrogantes. Juego de ópalos. Fruta terrenal. Temerosa de todo y de nada. Escéptica de todas las voces que empiecen con te amo. Una madeja con varios nudos ciegos.

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Lester Oliveros Guatemala 22/01/10

pintura de Joan Miró

miércoles, 20 de enero de 2010

TRANSCRIPCION SOBRE LA ARENA-




El Cadáver levantó su cuerpo con dificultad y caminó hacía nosotros. Parecía estar esperándonos en el deterioro de su existencia. Sus ropas estaban corrompidas por la humedad, y los huesos de su cuerpo insólito, ahora se veían devastados por su permanencia en la tierra. Le brotaban líquenes y hongos dentro de las costillas, y bromelias en las cuencas donde antes estaban los ojos, y brotes silvestres entre los dedos de los pies que le nacían dentro de los zapatos. Me pareció triste el olor a tierra húmeda, como la profunda sensación de estar frete a un muerto que seguía siendo consumido ante mis ojos. Pero aún así, mantenía el carácter digno de las ánimas en pena.
- ¿Cómo están todos? –me preguntó con una voz fósil, que le salía de entre los huesos de las mandíbulas.
Hasta entonces lo reconocí. Era el mismo que me había llevado a ver el fútbol. Aunque estaba más viejo y más muerto. Entonces le reconocí el uniforme de gala, y las charreteras e insignias oxidadas, y las condecoraciones podridas con las banderitas sucias a punto de caerse al suelo.
- ¿Qué esta esperando aquí? –le pregunté.
- No estoy esperando nada, ahora ya no puedo esperar, ahora sólo quisiera saber como están ustedes –dijo.
- Todo está como siempre, no ha cambiado nada –le dije –. Lo que no puedo entender es por qué esta aquí aún.
- Sólo quería verte –me dijo –. Ya no soy el mismo.
- Lo dudo –le respondí con rabia.
- Quién es ella –me preguntó.
- Es mi prometida, la acompaño al entierro de su tía.
- Los entierros siempre son tristes, pero auguran la vida.
- Uno mira a los familiares reunidos y parece el momento oportuno para hablar lo más sincero posible, pero ninguno se decide a tiempo, hasta que se olvidan las visitas al cementerio.
- Eso parece ser verdad.
Elena me sorprendió. Se mantenía en silencio al lado mío, acompañándome, como si entendiera plenamente aquel encuentro. Nos sentamos en una banca. Su estado me conmovía. No pude evitar ver su uniforme, con los botones sin brillo, y sus ropas exiguas, desechas por la humedad, su pantalón roto por algún esfuerzo material, y los zapatos desgastados desde el día de su muerte. ¿Quién lo habría enterrado? ¿Sus padres? ¿Una de sus lánguidas amantes, una de sus tantas mujeres con las que presumía? ¿Quién podría haberlo llorado? ¿Sus hijos regados? ¿Sus hijas, sus nietos? Ninguno de nosotros habíamos ido a su entierro. No supimos sino uno año después. Pero de todas formas no habríamos ido. No hubiésemos estado a tono con la situación. No nos hubiéramos visto tristes, sino en paz, quizás felices de saber que ya no compartíamos el mismo aire con él.
- Sólo quería verte –me repitió con tristeza, y de su mandíbula salió un olor a estiércol.
Su cabello enredado, blanco y largo, le llegaba a los huesos de los hombros. Su traje militar se le iba destruyendo fatalmente por las secreciones de su cuerpo en descomposición.
- ¿Recuerda a todos los que lo enterraron?
- Si, los recuerdo a todos.
- ¿No le dio tristeza morirse? –le pregunté en un tono impersonal.
- No, lo que me dio fue pena, porque es muy vergonzoso –me dijo –. Sentís como si te echaran de tu casa siendo un niño; la muerte es la calle más ancha, no hay descanso en ella porque no tiene techo, hijo.
- También la vida es algo así –dijo Elena, y luego le preguntó –. ¿Lo dejan andar así por el cementerio?
- Hicimos un trato con el guardián, cuando el se duerme, yo me quedo cuidando, y a él le conviene –dijo con una sonrisa, si es que ese ruido seco, fuera una expresión de alegría.
Caminamos por el cementerio, hacía el cortejo, al ver entrar a la gente vestida de negro, con sus velos de seda oscura las mujeres, con sus miradas graves, con el paso sencillo que se adquiere en la entrada del cementerio, con la humildad que se trasfiere al ver los nombres y apellidos de tanto ser humano hecho polvo. Oímos el discurso que dio un familiar de Elena; un señor muy culto que reseño su vida desde su nacimiento hasta su muerte. Vimos como cargaban la caja de lujo y la iban metiendo poco a poco en ese mausoleo, y como los albañiles ponían ladrillo por ladrillo en el pequeño cuadro que era como una puerta lapidada. Elena lloró en todo el camino de regreso. Me sentía cansado de ver al cadáver, de sentir su mortalidad exaltada, y me disponía a despedirme, a irme del cementerio y no volver jamás. Regresaría a mi vida de siempre, mi madre estaría en casa cocinado un guisado, y yo prepararía una taza de café y me refugiaría en mi sillón favorito a leer aquel libro con poemas de Apollinaire, y sería feliz.
- Dale un abrazo a tu padre –me ordeno Elena, con ternura.
No me dio tiempo de nada, oía sus pasos tras de mi cada vez más lentos, más leves, como si arrastrara todo su cuerpo contra la tierra.
- Ésta es mi tumba –dijo el cadáver –. Señalando el lugar donde estaba una lápida de mármol con letras de bronce “Saulo Demóstenes Ramos López”, y debajo del nombre “…pues somos como la hierba del campo, que hoy es y mañana perece”, unas flores podridas adornaban la tumba con su olor iracundo.
- Aquí se debe sentir mejor que allá afuera –le dije y le di un abrazo. Ya no sentía rencor sino un deseo simple de llorar a solas.
El viento del atardecer sopló, barriendo las hojas del suelo en un remolino sediento. El cadáver ya no tenía cabello en su cabeza, las finas hebras eran arrancadas de su cráneo poroso. Iba desmoronándose conforme el viento le socavaba los huesos hasta el tuétano, el rostro y todo lo demás, en su disolución final, hasta que sus insignias cayeron al suelo, desamparadas, sobre un montón de tierra. Elena y yo nos abrazamos, hasta que el viento mortal dejó de soplar.




