El negocio del cine es macabro, grotesco: es una mezcla de partido de fútbol y de burdel.Federico Fellini.
A Julio Hernández Cordon
He oído mucho sobre Gasolina, la película de Julio Hernández y todo lo que he oído, como suele suceder, son subjetivaciones, algunas a favor y, otras, como debe ser, en contra. Digo “como debe ser”, porque hasta ahora no he sabido de ninguna buena obra que no tenga sus detractores. Ayer la vi por fin en DVD y la fotografía me pareció maravillosa, aún mejor que cuando la vi en una sala de cine. El valor de esta película está en lo gráfico, en las escenas, las perspectivas, la luz, como un gran óleo proyectado. Es cierto que en casi toda la película los insultos y la violencia fluyen como un gran poema absurdo, pero también es cierto que en esa sencillez lingüística de estos pequeños hay poesía y sabiduría de la más elemental. Me gusta esa escena en la que ven el volcán de Agua y salta la pregunta de qué es un volcán, pues “un triangulo con un hoyo, imbécil”, responde el otro. La palabra imbécil etimológicamente tiene que ver con la debilidad de alguien para apoyarse en algo, según los romanos en un báculo, y luego esto deriva a la debilidad mental. En Gasolina el 90% de los diálogos contienen insultos que conforme la película va avanzando uno nota que es lo más honesto en toda esa apatía y desasosiego absurdo al que juegan como si fuera la única salida. Una rosa es una rosa, dijo Gertrude Stein, pero hay ciertos símbolos en esta película, que me atrevería a enumerar: la gasolina, la noche, la colonia residencial, el carro, los aviones, la playa, el chico asmático. Toda gran obra es recreada a base de obsesiones personales. Julio Hernández le dio libertad a estos contenidos latentes en esta película. La gasolina es un símbolo capitalista y por eso es vertido sobre el niño indígena que fue arroyado en la carretera; la gasolina se la roban como verdaderos ladrones subversivos. Por eso en la gasolinera, milagrosamente, siguen llenando todos los botes que desean, es un sueño hecho realidad. Los personajes cambian de valor porque a veces son guerrilleros y otras veces son el instrumento del establishment. Dualistas en el absurdo mundo que se desarrolla en ese pequeño país que es su colonia. La noche es siniestra y sospecho que tras ella, esta el poder del verdadero gobierno, la noche es la ignorancia permanente y hace que el lenguaje tenga ecos mitológicos, por ejemplo en los diálogos de Petronio y Aristófanes existen esas sátiras sobre la mala educación de los jóvenes y la decadencia del gobierno. La colonia residencial es un pequeño sistema de gobierno que estos poetas analfabetos luchan por transgredir. La pelea con el guardián en la garita es memorable, grandiosa. Me gusto también, repito, el gran arte visual que se maneja. El carro es un símbolo del progreso industrial, y aunque tampoco es de ellos, es en el vehículo donde se imaginan en avión y alucinan que van volando. La poesía de hoy esta siendo movida por el capitalismo. El avión es un símbolo del éxito y la búsqueda de estar lejos, en otro mundo. Ellos ya tienen una mala imagen de Guatemala, su lenguaje es una protesta contra el hoy en Guatemala, el lenguaje es la espalda reflejada de las instituciones y la corrupción, la falta de apoyo, la soledad más inhóspita. La soledad se ve muchísimo en cada uno de los personajes. En vez del avión, la playa. La playa es el símbolo del amor recuperado, el mar es el útero donde nos engendraron, el mar es la nostalgia del origen y la esperanza del mestizaje, la incubación infinita de este injerto que somos los jóvenes guatemaltecos.
La película que hizo Julio Hernández es una metáfora con varios referentes, el asmático, su agonía final, es el exorcismo de todos los temores de éste gran cineasta, que finalmente debía pasarle algo bueno, ganar un festival.