Colaboración de Alan Mills.
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Me queda claro. Clarísimo: poco sabemos realmente, latinos, apenas entendemos algo de ese espejismo inmenso llamado Brasil. Nos seduce, nos aterra. Y nos salva: hacia allá correremos ahora. Hemos comenzado a refugiarnos en sus embajadas. Ya sabemos que este ornitorrinco tremendo usará el pico para intimidar a los delirantes pirómanos de nuestra historia. Yo aprendí portugués trabajando para una empresa de mercadeo. Y luego llegué a disfrutar esta lengua en toda su dimensión plástica (sí, como si mirásemos los suspiros que forman las palabras por el aire), caminando esas calles adornadas de belleza, o bebiendo cervejinhas en Sao Paulo. A veces también me asusto. Pelé es un monstruo de dos cabezas: por un lado admiramos al niño negro que aprendió a jugar descalzo, pateando cocos desde las favelas hasta ganar varias copas del mundo; por el otro lado nos provoca un espanto singular mirar su cara de androide risueño hasta en las bolsas de comida para perro. Hay una intermitencia dialógica entre una dimensión visible de libertad corporal, alegría e industrialización, con otro mundo perdido, también llamado Brasil, donde pareciera que "bailan sobre cadáveres" y donde los nombres aborígenes son sólo nombres de calles perfectamente asfaltadas. Lo cierto es que hoy por hoy se vive la efervescencia olímpica por el Brasil, es la simpatía mundial, y hay un optimismo desbordado que hasta por momentos quisiera sugerirnos el final del sueño americano, para pasar ahora a construir la humanidad con la forma de un gran carnaval. Y nosotros queremos bailar con ellos, aunque nos miren con esa suspicacia de quien conoce bien los materiales con los que se arma el concreto que resiste a todo incendio. En ningún lugar se vive con tal intensidad la hibridez fronteriza entre los cosmos virtuales y sus efímeras, aunque intensas, chispas de materialidad sensual. En Brasil conocen muy bien la forma de crear proyectos acromegálicos y saben venderlos. Hay una fingida ingenuidad y un pragmatismo que podría sentar un modelo global de vida práctica. Política sin euforias, economía sin complejos: tecnología populista. ¿De verdad están bailando? A veces los brasileños nos piden que incendiemos algo, es verdad, pero finalmente lo interpretan nada más como si aquello fuera una instalación de arte. ¿Les gustará jugar con los pirómanos?, ¿construirán con los restos de nuestro desastre otro espectacular edificio en la Avenida Paulista?
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