viernes, 4 de septiembre de 2009

VIVIR PARA CONTARLA


Todo aquel que piense que la vida siempre es cruel,
tiene que saber que no es asi,
que tan solo hay momentos malos, y todo pasa.
Todo aquel que piense que esto nunca va a cambiar,
tiene que saber que no es asi,
que al mal tiempo buena cara, y todo pasa.
La vida, Celia Cruz

Fue el verano de Semana Santa de 1995. Iba con mis mejores amigos de esa época. Paola, Giovanni, Daniel, Alejandra, no importaban los apellidos. Como todos, íbamos con toda la irresponsable vitalidad; como todos, bebimos; como todos, terminamos intoxicados de marihuana. Pero yo no toleré la mezcla diabolica después de dos días saturnales y, recuerdo que entré en pánico bajo los efectos del alcaloide, tanto, que luego me contaron que había saltado desde el segundo nivel al jardín y luego habían tenido que llevarme casi inconciente hasta la cama. Al despertar tenía un golpe en la cabeza. (Juan Pablo Dardon dice que su blog es un block de notas, Alan Mills dice que es el lado B de su libro, para mi el blog es un soulagement pervers en el que puedo decir ficciones y realidades alternativamente hasta la catarsis. Disculparan ustedes entonces el tono y carisma casi fatuo y aparentemente insensato de los juicios o verdades que acá se digan). Para seguir con el cuento, que puedo contar aún como bien me dijera Trudy Mercadal, el accidente que tuve en ese verano me dejó, en el buen sentido: medio loco. Lo digo ahora, que sé que el accidente que sufrí hace apenas tres días me devolvió la cordura y la humanidad. No es gratuito que Giovanni Pinzon, luego del disparo que sufrió regresará al mundo con los poderes auríferos de la balada y el pincel. Los golpes en la cabeza son muy temidos, hay mitos y leyendas tras ellos, lo he leído, me lo han dicho. Me cuenta un lector que su tío murió después de un año por un golpe en la cabeza, luego veo en el Internet que la gran mayoría de personas (más de 1.5 millones sólo en Estados Unidos), que se han dañado la cabeza por golpes graves han perdido la vida y, que hay más de 3 millones de personas, también en los Estados Unidos con problemas motores por haber sufrido de un choque automovilístico. Es alarmante los casos de niños de menos de siete años que por llevar golpes en la cabeza han quedado dañados de por vida en áreas tan básicas del cerebro como la del lenguaje y el aprendizaje, los cinco sentidos, o incluso las calidades motoras del cuerpo. En mi caso sólo tengo un ligero mareo por las mañanas, hoy lo experimenté como el efecto helicóptero en los días de suprema resaca. Me preocupé porque no me gustaría ver pasar mi vida diariamente en slow motion, pero el médico me ha dicho que es producto de la inflamación leve del lóbulo occipital. Ahora mismo suena en mis oídos Fast Car de Tracy Chapman y pienso nuevamente en la velocidad a la que vamos todos.

La vida que todos vivimos

No sé que habrá del otro lado. No sé si habrá un fiestón de cumbia, salsa y ballenato; no sé si sonara Hip-Hop o un Rave desmesurado, no sé. Solo sé que de niño creía que me iba ir al cielo. Hay algo en los libros que nos abre el entendimiento. Puedo atribuírselo a su libertad imaginaria, a su doble sentido existencial: estar entre el cielo y la tierra. Un lector es un viajero. Un escritor es un constructor de aeropuertos. Una de esas ideas de lector-viajero me llegó por la vía temporal y sensorial. Imaginé que el universo enteró era tan sólo el momentáneo sentimiento de algún ser a punto de despertar. No que el universo fuera un sueño, como lo han dicho muchos, sino que el universo fuera el éxtasis de algo a punto de despertar. No que el universo fuera una idea anterior al día, sino que el universo fuera un sumo sentimiento de alguien a punto de despertar. Estar escribiendo esto me pone del lado más vulnerable, digo esto porque sé lo que es estar a punto de despertar y tener la seguridad casi inexorable de que no vamos a despertar a menos que soñemos un sueño, creer que lo podremos hacer posible, sea cual fuere, esa es la sensación del universo, completar un destino. Lleno de estrellas nebulosas, de galaxias estelares, de soles cometas, de vientos lucidos como estar en medio de la mente y presenciar el nacimiento de una idea, o la muerte de una esperanza. El universo, en todo caso, sería como estar en el centro de un cerebro armonico y genial, una mente de un ser a punto de despertar, y que el mundo fuera una idea, tan sólo un breve ensayo de algo a punto de empezar. Lejos, más allá, las naves espaciales enviadas por el hombre, chocaran contra un cráneo inconcebible.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

