Sí. Esos somos. Un puzzle incompleto.
Cada pieza puesta en nosotros es
otro acertijo. Sientes que te falta algo, que estas a medias. Eres un puzzle en proceso. La imagen completa no
la ves. Solo intentas darle la vuelta a tanto trozo suelto y, de ningún modo
puedes encontrar el tuyo, tu segmento suelto.
-
Perdón,
esa es mi pieza –dice una niña de ojos rosa.
Pero tú no la escuchas entre la
angustia un tanto dislocada. Tu angustia también es un puzzle incompleto, que está a medio camino entre la intranquila red
de la histeria y la demencia.
La niña se inclina y te quita el fragmento
con sus ojos claros y enrojecidos. Ves que concluye una trenza de sí misma,
donde hace falta otro pedazo, que quizás termine dibujando una nariz y media
boca.
Pero te lamentas de nuevo y esa
tristeza es un puzzle incompleto. No
haces más que distraerte o distraer a otros. Tú no te completas. El vacío
ondulado de piezas dibuja parte de ti, pero no te logras ver del todo. Hay un
vacío y tus manos imprecisas buscan entre el montón de piezas sueltas de otros
y tú.
Pasa a veces que la pieza que tienes
en la mano, no es la tuya, es la precisa de otro, que urgente avanza y te la
arrebata sin educación. Pero ya te has acostumbrado al error. Ves el vacío y te
alientas con esperanzas, que además son otro maldito puzzle incompleto.
También ocurre a veces, que
alguien logra completarse. Se aleja intrigado, no feliz ni triste, simplemente
un poco consternado. Dirige su mirada a sus vecinos y humildemente vuelve los
ojos a su trabajo y no parece estar satisfecho. Retorna los ojos a los demás
rompecabezas y sonríe ante los aplausos internos, mudos y educados de los
demás.
Qué hay que hacer ahora, piensa,
no hay más que esperar a que todos corran hasta su mesa y él, humildemente,
como avergonzado y disculpándose, revuelva las piezas de nuevo, con los ojos
cerrados y húmedos, para volver a empezar de cero.