Sobre la mesa podía ver una calendario Azteca en miniatura, un libro de Octavio Paz, dos indígenas amorfos con sus cuerpos de cuchara y tenedor, garzas de madera de forma muy curiosa, un gran jaguar un poco más grande sobre una esquinera y debajo un plato policromado donde se veía una escena ceremonial por el Maíz y el sol, más allá, por el corredor hacía la otra sala, dos cuadros grandes, uno con el paisaje de Atitlán y el otro con una vista del pueblo de Chichicastenango, abajo, siempre en el pasillo, un armario de cristal con piezas de cerámica maya originales.
- Nos vamos ya licenciado –preguntó la secretaria.
- Si, ya vamos tarde a la junta del partido –respondió.
- ¿Qué tal su viaje, señor Ministro? –pregunto el chofer, con sobreactuada educación.
- Nada del otro mundo, vos –dijo riendo.
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