viernes, 22 de mayo de 2009

DIBUJOS DE NIÑO (4)


La edad de los niños es la misma que la de los ancianos. Mirar desde una ventana el paso de la multitud al trabajo diario, al pan diario, al agua. Oler el miedo y saberse mortal. Extender excusas mentales, juicios indoblegables ante los demás. Excomulgar al enemigo del cielo. Creerse un buen ciudadano y viajar a Londres sin ver para abajo. Gastarse los pocos minutos en un puerto viendo las nuevas carabelas. Perder amigos a cada año. Sufrir frente a los espejos. Caminar despacio, dejar para otros el atletismo y la natación. Ver un poco menos lo que hacen los niños. Empezar a perdonar al mundo. Buscar a Dios. Perder el apetito es como olvidarnos de la tierra. Talvez a veces podamos reírnos de verdad, pero es muy difícil porque se olvidan hasta las poses. La edad de los niños es una era sin tiempo, sin leyes, sin fundamentos, donde giran como astros sostenidos por el poder invisible del misterio. La muerte es para siempre, porque la vida es breve. La vida, ya lo saben los abuelos, puede volverse a repetir. Basta con hablar del pasado para crear países alternos. Los crímenes vuelven a sangrar y los besos de la novia suceden al sueño. No hay recuerdos tristes a una edad donde la memoria es el deseo realizado. Miramos a los viejos volver a la infancia y todos sabemos que nos espera el otoño y quizás la buena suerte de una muerte natural.

jueves, 21 de mayo de 2009

CANCION TORRENCIAL (OIDA EN MAZATENANGO DESDE UNA PULLMAN)



O bruit de la pluie
Par terre et sur les toits.

Paul Verlaine

Veo al hombre vestido de soles y madrugadas eternas. Con piel oscura comprado por el destino de otros hombres; lo veo bajo el rigor de los medios días. Todo se externa y resurge del vapor como una visión. Cae la lluvia sobre todo, y a lo lejos, entre las plantaciones, ciega los llanos de sus penas áridas. Cae sin caer, llega desde lejos con su propia emanación viviente. Se doblegan las palmeras y se rompen los retoños secos, los que nunca debieron nacer. Las nubes van naciendo de la tierra conforme el sol calienta, entonces llegan las nubes negras, grises y llaman a la nostalgia con gritos húmedos, con lágrimas continuas que bendicen a los hombres que corren y miran hacia el cielo buscando una respuesta. Estos hombres conocen la tierra y los domingos cuando suben los graderíos del templo piden que llore el cielo para que la milpa o la caña, o el café, se levanten al cielo con cosecha. Cae la lluvia de repente con su tropel siniestro de rayos y de truenos, como una batalla donde mueren muchas vírgenes gimiendo. El cielo revuelto hace formas que se cruzan como agonías que conoce solo Dios, mientras este pueblo navega y se agita sobre el mar. Se bañan las mujeres, se agitan sus cuerpos curtidos, sus miradas y gestos son divinos; van dejando aromas, se presienten en los parques sus cuerpos cubiertos de sumos y semillas, envueltas en polen viento y tierra, como si volviéramos al Edén. ¡Son tan risueñas a la vista del patrón! Una de ellas tiene ramas de palma, otra un racimo de unos frutos rojos, otra pone en la iglesia verde un canasto de corozo, bajo la lluvia azul, todo bajo la lluvia sagrada que cambia de color la ciénaga. Las ramas de los árboles danzan y los viajeros ven las extensiones de semilla sembrada, la magnificencia del cielo y, sienten que deben volver, que deben seguir viviendo, que aman y que sus hijos verán la cosecha cuando ellos se vallan de esta tierra. Junto con los truenos lejanos, los rugidos de leones transparentes como gritos de luz, los ríos hacen fiesta con la lluvia púrpura; arrebatan casas y se llevan a las niñas que más quieren… dejan a los hombres solos en la ribera, llorando talvez, o a veces riendo por llorar.

lunes, 18 de mayo de 2009

MUERTE EN DOMINGO

Alguien limpia la celda de la tortura lava la sangre pero no la amargura.
Mario Benedetti