-2003-

viernes, 15 de enero de 2010

148 PALABRAS A PORT-AU-PRINCE (HAITI)

A Haiti, isla de la que me siento habitante.

Desde la sangre al temblor, desde lo lejos del grito sobre un continente donde el mar ha hecho islas, desde la madre al hijo, desde el hambre y los muertos remecidos por los terremotos del cielo, un Cristo sepultado en una iglesia rota como un manto de sangre, unos cuantos miles de años de pobreza y silencio, el mundo girando en la noche abierta que es la vida de mujeres haitianas. Hasta cuando el viento nos traiga las bocas y los rostros de niños bajo paredes de tierra, sin luz, sin agua, sin pan, sin nada. En las casas de cuatro paredes sin techo, en las calles dobladas por el viento, bajo el agua salada y los pies sobre la playa, el pobre, esclavo de las horas sin luz, busca la luna como esperanza de lo blanco. Los niños siguen jugando a la vida por las calles derrumbadas.

Du sang au tremblement, depuis lui loin du cri sur un continent où la mer a fait des îles, de la mère au fils, depuis la faim et les morts rebercés par les tremblements de terre du ciel, un Christ enseveli dans une église cassée comme une mante de sang, quelques milliers d'années de pauvreté et de silence, le monde en tournant dans la nuit ouverte qui est la vie de femmes haïtiennes. Jusqu'à quand le vent nous apporte les bouches et les visages d'enfants sous des murs de terre, sans lumière, sans eau, sans pain, sans rien. Dans les maisons de quatre murs sans toit, dans les rues doublées par le vent, sous l'eau salée et les pieds sur la plage, le pauvre, un esclave des heures sans lumière, cherche la lune comme espérance du blanc. Les enfants continuent de jouer à la vie par les rues abattues.

lunes, 11 de enero de 2010

DOS FIESTAS DE FIN DE AÑO (DIARIO PERSONAL)




24 de Diciembre2009:

Tengo que confesar a fin de cuentas que yo tuve una infancia feliz. Creo que me di cuenta de esto el 24 de diciembre al querer una navidad sin nadie. En el alma tenía unos deseos enormes de sentarme en mi cama con una botella de ron y beber hasta que me dieran ganas de llamar alguna amiga y saludarla desde mi cueva, sin ningún motivo de por medio que el oír tras el auricular la vida familiar a lo lejos, luego seguir bebiendo hasta caer completamente borracho sobre mi almohada sin ningún ánimo de soñar, sin ninguna voluntad, seguro de que no oiría los cuetes ni los brindis, ni los abrazos, ni los besos, ni las oraciones, ni el sonido de la gente reunida en una mesa dispuesta para la cena fábula de las doce de la noche. Así, fue. Por primera vez en mi vida tuve el valor de pasar una navidad conmigo y al mismo tiempo sin mí. Cualquiera puede acusarme de egoísta, no los culparé nunca, pero fue mi deseo y muchos regalos inmateriales vendrán por ese conjuro.
La verdad es que soy muy sociable. Había comprado dos botellas: una de ron, y una de sidra. La de sidra la pasé a dejar a la galería Ultravioleta, porque pensaba despertar a las dos de la mañana y llegar a celebrar la vida con los amigos en la Navidavison. Pero no me despertó nada. A las cinco de la mañana abrí los ojos y pude sentir la quietud de ese día, la soledad de las calles, la completa vacuidad de la madrugada del 25 de diciembre. Caminé por la sexta pensando en la posibilidad de que ya todo hubiera pasado; sintiendo una sed y una nostalgia de las voces y el gentío cotidiano de esa avenida babilónica y hasta el final pude oír, al acercarme a la esquina, el sonido familiar de la fiesta. Ya adentro encontré mi botella hasta el fondo de una hielera que rebalsaba latas de cerveza. Vi el salón con varios amigos tirados sobre cojines y la música a todo volumen. Dos parejas bailaban como si acabaran de llegar. Muchos estaban sentados en la saliente grandiosa donde hablaban ya de los estragos divertidos de la noche. Un amigo, completamente ebrio repetía, sin darse cuenta, la misma frase una y otra vez y su compañero reía con esa risa natural en las personas desveladas en una fiesta hasta la madrugada. No pude mantenerme en pie mucho tiempo y también fui de los que alistó sus cojines árabes y se plantó a dormir un poco. Ahí fue cuando recordé la casa de mi abuela y las fiestas navideñas en las que llegaban todos mis tíos con sus familias en multitud. Las uvas y las manzanas como un adorno en la mitad de la mesa y, la espera sagrada y pagana, para la cena de la media noche. Los cohetes, las ametralladoras de a cincuenta metros que compraba un tío, los volcancitos, los canchinflines convictos con los que uno terminaba quemando el estreno. Me levanté, agarre mi botella de vino espumoso y salí a caminar, sin despedirme de nadie.


31 de Diciembre2009:


12:20am
Ahí estábamos con mi hermano Fermín, en una tienda en la avenida de las Américas, bajándonos del carro luego de haber hablado con mi papá y contarle que estábamos en el puerto de San José. Su novia se volteó, luego de ver las luces pirotécnicas y oír a lo lejos unos cuantos cohetillos, y me dio un abrazo deseándome feliz año. Abracé a mi hermano y le desee lo mismo, extrañado y riéndome de estar a esa hora exactamente en una Liquor Store donde hacía cinco años pasamos con unos amigos a comprar lo mismo. Un buen amigo de mi hermano pedía una botella en la reja, desde donde se miraban brillar las lucecitas.

11:00pm
Estábamos en una colonia de Boca del Monte. Su novia nos invito a unos vasos de vino mientras les daba el abrazo a sus padres. Los que nunca pude ver porque estarían preparando todo para la cena, como los preparativos que hacían en casa de mi abuela para esa fecha. Al llegar pude saludar a un compañero de la iglesita de la zona cinco a donde nos llevaban de pequeños; tenía por lo menos diez años de no verlo, había crecido y engordado tanto que parecía un señor mayor que yo. Pudimos compartir una cerveza con los vecinos de Florentina, que era el nombre de la novia de mi hermano. Luego paso eso que a veces uno ve en otros y sabe que a uno le ha pasado antes de alguna forma. Nos subimos al carro y fuimos a buscar a Luciano, un amigo de mi hermano, mientras terminaban, dentro del carro, una discusión sobre las contrariedades de las familias.

