Por una razón bastante extraña me quedé una
noche entera a las puertas del hospital Roosevelt, que por cierto, se le
han caído las letras SE. Pero eso tan solo es el comienzo de una
crónica que me cambió la forma de ver las madrugadas. No diré más que lo
que vi, ni enlazaré paralelo a esto las deficiencias en los dos
hospitales nacionales de mayor cobertura, simplemente me centraré en
algunos detalles.
7:00pm. Llego y me siento un rato. Va a ser una
noche larga. Hay cuida carros, uno de ellos grita desde los cien metros
hasta donde yo estoy. Su voz implica una disfuncionalidad. Es aguda y
ríe con todos mientras saluda descontroladamente. Pero es amable. Igual a
él, un veterano con cara de santo antigüeño, es decir, español barbudo y
gracioso, que también me da las buenas noches. Parece investigar a qué
llego o qué estoy haciendo allí sentado, con cara de no se den cuenta de
mí. Le respondo algo y se aleja contento, sube las gradas, encuentra un
plato con algo de comida y se lo come sin reparar en nadie, luego se
acuesta allí mismo y se queda dormido.
Me entretengo viendo las
paredes de vidrio tapizadas con información importante, requisitos para
los donadores diarios de sangre. Se lee que no deben estar desvelados y
los demás requisitos que ya explicaré. Mientras tanto ya ha llegado a
la puerta principal una señora mayor y una más joven que parece es su
familiar.
8:00pm. Han llegado hasta donde yo estoy dos señores. Uno
lleva unos cartones y el otro una mochila desgastada. Me saludan y
pronto me doy cuenta que uno de ellos, moreno y de unos cincuenta años,
delgado y arterial, habla detalles de una noche anterior. El otro busca
en su teléfono una canción. A la par de ellos están los teléfonos
públicos. Parecen esperar el momento de ir a dormir. Me levanto un rato y
veo que salen muchos trabajadores del hospital, señoras y estudiantes
de medicina, practicantes. Los espera un bus que originalmente debe
servir de ambulancia. Imagino que por su seguridad, los llevan hasta
algún lugar cercano para que tomen su transporte directo a sus casas. Me
lo confirman esos mismos señores que platican sobre canciones. Entre
eso me comparten algunos comentarios, por ejemplo que ya hay cuatro
personas haciendo cola en la puerta principal, y que son donadores de
sangre, que deben llegar a esa hora bárbara para entrar en los primero
lugares al otro día, a las cinco de la mañana que empiezan a recibirlos.
Hay una cafetería dentro del hospital que no cierra en toda la
noche. Los señores me cuentan que las puertas del hospital las cierran. A
lo lejos veo la garita de Emergencia del hospital y una ambulancia que
solo con las luces intermitentes anuncia su urgente entrada.
9:00pm. Se detiene una Pathfinder color negro frente a las puertas
principales del hospital. Un hombre abre la puerta trasera y junto con
una mujer madura, rubia y con un aspecto agradable, empiezan a repartir
pastel, hamburguesas y café, a los primeros que se acercan. Ella misma
llama al muchacho que cuida carros. Este llega riendo y la abraza. La
señora le ofrece pastel y se adelanta hasta las gradas, a regañar en
broma al veterano que se ha despertado al fin. Le reclama que por qué
volvió a tomar. Pero el hombre no ha tomado, solo se le adelantó el
sueño, le cuenta entre risas. Todos comen pastel. El cuida carros es
apodado “el tío”, y ahora recibe de regalo la caja todavía con algunos
pastelitos, que el reparte entre la gente en lo alto de las gradas que
le reciben con gratitud, aun disculpándose, pero él insiste y comparte
lo que le han dado. Pequeña fiesta de luz en un lugar tan duro.
Los
dos señores que esperan irse a dormir, concretan que después de esa
cena ya están listos, o casi, ya que se les une otro personaje, uno con
facha de vendedor, pero que en realidad es un señor que visita iglesias
en busca de caridad, y que por esa razón rechaza una hamburguesa que le
pasa regalando “el tío”. Nos cuenta que está en ayuno. Yo me sorprendo
cada vez más.
Han cerrado ya las puertas del hospital, solo se ve como los practicantes entran y salen a intervalos de la cafetería.
10:00pm. El viento allí golpea como si fueran olas invisibles, frías y
cortantes. Se siente usted solo, pues si todavía no lo está, lo estará.
Algunos se recuperan, pero hay allí adentro enfermos, gente que va a
pasos lentos. En lo alto se ven las luces aún encendidas para hombres y
mujeres que cierran los ojos aun soñando. La gente trata de inventarse
otra realidad conversando.
10:10pm. La cola frente a la puerta ha
sufrido cambios, ahora la primera señora se ha sentado. Ella lleva en
una bolsa un termo con café, le ha servido a su hija una taza. La hija
platica con alguien que ha llegado, dicen que tienen que llegar tres
donantes y uno en la madrugada, son para alguien de su familia que va a
ser operado. Ya hay ocho y todos van como preparados para el asunto ese
de dormir en el sueño para amanecer allí mismo, frente a esa puerta y
ser atendidos primero.