UN DIA ADELANTADO PARA MI MUERTE


Golpe con golpe yo pago, beso con beso devuelvo,
esa es la ley del amor que yo aprendí.
Cancion Popular


Hace apenas una semana iba manejando mi bicicleta –una montañesa veterana de dos dueños, que le compré a un compañero de trabajo por la mitad de un sueldo. Iba pensando en las posibilidades infinitas de que tuviera un accidente, en el tiempo preciso para que una camioneta se subiera a la banqueta y me llevara como a cualquier cosa, en el tiempo exacto en el que un automovilista ebrio virará y me lanzará desmemoriado contra un poste de luz. Y paso ayer eso que temía. El tiempo preciso es indoblegable. Iba por la sexta avenida de la zona 4, pasándome del lado izquierdo a derecho precisamente frente al hotel Cortijo Reforma, cuando vi un Pic Up con las luces altas que se detuvo en un cruce de calle y, pensé, tuve la certeza que podía cruzar, y que, como en otras veces, el piloto se detendría ansioso mientras pasaba el molesto ciclista. Pero aceleró. Recuerdo que sentí algo parecido al pánico porque grite ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOO! No recuerdo nada más que, tratando de volver en sí mientras estaba conciente de estar tirado a media calle buscando la banqueta casi arrastrándome. De algún lado llegaron personas que me prestaron ayuda. Recuerdo que les pedí sentarme porque sentía que mi cabeza era un globo que iba creciendo y que podría explotar en cualquier momento. Recuerdo también a unos señores, teléfono en mano, llamando una ambulancia; vi a un hombre de playera blanca –no recuerdo los rostros –con mi bicicleta en las manos y a otro que, mientras me iba pasando el susto, me levantaba para llevarme al otro lado, el lado donde el conductor del Pic Up, me esperaba y esperaba también su placa delantera que salto en pedazos. Antes tengo que decir que nunca me había pasado algo semejante, pero imaginaba eso con más nostalgia, quizás solo, pero al contrario, hasta unos señores que disfrutaban de cervezas Gallo salieron a apoyar al chico accidentado. Pasa de todo. El conductor del Pic Up era un hombre maduro pero juvenil, alto, consternado, que esperaba ya con alguien de su empresa, sabio y experimentado en accidentes quizás más catastróficos que el mío. Hasta entonces mi accidente era catastrófico porque nadie podía estar seguro hasta que punto estaba lastimado. Tenía una contusión grave en el pie izquierdo que me impedía mantenerme en pie, un gran chichón en la cabeza, inmediato y desmedido. Todo se arregló, yo deje que las cosas siguieran el curso de lo que iba pasando. Me subí al Pic Up, y se ofrecieron a llevarme e irme a traer de la Exposición de FOTO30, a la que aún quería ir. Reaccioné al recordar los síntomas de una contusión grave. Me llevaron a mi casa. En el camino, me di cuenta que necesitaban tener mis datos por si desmayaba. Ellos a su vez me fueron diciendo que me iban a restaurar la bicicleta y se iban a hacer cargo de los gastos del médico al otro día. Me enteré que el conductor era ingeniero de una empresa de seguridad (nombre que prefiero no difundir por razones éticas) y que estaba muy preocupado, porque también había sido la primera vez que le pasaba algo tan bizarro. En cambio don Luís Cabrera volvió ameno el viaje. Le conté que escribía, que acababa de ir a dejar el borrador de ZOO-í-(Lógico), que iba para FOTO30 en la Alianza Francesa, todo eso que viene detrás de la confesión, las bromas y al llegar a casa, con dos calmantes, un Gatorade y la promesa de que todo se arreglaría, terminé llorando, dando gracias, pidiendo perdón a todos y esas cosas después del shock. Al otro día, por la mañana llegaron por mi, don Luis Cabrera y el doctor de la empresa. Luis, me preguntó por el nombre de mi blog porque me dijo que de seguro tendría algo que escribir algo sobre eso. Le dije que talvez. Pero lo que más me conmovió, y esta es la moraleja del cuento, mis amigos lectores –porque ahora si les estoy escribiendo yo–, es que no había tal FOTO30 ayer, porque no era dos de septiembre, me había adelantado un día. La fecha es hoy.

