Luego de dos años regresé a Panajachel.
Estaba muy asustado de que fuera algo grotesco pero uno siempre se imagina todo con crueldad, tomando en cuenta que alguien como yo es siempre un criminal contra si mismo.
El viaje fue, como siempre, fascinante. Al llegar a Solola, luego de unas horas de carretera, sol y cielos puros, logré ver a una niña indígena que se sentó en una esquina de un asiento, estando otros desocupados. Entendí que su madre no le permitía estar tan lejos de ella. Recordé la foto que vi en el blog de Alan Mills que me había enternecido ese corazón de pollo que todos los cabrones llevamos dentro. Compartió su sonrisa conmigo y yo sólo podía darle un pedazo de mi pan con jamón, que aceptó con otra sonrisa que se multiplicó con la de su madre. Volteé y le dije a mi amiga que es cierto eso de que Guatemala es una mujer, una mujer tan natural y bella como esa orquídea que era esa niña, y tan madura y guerrera como esa madre tzutuhil que también era una flor de colores de lana e hilo.
Se bajaron del bus antes que viera el lago, que estaba una vuelta después como un anuncio de algo celestial de la tierra, como una valla panoramica en plena marcha. Soñaba en la radio una canción de Roció Durcal “…sé que tu no puedes, aunque intentes olvidarme, siempre volverás, una y otra vez…”, no me la sabía muy bien pero trate de cantarla. Mi amiga que es algo gótica, sonrió al darse cuenta que estaba muy conmovido. Entre las vueltas y vueltas en picada, el bus parecía un pájaro viejo y sin alas, tratando de frenar con la cabeza. Lo que vi en la calle Santander fue a muchos locos, como yo lo fui un día, tratando de embriagarse en alcohol, como si no fuera suficiente el paisaje, como si no fuera suficiente el amor y la juventud, ni la salud o la intimidad. Mi amiga me dijo que fuéramos al lago, pero tardamos un poco, porque antes esquivamos unos veinte tuc-tucs, la alfombra para la procesión, a los extrangeros palidos, y a muchos ángeles torcidos que iban y venían todo un día por el gusto de ver y ser vistos. El lago estaba verde. Algunas cosas van cambiando con la edad.
Se bajaron del bus antes que viera el lago, que estaba una vuelta después como un anuncio de algo celestial de la tierra, como una valla panoramica en plena marcha. Soñaba en la radio una canción de Roció Durcal “…sé que tu no puedes, aunque intentes olvidarme, siempre volverás, una y otra vez…”, no me la sabía muy bien pero trate de cantarla. Mi amiga que es algo gótica, sonrió al darse cuenta que estaba muy conmovido. Entre las vueltas y vueltas en picada, el bus parecía un pájaro viejo y sin alas, tratando de frenar con la cabeza. Lo que vi en la calle Santander fue a muchos locos, como yo lo fui un día, tratando de embriagarse en alcohol, como si no fuera suficiente el paisaje, como si no fuera suficiente el amor y la juventud, ni la salud o la intimidad. Mi amiga me dijo que fuéramos al lago, pero tardamos un poco, porque antes esquivamos unos veinte tuc-tucs, la alfombra para la procesión, a los extrangeros palidos, y a muchos ángeles torcidos que iban y venían todo un día por el gusto de ver y ser vistos. El lago estaba verde. Algunas cosas van cambiando con la edad.
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*El lago de Atitlan, el más bello del mundo esta en peligro. Me metí a bañar para saber que tan amarillistas eran los medios de comunicación o por simple riesgo. A la media hora tenía alegía en la piel a pesar de haber tomado una ducha y lavarme con jabón. Las hidras nos deparan otras distopias.
*Fotografia Julian Hall
1 comentario:
Que buen retrato de un lugar, logras transportarme...Cada elemento y cada instante los reconozco por tus lineas; a mi tambien logras conmoverme...Un abrazo
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