La
noche del martes salí del Tauro con un triunvirato de litros de cerveza en el
pecho ingobernable y la posibilidad de ver, aunque sea de lejos, a uno de los
sobrevivientes del boom
latinoamericano, laureado con el premio más anhelado por todos los que
intentamos borronear papeles. Y es anhelado porque con ese premio se acaban las
tediosas y largas filas para todo, incluso para el amor.
Allí
estaba el teatro más excéntrico del mundo, y de hecho el escritor ya había
empezado su conversatorio. Yo llevaba una fe insólita de que iba poder pasar,
aunque no me hubiese registrado el mentado sitio de internet.
Y
así fue, una voz dulce de aeromoza espacial me dirigió con su sonrisa a la
taquilla, donde democrática y afortunadamente me dieron la entrada sin
verificar ni siquiera mi mirada clandestina.
Habían
habilitado el nivel más alto y hasta allá me senté, viendo a Vargas Llosa como
si no fuera él mismo, sino otro idéntico del tamaño de mi dedo meñique. Ya discutía
sobre cómo empieza siempre alguna de sus novelas con una idea desdibujada, que
va tomando forma conforme se investiga sobre el tema. Sonaba muy calmado, dueño
absoluto de su presencia. Se extendía sin demora en el relato que ya tantas
veces había escuchado (y leído), sobre cómo en algún punto de la novela los
personajes toman control de todo, y la historia se escribe sola entonces, con
la autonomía tan imperativa que puede volverse otra incluso diferente. Ya lo
había dicho William Faulkner en una entrevista de Georges Plimptom, y dicen
ellos dos, que es el momento más poderoso y mágico de la creación literaria.
II
No
sabía que un argentino iba a estar en el conversatorio, pero si estaba seguro
que Francisco Pérez de Anton iba a participar.
-
Por qué, me preguntó un amigo.
-
Pues porque ya lo sé de sobra, que la editorial
de Vargas Llosa en Latinoamérica iba a necesitar de la primera luz liberal de
un escritor de clase alta.
Este
entonces, muy considerado desde su posición de pierna cruzada a la europea, le
preguntó, que de dónde el título.
-
Me había costado mucho llegar al título
–respondió Vargas Llosa –hasta que leyendo una carta de Santa Teresa de Ávila a
una amiga suya, encontré que decía “…estos
son tiempos recios…”. Y listo, allí estaba.
Entonces
yo reflexioné el curioso dato, que Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada,
la fundadora de las Carmelitas Descalzas diera el título, que luego Llosa
desdibujo más todavía en su conversación hasta llamarla en broma: tiempos revueltos.
-
Cuando hablaste en una entrevista “…que hay que investigar mucho para mentir
con conocimiento de causa…” hubo una discusión equívoca entre algunos
colegas guatemaltecos que se molestaron.
Vargas
Llosa respondió con una breve semblanza de su libro La verdad de las mentiras, y una frase de Picasso “El arte es la mentira para llegar a la
verdad”.
Nos
contó, como si estuviera en el café de la esquina, con una calma flamante, que
en la Edad Medía los clérigos se dieron cuenta que las novelas todas eran un
juego de artificios y mentiras, que la muchedumbre leía deseosa, porque
preferían vivir en la atmosfera de la historia allí contada, que en el
desesperado mundo feudal. Pero además dijo, que cuando “…un lector lee una
novela y no la cree, esa novela está muerta y enterrada…”, dando a entender que
él a veces le quitaba eventos a la realidad para hacerla creíble.
Es
curioso que Vargas Llosa sea tan sincero para decir delante del público
expectante, que al principio no tenía ningun interés por Arbenz. Y, que se
preguntaba con irritación:
“¿Por qué no reaccionó?”
“¿Por qué no se fue a la sierra a combatir?”
Pero
con la investigación de varias fuentes y la lectura continua cada vez Arbenz se
me presento como simpático y trágico.
Rememoró
que en 1954 era estudiante en la universidad San Marcos de Lima, en tanto
sucedía en Guatemala lo del golpe de estado. Los únicos países sin caudillos ni
dictadores eran Costa Rica, Chile y Uruguay, el resto eran militares rancios
manejados por la CIA. Todo esto llegó a significar para muchos “…que la
democracia no era el instrumento del progreso y que la respuesta era la revolución
socialista”. Esto fue el cultivo de cincuenta años de atraso. “Arbenz representó y representa aún aquello
que nosotros queremos, y es curioso que sea defendido por izquierdistas, y no
por demócratas”, expresó.
-
Aun no existían las noticias falsas, hasta que
Edward L. Bernays y Sam Zemurray inventaron los fake-news. Aunque suene a disculpa, no fue Estados Unidos, sino
enemigos de la democracia los que empezaron esa empresa de pánico –señaló.
Anton
le preguntó entonces, dirigiendo la conversación al libro en sí, que si los
personajes eran ya fascinantes o su imaginación los hizo extraordinarios. A lo
que Vargas Llosa sonrió y comentó de pronto, como si estuviera en La Sorbona,
que “…a los personajes de ficción algunas
veces les debe poner algunos defectos extra, y en ocasiones, a otros personajes
quitarles vicios, y que los personajes de ficción no coinciden nunca con los
modelos de vida real”.
Se
adelantó aún a precisar que su vocación la había descubierto por los
existencialistas como Jean Paul Sartre cuando dice en el Tomo II: que si tiene sentido escribir, y es muy
posible que poca gente lea, pero es necesario, porque a través de la literatura
es más rica la vida.
III
Y
así es como terminó con sus dos horas en el teatro, luego de decir que los
escritores son como los cuervos, que les gustan los cuerpos en descomposición,
y que Guatemala es un país muy bello para tener una historia tan terrible, pero
así es como los escritores trabajan, con historias recias y pavorosas. Entonces,
citó a Flaubert, y yo desee que siguiera con algunas palabras también para Víctor
Hugo y sentirme allí en ese palco tan alto, asistiendo a la conferencia de un
muchacho de 83 años, que de joven se había acercado una tarde al 28 de Dean
Street, Soho, Londres, a ver desde lejos el cuarto que habitaba Marx cuando
terminaba El Capital y sus hijos jugaban debajo de la misma mesa en la que él escribía
muy concentrado.
Lester
Oliveros Ramírez
Guatemala
5 de dic 2019