Confesión Final

Estuve cerca de la muerte. Eso no es nada del otro mundo. Se siente que uno se va sin despedirse de todos, eso si, ya no hay tiempo. De ahora en adelante prometo portarme bien, no creo que me vuelva abstemio porque borracho nunca me hubiera pasado eso, ya otras veces lo he comprobado; talvez me vuelva paciente, un retiro a fin de año al DF, unos cuantos shamanes por los caminos de Castañeda, en fin, talvez voy a dejar de sentirme inmortal.

Lester Oliveros Ramírez
guate-mala 2/09/09

lunes, 31 de agosto de 2009

PORNOGRAFIA DE LOS 80´S







Ahora, sin temor, matado de la risa. Antes, temblando de miedo, casi a punto de vomitar por la boca los latidos. Sudando. Imaginando. Lo sexual es como una cuerda tendida entre dos puntos antepasados, la cuerda no existe realmente pero el que camina sobre ella la advierte a punto de dejarlo caer. La primera vez que un niño ve una escena sexual no creo que sea borrada ni con galones de pintura blanca -por decir una imagen de mal gusto- ni por otros recuerdos de horror o de armonía. Hace no mucho, escribí sobre mis años en la escuela República de Nicaragua y de uno de los chicos de una colonia peligrosa que nos llegaba a contar maravillas sexuales, seguramente oídas en las conversaciones de las esquinas por experimentados o fanfarrones. Eso fue en tercero primaria, tendríamos nueve años cuando llevó una revista PentHouse. Detrás, mientras la maestra nos explicaba los quebrados, Jorge Herrera nos enseñaba parte de la revista burlando la vigilancia de la maestra, cuando esta advertía las risas. Pero eran unas mujeres rubias, con peinados ochenteros, con pechos bronceados y sexos rasurados, tendidas sobre pieles leopardinas o sentadas en sillones de cuero, mientras, muy dueñas de si mismas, miraban el habano con un aire de exquisita categoría. Al final, le quitaron la revista a Jorgito, porque llamó demasiado la atención en el patio a la hora del recreo. Pero nunca voy a olvidar que ahí, y por su culpa, empezó mi gusto por la estética de las mujeres desnudas. Ya en sexto primaria, tenía una colección de revistas Play Boy (que ahora sé, son del promiscuo y afortunado Hugh Hefner), una pequeña pero obscena colección de comics pornográficos que ahora me darían risa, porque eran exagerados para dibujar a sus meretrices ninfomanas que fornicaban con el carnicero libidinoso, con el panadero calenturiento, con el mecánico incestuoso, y así una lista escandalosa de perversiones en tinta china que cualquiera podía comprar por tres quetzales o buscarlas en las filas de revistas y periódicos en cualquier barbería de pueblo. También compré un mazo de cartas que en el anverso tenían -mucho mas provocativas, lascivas y divinas- mujeres desnudas en poses cada vez más explicitas. No dudo que algún camionero o taxista, todavía ande con un as bajo la manga -por decir algo-, o en la billetera. Eran verdaderas piezas de colección con chicas de las más malas, sensuales y que bien podían escandalizar a algunas cuantas señoras mayores y olvidadizas. Pero lo mejor de todo eran unos lapiceros que al voltearse descubrían las bragas de la señorita en cuestión, que era pasado de mano en mano por toda la clase, con una extraña fascinación. Pero todos estábamos muy lejos de aquellas valquirias del deseo. Mucho tiempo después me enteré del abuso al que se exponian esas vedettes, que al tiempo en que nosotros nos turbabamos con sus imagenes, ellas ya eran unas veteranas que lo único que tenían de sexual era su imaginación, tras un auricular impostando la voz para seguir perturbando las ingenuas mentes de los adolescentes como yo. Ahora que lo pienso, creo que uno de los motores que me motivaron a leer fue el poder de la curiosidad sexual. No olvido la primera vez que ese leñador, El Amante de Lady Chatterley la hace suya, o como olvidar las imagenes de Zoe Valdez en ese libro Te di la Vida entera, o el consejo de algun amigo a comprar Lolita de Nabokov, Los años de Lulu de Almudena de Grandes, Bocaccio con su Decameron y la fila es más bien larga en cuanto a los escritores latinoamericanos. Mañana escribo un poco más, por ahora, voy a leer un Salmo.