11:00pm. Han hecho buena conversación entre
ellos, alguna cierta amistad. Se van conociendo, con forme la noche cae
los sonidos, hasta los más leves se vuelven relevantes y las
conversaciones se oyen todas. Ya hay tente sentada hasta el otro extremo
y algunos han puesto sus mantas o petates y se han recostado, todavía
platicando, mientras les llega el sueño. La señora, la primera comenta
con determinación que ella llegó desde las siete de la noche y que todos
deberían ir dándose cuenta que número les toca. Pero en realidad la
señora no quiere que nadie se vaya a pasar de listo o lista.
12:00pm. Antes de recostarme contra el vidrio, he caminado hasta la
puerta de la Emergencia, hay muchas personas esperando allí información
sobre sus seres queridos que han ingresado en las últimas horas. Siguen
llegando donadores de sangre. Entre los requisitos que piden esta no
llegar desvelados, pero lo que veo es que algunos no duermen bien.
El cuida carros va y viene pero no cuida los carros, está más
preocupado, según veo en observar a los muchachos que fuman o inhalan
dentro de un parque, frente al hospital, al que nadie debería entrar de
noche, ya que lo cierran con candado. Los muchachos, aparente mente, se
saltan la malla metálica sin ninguna pena. Pero “el tío” solo mira
sombras, allí adentro todo está oscuro.
1:00pm. Llegaron unos
señores a regalar café y pan dulce. Reparten tratados y bendicen a la
gente. Ya la mayoría de los que están en lo alto de las gradas duerme.
4:00pm. Oigo voces de gente ahora alrededor mío. Me dormí un rato.
Siento los ojos hinchados y las manos frías. Los pies adormecidos, el
pelo de la cabeza granizado. La cola de donantes es larga. Dicen entre
ellos que solo dan cincuenta números y, siempre se queda mucha gente
reclamando la larga espera para nada. Entonces la señora del principio
de la puerta, que ha velado toda la noche, cuenta que ella llegó tarde
el día anterior y que por eso su exageración en el tiempo. Algunos ya
esperan la madrugada cubiertos completamente.
4:20pm. Un señor, que
ha pasado cubierto de la cabeza a los pies como capullo, se levanta.
Dobla sus sábanas y recoge su alfombrita de lana que ha llegado hasta
allí con la bandera de la necesidad del recurso médico. La historia de
la alfombrita me retumba en la cabeza, podría ser un bonito cuento para
le tiemble a uno el corazoncito. En el mismo lugar, pero sin cobertor y
sin chamarras, se acuesta otro señor, un poco más joven y por eso me da
confianza.
Le pregunto que por qué llegó allí. Me cuenta que iba
bolo después de tomar con sus compañeros de trabajo. Por la hora, se
aventó del bus, sin advertir que venía, a la par y a mayor velocidad, un
carro. Salió volando y paró inconsciente hasta que llegó al hospital.
- No sé si los bomberos me robaron la billetera porque no la tengo, ni
el celular… pero tengo todavía estos trescientos quetzales que me
escondí en la ingle –dice un poco desconcertado.
- Todo debió haber
revirado lejos por el golpe, a lo sumo los primeros que llegan y te
aparentan auxiliar se llevan las cosas –le digo, y agrego más… –o sea
que ahora si te debe estar esperando tu mujer con el molinillo.
- Ya la llamé, me dijo que esperara que amaneciera.
5:00pm. Todo esto lo platicamos y de pie frente a la puerta principal.
La cola de personas, del lado nuestro también empezó a crecer y la
gente se aglomera. Falta poco para que abran, los donadores se preparan.
Hay una cola larga de gente en silla de ruedas. Señores empujando la
sillita de su mujer y al contrario. Gente con una sola pierna apoyada a
una muleta de madera. Ojos entreabiertos. Caras tristes y preocupadas.
Una señora que llevan brazos, luego la abrazan porque se queja y su
queja me duele a mí también.
Los donadores son muy necesarios, las
condiciones ya las he relatado. Pero además hay mucha gente que se va
aprovechando a poco de su necesidad. Venden agua pura a un precio mayor y
en esa madrugada fui testigo de que las vendedoras se pelean a
palabrotas delante de los pacientes que esperan impacientes.
Luego
de toda una noche viendo más de cinco ambulancias a toda velocidad
buscando la entrada, un herido que llegaba del interior y lo tuvieron
esperando en la ambulancia más de una hora, gente tratando de contar
cosas alegres para reír en vez de volver al trillado tema de la falta de
medicamentos. Por alguna razón las madrugadas me parecen allí aliadas
de alguna conspiración, muy bien planificada para que la gente baje la
cabeza y sienta vergüenza de no tener un billete grande para un
sanatorio.