Los dioses se matan sin sentir culpas. Somos el fuego sofocante que consumirá el futuro, a otros, a esos que vienen detrás de los preservativos. He aquí, el ahora. Un momento oportuno en medio de la ciudad, en medio de algún lugar de transición y error, repetición en que la serpiente olvida morderse la cola y nos termina hincando sus colmillos a nosotros mismos. El tiempo se repite para exonerar las utopías. Hay valor entonces de querer proponer un día por lo menos donde el sol salga de los libros y las eyaculaciones del subconsciente retorcido de uno solo empiecen a germinar por los oídos de todos los que nos vemos. La inconformidad a un sistema económico, el silencio de algunos desde lugares de poder, meditando sus débiles razonamientos ante una estampa de ciudad que cae desde el cielo con una rotunda lápida en la que todos morimos instantáneamente cada segundo. El que sabe piensa. El que escribe siente. El que se detiene de la cortina a cien metros a lo alto del edificio El Centro y dice lo bello que no huele a esa altura, de lo hermoso encandilado que no percibe hasta ese apartamento donde lo espera el café y la Prensa Libre.
Luchamos. Peleamos. Resistimos. Aguantamos al mundo en peso como pequeños Atlas urbanos. La cartonera Maximón no se toma en serio muchas cosas. La primera que no se toma en serio es que sea una editorial. Es un soplo de Neptuno. Quisiera poder meter el pan, el guaro y los cigarros ahí hasta la última página de este libro de Leonel Juracán que ahora es falsamente publicado. Porque la calle es traída hasta un formato básico de libro espejo, de libro objeto, de objeto muleta, de pequeña almohada para el desamparado en los altos rascacielos del planeta, un vaso de agua hasta los terribles desiertos en medio de todo, un plato en el infeliz momento en que todo falla. Leonel Juracán ha publicado ya con cierta y subrepticia esperanza Inflamable, en Editorial Cultura y los textos Manual para manejar la invisibilidad y algunos poemas y cuentos sueltos, ha escrito en esas blancas paredes de galerías fantasmas donde cyborgs del futuro levantan copas en esa semidulzura perversa que es leer un texto donde transita el miedo y el poder, la voz que se desplaza por esas galerías es la de un compadre que se ha preocupado y se ha interesado en la política de los trazos y actos, para decirlo de una forma menos desordenada: Leonel Juracán es escritor de marginalidades, poeta y como lo dice en sus palabras, un salvaje bien querido y de necesaria lectura en círculos académicos y rurales. Hoy se presentan estos poemas ya aparecidos algunos en revistas virtuales, fantasmas que nunca cesan, y recuerdo algunas palabras de Wingston González cuando alguna vez me habló del trabajo aun por reconocerse de este amigo que ahora en sus poemas siempre en tiempo real se presiente y se polariza en varios mundos.
Sea pues el libro en esta anti-presentación, en la que los escuchas serán los que nos entreguen cada palabra para envolverla en papel y cartón.
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