miércoles, 26 de agosto de 2009

SPIT/ CUENTO ENGAVETADO


Ya se habría acostumbrado a los puntos rojos que escupia todas las noches. Y aunque fuera sorprendente escupir puntos rojos, desde la primera vez que los vio se sintió único. Todo fue que lo llevaran sus padres al doctor y que éste empezara los análisis de los puntos rojos y que le recetara unas pastillas blancas para aplacar un poco el color de los puntos. Los padres le recomendaban todas las noches que lo miraban dirigirse al baño que se tomara una de las pastillas, y el niño lo hacia sin más remedio un tanto irritado y aburrido, porque los puntos rojos le daban como una felicidad necesaria cada día. Era como si eso lo divirtiera de tal forma que no le buscaba más explicación que la creciente necesidad de ver rojo. El color rojo le gustaba desde que estaba en el kinder. Recordó a la maestra con su rostro maravillosamente maquillado y vio sus labios rojos que le decían como pintar el centro de una manzana. La imagen acaso se habría esfumado por un infinito número de colores conocidos por la vida, pero ahora le regresaba nítida y lo relacionó enseguida con el sabor dulce y el aroma inconfundible de la fruta. El doctor le preguntó ese día si había comido muchas comidas rojas y, la madre se adelantó a responder que su dieta principal era de vegetales, y sin esperar reacción de parte del doctor, como si quisiera justificarse, dijo que sus comidas eran verdes por el contenido de espinaca y ejote. Y era cierto. Tenía tanta añoranza por los pimientos y los tomates y las fresas, pero la madre quitaba del menú ordinario todo lo que tuviera el color rojo. Luego de unos análisis el doctor encontró el motivo de los puntos rojos, y lo dijo a los padres en secreto “el niño tiene puntos rojos dentro del cuerpo, esta inevitablemente infectado por el color”, y agregó “a esa edad es muy extraño que suceda eso, he visto a viejos con un diagnostico infeliz, pero a niños de seis años hasta hora”. Los padres alarmados fueron conducidos por el médico hasta su oficina y finalmente les entregó las placas de rayos x con los puntos rojos en todas las áreas del tórax y alrededor del corazón.
- ¿Será por lo menos algo que se cure por medio de terapia, o atención doctor?
- Deben de probarlo todo, si es necesario prueben con la magia –les dijo y, no parecía bromear, en realidad el doctor se veía asustado al confesarles los limites de la medicina en una sola frase.
- Esta bien doctor –dijo el padre, y no hizo más preguntas hasta la puerta del hospital –. Y si nada funciona ¿Qué nos aconseja?
- Si nada funciona pueden hacer lo que hacen muchos cuando pasan por una situación tan grave, pueden hacer una asociación de gente con puntos rojos –dijo el doctor, sin notar el desencanto en ellos.

El doctor Duchamp era un hombre seco de imaginación y logró dormir aquella noche sin que lo molestara la incertidumbre de los puntos rojos. Pero los padres que estaban conviviendo con el problema soñaron con ellos, y cada uno por su lado se despertó alternativamente contando la pesadilla que ahora los desvelaba. La madre resolvió por la madrugada llevar al niño con un mago, un brujo o un Shaman del Africa. El padre, dejando en la mesa de noche un libro sobre psicología infantil, cansado ya, trataba de convencerla de que nada era mejor que recomendarlo en las manos un gran psicoanalista. Al final los dos vieron el amanecer y les pareció de pronto el sol como una enorme confirmación de que el mundo también estaba muy enfermo de puntos.
Guatemala 3/2/98

