Cuando García Márquez nació, Juan Rulfo ya tendría 11 años, pero con el tiempo habría varias simetrías asombrosas en ellos. Una fue, que los dos nacieron en pueblos igualmente remotos; los dos, al paso del tiempo, se vieron involucrados igualmente en la literatura y finalmente en el cine. Pero, la que más vale para esta nota, es su marcada personalidad y hábitos. Es de todos sabido que tanto el colombiano como el escritor mexicano, por una falta de ortografía arrancaban la hoja de la máquina de escribir y la tiraban al basurero hecha una bola despreciable. Pero este simple hábito, dio de que hablar con el tiempo. El escritor bueno, se conoce más por lo que tira que por lo que publica, diría García Márquez en alguna entrevista, explicándose.
Rulfo, por su parte, y mucho antes que García Márquez, fue animado por sus amigos, uno de ellos, Efrén Hernández, quien lo aconsejo a que ya no siguiera destruyendo sus manuscritos. Así fue como Rulfo logró publicar Un pedazo de Noche, un fragmento de una novela que luego destruyó, y de la que solo sobrevivió lo publicado. Ahora es muy estudiado y quedó como signo, de lo que habría por venir con Pedro Páramo. En Colombia, unos años más tarde, un desgreñado y joven periodista se disponía a viajar a Italia, por la inverosímil enfermedad de un Papa; y mientras limpiaba su cuarto tropezó con unas hojas mecanografiadas, que revisó de prisa y juzgó que no merecían la eternidad… Así que las tiró al tacho de basura. Por suerte, estaba con él un amigo que trabajaba para un periódico, quien al ver aquello, las sacó del basurero y emprendió la lectura quedando asombrado del escrito, que inmediatamente pensó en publicar. García Márquez dijo que no se hacía responsable del título, que era solamente un monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, y así quedó. Hoy día es uno de los cuentos más leídos y más hermosos de la literatura latinoamericana, y, a más de eso, es por el cuento que García Márquez ha recibido tantos elogios. Estos dos sucesos, relacionados, son una muestra de la verdadera vocación y una ejemplo real de los niveles que se exigían a si mismos. Luego, en el tiempo que llegó Márquez a México, su amigo y escritor, Álvaro Mutis, le prestó los únicos dos libros que publicaría Juan Rulfo, El llano en llamas y la novela Pedro Páramo.
- Lease esa vaina y aprenda a escribir -le dijo Mutis.
La novela de Rulfo dejó en un estado de encantamiento a García Márquez; se cuenta que podía recitar largos fragmentos de memoria. Finalmente García Márquez y Juan Rulfo se conocieron personalmente por su apasionado afecto al cine.