lunes, 28 de noviembre de 2011

El arte de no decir la verdad


               Hace poco terminé de escribir mi primer cuento en este año. Quizás también sea el último de este año. Lo cierto es que me voy a encerrar a corregir mi vida (y mi vida son mis textos). He escrito nada más una novelita y un cuento, aparte de estos textos malísimos en el blog. Es posible que haya parrandeado mucho. Digo muchas mentiras con la conciencia en paz. Me invento situaciones con una crueldad inocente. Soy un niño todavía y soy feliz a veces haciendo travesuras. Mis juguetes no dejan de ser caras construcciones psicológicas. Ya me pasaran factura una tarde.
Los primeros días en este territorio de Sacatepéquez fueron de asombro. Era necesario para mí cambiar de lugar, moverme un poco, ensayar el olvido. Lo que no me imaginé es que iba a ser, como cuando uno se tira de un trampolín y cree, es lo lógico..., creer que uno va a caer pronto en el agua y saldrá a la superficie llena de aplausos, pero no, ese paso en el vacío fue el más difícil. Nunca he logrado caer tan lento como en esos meses. Hace un mes, nada más, me dio apetito y dejé con la boca abierta a la mujer que me renta un cuarto y a sus hijos, por la alegría con la que disfrutaba un pollo frito. Me volvió el alma como quien dice.  Logré caer. Mi alma me alcanzó por fin.
En esos meses hice, por qué no decirlo, un sinfín de locuras. Desde escribir cartas llenas de sangre, lágrimas y mocos a mi ex –novia, hasta concretarme a leer un libro semanal, entre resaca y resaca. Ya no lo vuelvo hacer. Es difícil levantarse y ver el gran volcán de Agua y saber que uno no lo subiría ni loco de nuevo; o pensar que literalmente, uno si busca su superación elevándose más de mil quinientos treinta metros sobre el nivel del mar.
En fin. Yo lo único que quería era saber que se siente estar uno solo. No niego que aprendí mucho, pero es pizado. Los primeros meses uno anda como en onda, luego uno sigue en onda, pero una onda menos densa, hasta que uno aterriza y se pregunta “qué putas estoy haciendo acá tan solo”. La verdad de las mentiras es que uno ya no le atina.  Sin embargo al finalizar este año me sentí en mis huesos, el frio viento de Noviembre me hizo voltear, cual película de Hollywood, y decir “si, todo pasó como tenía que pasar, esto fue lo mejor”, me limpié la frente y me cagué de la risa. Y si, las malas palabras son la poesía al alcance de todos. 

El Instante
Ahora mismo. Este pasado invisible. Este futuro desnudo. Este ahora que es tan ritual de horas y señas, logotipos de la naturaleza. Nada es fácil. Hay que trabajar muy duro en tanto que uno ve la ilusión de tantas imágenes en una televisión. Cada respiración hace posible esa microscopía infinita de un beso y caricia. Todo parece perpetuo si uno lo ve con detenimiento. Todo parece hermoso un día como hoy a las cuatro de la tarde con ocho minutos. El final de una jornada es el final. La canción suena, resuena y alienta el pulso de mi corazón que no termina jamás de decirme que es la vida y todo lo que llevamos dentro. Es el último día del verano y yo oigo una misma canción que me recuerda de nuevo aquel barquito de papel llevado por un rio turbio y bruñido, rebotando en piedritas cibernéticas que arrojaban dorados reflejos. . Eso por un lado y por otro esa mañana en la que un grupo de compañeros de quinto primaria me lincharon por haber dicho a la maestra donde estaba su regla de madera con la que le pegaba a los más incorregibles. Tan inocente que era.  Todo está en el aire, por eso no pesa. Los barriletes que nunca llegaron al cielo ahora están flotando en el infierno. Lo verdadero es esa imagen de un Santa Claus borracho en una cantina de la diecisiete calle pidiendo una moneda con la mirada atropellada. Todos nos vamos con el viento un poco, pixel a pixel, saboreando una armonía oscura donde no existen las estrellas fugaces.
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1 comentario:

lester dijo...

Merci, vos paroles sont élégantes, jour heureux.

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