lunes, 24 de agosto de 2009

CANCION MENTAL/RELOJ DE FLORES/ Y COLIBRI




* Antes, en algunos casos de apatía o nostalgia adolescente resolvía muchos conflictos caminando. Caminaba desde la zona 10 hasta la zona 5 y me gustaba pensar, en ese periodo, en todo lo que me iba sugiriendo el camino. Tentaciones, breves revelaciones del atardecer después del trabajo, largos monólogos interiores que iban haciéndome fuerte para darme cuenta que aquel conflicto iba a ser borrado con un poco de voluntad o de olvido. Lo cuento a propósito de mis viajes largos en bicicleta al Centro Histórico. La semana pasada caí en la cuenta que recorría varias zonas antes de llegar a casa a una hora escandalosa para las sanas conciencias y morales limpias. Luego de estar conviviendo en el festival, iba frente a Ex-Céntricos, quitaba el bronce de la cadena y empezaba a correr el tiempo por la sexta avenida, donde muchos comerciantes de discos piratas y aparatos eléctricos intentaban no hacer mucho tiempo en recoger sus mercaderías coreanas. Fu Lu Sho, siempre me guardaba una imagen nostálgica con uno o dos comensales solitarios sin ánimos de seguir viendo el periódico. Cantando una canción mental pasaba por el Teatro Nacional hacia la zona 4. Siento miedo a veces, uno realmente no sabe hasta que punto la ficción de los diarios amarillistas puede saltar en un momento de los periódicos viejos y enrolarlo a uno en una estadística que llene la pagina del News Paper del otro día. Pero no me ha pasado nada. He tenido la mayor precaución. Manejo lento tras el tráfico, pero por las noches y a esa hora, puedo correr hasta la zona nueve por la sexta avenida, hasta el Reloj de Flores de la zona 10 y seguir sintiendo libertad y el fresco aire que llega del Atlántico lado del mundo, cargado de saludables emanaciones hasta que me encuentro pasando por la zona 12 y luego la Reformita con sus oscuras calles rurales, hasta que veo la familiar avenida Petapa. Lo demás es sencillo porque es una bajada ondulada. Llego a casa en una euforia feliz de poder hacer esto con la mayor de las ingenuidades.* El sábado por la tarde fui con unos amigos a comer al Bar del Centro, tienen una pizza verdaderamente maravillosa. La acompañamos con un buen vino Cabernet. Pero antes nos habíamos tomado unos aperitivos en una tienda en la 8va. calle y 14 avenida de la zona 1, y conocimos a dos viejitos que se presentaron como vendedores de bienes raíces, y uno de ellos, el más brillante, me dijo que era familiar de Castillo Armas, que la amistad lo era todo, y que si hay amistad no falta nada. Pura sabiduría. Me dijo que el me iba a regalar un caballo blanco y que yo era un rey, que mi amiga era mi reina. Yo recordé una conversación de esas con Javier, y vino al caso, porque al final, luego de tres quezaltecas y algunas carcajadas, me pidió que besara a mi compañera. Le dije que no sólo la iba a besar para el, sino que le íbamos a bailar una pieza de la canción que sonaba en la radio. Se quedó encantado y feliz. Que viva Reymond Carver porque hice realidad un cuento suyo.
* Mucho después fuimos al Pasaje Aycinena y bebimos unos litros Cabro. Vimos pasar a unos chicos de una asociación que se dedica a fabricar sonrisas a niños en riesgo de muerte en hospitales. La chica me contó una anécdota preciosa de una niña con cáncer.* Conocí finalmente a Rosa Chávez como a las diez de la noche Es amigable y muy intuitiva. Estaba con Leonel Juracan, Rolando Orantes y no recuerdo quienes más. Me habló sobre la humildad de las palabras y un proyecto secreto para descentralizar las lecturas de poesía. Es un colibrí. Me gustó mucho su discurso, pienso que de allí podría salir una interesante anécdota que no terminará, como aquel día, después de la media noche en el Cafetín compartiendo una cerveza y unos cigarros quebrados con olor a chocolate.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...