1:00am
A la una de la mañana estábamos compartiendo en la casa de una vecina de Florentina. La cena de año nuevo fue un accidente cósmico que nos preparó el universo. Nos compartieron pavo y un arroz con una suerte de condimentos y quesos que hasta entonces yo no sabía que se podían mezclar. Dalila, la hija de doña Perla, había cocinado. Les dije que era la única Dalila que hubiera podido matar a Sansón sin cortarle el pelo, porque era alta y rubia y con un caracter de lider. Pero ante todo, eran unas vecinas con tanto sentido del humor que no sentimos el tiempo. Florentina y Fermín estaban sentados en la misma silla, que ya es un síntoma del amor, como el de compartirse la comida del mismo plato y tratar de bañarse juntos. Doña Perla me confió sobre su alcoholismo y de los años que lleva sin probar un trago. Todo esto mientras nosotros nos servíamos ron con seven up, y Luciano intentaba abrir la botella de Whisky que llevaba hasta en su caja.
- Esta botella la sirvo yo mañana -dijo doña Perla- tengo unas gallinas ahí, y estan invitados mañana al almuerzo.
Luciano intentó decir algo, pero no pudo más que reirse con Fermín.

10:00pm
Fermín es hermano mío por parte de papá; se ha vuelto a la casa de su nueva novia, que viene conociendo desde hace tres meses, desde que dejo a su mujer. No me quiero meter a comentar su vida, sólo lo hago por la estructura que le estoy dando a esta crónica de fin de año. Parecen una pareja que lleva más tiempo. A pesar de las contrariedades son felices. Se entienden, a pesar de este tiempo un poco absurdo en el que detrás del paisaje familiar de la foto de la sala se cuecen los más terribles fantasmas del desamor. No hay nada más valioso que la honestidad, y en cuanto eso se pueda salvar de una relación de años, se ha ganado una batalla intentando parecer ante los demás un derrotado. Pero la ilusion dura lo que dura el dolor, y si el amor es del bueno, con el tiempo todos les agradeceran su valentía.

4:30am
Salimos de la casa de Dalila. Nos despedimos de su mamá que para ese momento ya se miraba con sueño. Tambíen de una señora muy sonriente que le celebraba las palabrotas a Luciano al calor de las copas; también de un señor que nunca se extendía porque estaba seguramente recordando otras fiestas, de Dalila que trataba de contar sus viajes y todos hablábamos al mismo tiempo, de mi que trataba de decir un poema de Neruda y se me olvido tratando de hacer uno mío, del año viejo, en suma, celebración fúnebre de una temporada en crisis en toda latinoamerica.

6:00pm
Antes de terminar esta crónica:
Estuve parado frente al Super24 de las Américas esperando a mi hermano. Unos policías, que pasaban se me quedaron viendo, y yo no tuve la diplomacia de voltearles la mirada. Así que llegaron y me arrebataron mi bolsón. Mientras registraban tratando de encontrar quién sabe qué. Yo les decía que eso era prohibido, que sólo deberían haberme pedido mis papeles. Dámelos pues, dijo el policía. Trate de buscarlos en el bolsón que aún tenía el segundo policía y reaccionó violentamente. Yo les expliqué que los tenía en el bolsón. El primer policía era moreno y se miraba muy cansado y alterado, el segundo le seguía todo su drama. Saqué mi cédula y la vieron con desgana y se fueron diciéndome que si me volvían a ver allí mal parado que me las iba a ver con ellos. Yo les logré gritar que no podían hacer eso. Me volvieron a ver los dos con un rencor amargo. Cuando estaban como a unos veinte metros oí que me hablaban y era un sujeto que había visto todo y me decía que los policías eran una mierda. Supé que era venezolano y me prestó su propio teléfono para llamar a Fermín. A los quince minutos estaba allí. Me presentó a Florentina que se le veía feliz de verlo feliz a el. Así empezó la noche.
0:00am
01/01/2010
http://www.youtube.com/watch?v=tKbBiR89KSo

fotografía: Byron Marmol
Edna Sandoval y yo en la exposición de los trabajos de Naufus.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...