Que divertidos son los diarios al decir que un poeta ha muerto, los poetas no mueren, renacen, sobreviven, resisten. Esto lo comprobé mientras leía a muchos poetas que los diarios y biografías mencionan como difuntos. Y no me sorprendió, creo que hay seres inmortales, eso lo sabe cualquier ama de casa. Los poetas que viven para siempre son aquellos que han celebrado la vida en los más humildes escondrijos humanos, en los altos salones reales, en los mares, en los ciertos lugares secretos. La celebración de la vida a llevado a muchos a la muerte, a otros lo ha vuelto resistentes contra el diario romper de las olas. Oí que murió Mario Benedetti, un poeta de ojos atentos al caleidoscopio de los lugares secretos e íntimos de la gran casa latinoamericana. Lo vi una vez en una película llamada El Lado Oscuro del Corazón recitando un poema en alemán. Leí el libro El amor, las mujeres y la vida, y fue ahí donde llegué en desvaríos a la efímera idea que los poetas vivos vuelven a las mujeres eternas y con ellas a los sentimientos y perfumes tangibles que despiertan. Los poetas como T.S. Eliot o Walt Whitman, o García Lorca, aunque pretendan matarlos siempre se escapan por los orificios de las palabras, son su dimensión, están vivos, más vivos que un niño en una juguetería. Me acabo de enterar que los periódicos y los diccionarios son muy divertidos, unos dicen que seres eternos acaban de morir y los segundos, revelan significados que debieran actualizarse cada semana, en fin, riámonos de la seriedad, Mario Orlando Hamlet Brenno Bennedetti Farugia, no ha muerto, esta vivo con sus cinco nombres.
A los escritores les esta dando por morir en domingo, hace unos cuantos, también los diarios anunciaban la muerte de J. G. Ballard ¿será un buen día para morir?

jueves, 14 de mayo de 2009

BREVE TEXTO CON MUSICA DE NIRVANA Y POETAS EN PORTADA


Hace más o menos diez y nueve años, quería ser mayor, pintar un gran lienzo y hacerle el amor a la mademoiselle que pasaba todos los días con un aura de diosa corrompida. Tres años después ya no jugaba fútbol por la calle, me encerraba a leer y estaba a punto de ser predicador para siempre. Un año más tarde un amigo poeta me prestaba mi primer cassette de Rock. Dos horas después oía Nirvana a todo volumen. Tres meses más tarde otro amigo me prestaba mi primer cassete de REM y el Desintegration de The Cure. Eran buenos tiempos. Trabajaba en Sol y Luna, una librería a la par de la Bodeguita del Centro, cuya dueña era una norteamericana de ojos azules con más de medio siglo de experiencia en la sonrisa. Era agradable y podía ser muy solidaria con muchas causas, pero por alguna razón de sangre, es lo que me imagino, le terminé cayendo tan mal que me despidió. Ahora sólo me da risa, el problema fue porque no me salían las cuentas y no le atendía muy bien cuando me hablaba. Lo peor de este episodio, no fue el disgusto con Megan Thomas, sino con Simón Pedroza, quien me había recomendado. Creo que se enojo conmigo por mucho tiempo y, en mi actitud irresponsable decidí no volverle a hablar, así paso el concierto grandioso de libertad de expresión en el que Giovanni Pinzón leyó:


“Sordo canto/tardeces en mis oídos/ tu música/cuando corre el viento enredo de montañas/ríos rumorando cristal conectando árboles con estrellas/ en lo que dura su verde parpadeo/y mis herbívoros ojos siguen metidos en el abismo de esta oscuridad celeste salpicando los compases del pentagrama vitrinal de un latido/excelsos en el mar de luz prestos a correr la cortina de montañas”

Trabajaba para una agencia de publicidad en la que el director creativo era hijo del dueño y me habían contratado nada más porque era amigo de uno de los cerebros más prometedores para la publicidad. Unos meses más tarde estaba sirviendo mesas en un restaurante donde realmente era buena la comida y tenían la inocencia lúdica de tener un trencito encerrado en una vitrina para deleite de todos, porque también a los mayores les gustaba ver los pequeños arbolitos en toda la línea de rieles con su estación en miniatura. Fue ahí donde pude hablar con Giovanni Pinzón y le conté que me había interesado mucho su filosofía. Iba con una rubia delgada y sencilla que bien podría ser un rayo de sol. Giovanni, como siempre he comprobado en la gente grande, me invito a su café. Un año más tarde trabajaba en una sala de impresión digital donde yo era el principal. Diseñaba y escribía mis primeros relatos. Me había vuelto un bon amie de todos los músicos y creo que por eso no me enteraba de nada concerniente con la literatura. Fue en ese tiempo que en casa de un buen amigo, que ya había publicado en la mítica editorial X, oí los primeros acordes de una canción de Pearl Jam. La canción estaba en un disco llamado Ten, era Black, una canción oscura pero que llevaba toda la esencia de lo que yo sentía en lo mas remoto de todas mis pesadillas. Y, aunque ahora ya sé ingles, ya entiendo la letra, aún no he llegado a entender porque todavía me conmueve. Pero así eran esos años para mí. Me sentía un poco desamparado, tanto que una tarde que iba solo para un cine en la zona 13, me senté a llorar bajo un árbol. Esos años sufrí por puro gusto, talvez por egoísta y narciso. No sé, talvez era un pequeño monstruo, o un simple maldito. Lo cierto es que, como escribió Javier Payeras con profunda lucidez, los noventas fueron una belle merde oussi pour moa.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...