Esto me dijo mi madre un día “mira hijo en el mundo hay siete caras conocidas, es que de uno hay siete caras iguales regadas por otros países, por otras tierras, siete caras iguales que sos tu, y que seria algo así como una breve inmortalidad, ínfima omnipresencia, débil, todopoderosa”.
Yo imaginé a muchos como yo que hablaban en otra lengua, pero que todos éramos diferentes -no necesariamente iguales por dentro -quizás por fuera nuestros rostros eran iguales, repetidos, pero por dentro éramos otros, hechos por diferentes obsesiones y deseos, insatisfacciones o pasiones disímiles que nos daban diferentes satisfacciones.
Todo se fue confirmando en reuniones de trabajo, en fiestas de fin de año, o en cafeterías o discotecas, alguien, siempre me decía, vos te pareces a alguien que yo conozco, es que son iguales. Me decían el nombre de la persona y definitivamente no lo conocía. Eso me pasaba siempre, hasta que llegue a jugar con la posibilidad de que un doble mió, mejor educado que yo, sin ningún afán de reconocimiento andaba por todos lados haciéndome quedar bien sin darse cuenta. Pensé que talvez el pensaba algo sobre mi “por ahí anda uno como yo, menos educado que yo, que me esta haciendo quedar mal”. Entonces, para confundir un poco a todos esos amigos de farra que me dirían que me parecía a alguien que ellos conocían, me cambiaba de look: compré unos lentes oscuros, me deje crecer el pelo, me deje crecer la barba, y cuando eso no funcionó me rape, me colgué aretes en las orejas, me puse aretes en la ceja, me pinte los ojos de negro como T.S. Eliot, me ponía ropa vieja, y aún así, había siempre alguien que decía que yo me parecía a alguien que conocía. Era frustrante, pero luego lo tome a broma, cuando le conté a mi madre y me recordó lo de las siete caras conocidas. Me recordó que por el mundo había siete caras conocidas, siete yo que hablaban diferentes lenguas, pero entonces caí en la cuenta, que según la frecuencia de mis apariciones, todos mis caras conocidas por algún infortunio de la economía estaban aún en Guatemala.
PD. Estoy leyendo La Casa de las bellas Durmientes de Kawabata, espero terminarla antes de que empiecen las clases en la Universidad y venga Aquiles, la mar, la guerra y los valientes versos de Homero.
Guatemala 13/1/09
Lester Oliveros Ramírez
Todo se fue confirmando en reuniones de trabajo, en fiestas de fin de año, o en cafeterías o discotecas, alguien, siempre me decía, vos te pareces a alguien que yo conozco, es que son iguales. Me decían el nombre de la persona y definitivamente no lo conocía. Eso me pasaba siempre, hasta que llegue a jugar con la posibilidad de que un doble mió, mejor educado que yo, sin ningún afán de reconocimiento andaba por todos lados haciéndome quedar bien sin darse cuenta. Pensé que talvez el pensaba algo sobre mi “por ahí anda uno como yo, menos educado que yo, que me esta haciendo quedar mal”. Entonces, para confundir un poco a todos esos amigos de farra que me dirían que me parecía a alguien que ellos conocían, me cambiaba de look: compré unos lentes oscuros, me deje crecer el pelo, me deje crecer la barba, y cuando eso no funcionó me rape, me colgué aretes en las orejas, me puse aretes en la ceja, me pinte los ojos de negro como T.S. Eliot, me ponía ropa vieja, y aún así, había siempre alguien que decía que yo me parecía a alguien que conocía. Era frustrante, pero luego lo tome a broma, cuando le conté a mi madre y me recordó lo de las siete caras conocidas. Me recordó que por el mundo había siete caras conocidas, siete yo que hablaban diferentes lenguas, pero entonces caí en la cuenta, que según la frecuencia de mis apariciones, todos mis caras conocidas por algún infortunio de la economía estaban aún en Guatemala.
PD. Estoy leyendo La Casa de las bellas Durmientes de Kawabata, espero terminarla antes de que empiecen las clases en la Universidad y venga Aquiles, la mar, la guerra y los valientes versos de Homero.
Guatemala 13/1/09
Lester Oliveros Ramírez
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