viernes, 1 de abril de 2016

TURISMO INGRATO-



Por una razón bastante extraña me quedé una noche entera a las puertas del hospital Roosevelt, que por cierto, se le han caído las letras SE. Pero eso tan solo es el comienzo de una crónica que me cambió la forma de ver las madrugadas. No diré más que lo que vi, ni enlazaré paralelo a esto las deficiencias en los dos hospitales nacionales de mayor cobertura, simplemente me centraré en algunos detalles.
7:00pm. Llego y me siento un rato. Va a ser una noche larga. Hay cuida carros, uno de ellos grita desde los cien metros hasta donde yo estoy. Su voz implica una disfuncionalidad. Es aguda y ríe con todos mientras saluda descontroladamente. Pero es amable. Igual a él, un veterano con cara de santo antigüeño, es decir, español barbudo y gracioso, que también me da las buenas noches. Parece investigar a qué llego o qué estoy haciendo allí sentado, con cara de no se den cuenta de mí. Le respondo algo y se aleja contento, sube las gradas, encuentra un plato con algo de comida y se lo come sin reparar en nadie, luego se acuesta allí mismo y se queda dormido.
Me entretengo viendo las paredes de vidrio tapizadas con información importante, requisitos para los donadores diarios de sangre. Se lee que no deben estar desvelados y los demás requisitos que ya explicaré. Mientras tanto ya ha llegado a la puerta principal una señora mayor y una más joven que parece es su familiar.
8:00pm. Han llegado hasta donde yo estoy dos señores. Uno lleva unos cartones y el otro una mochila desgastada. Me saludan y pronto me doy cuenta que uno de ellos, moreno y de unos cincuenta años, delgado y arterial, habla detalles de una noche anterior. El otro busca en su teléfono una canción. A la par de ellos están los teléfonos públicos. Parecen esperar el momento de ir a dormir. Me levanto un rato y veo que salen muchos trabajadores del hospital, señoras y estudiantes de medicina, practicantes. Los espera un bus que originalmente debe servir de ambulancia. Imagino que por su seguridad, los llevan hasta algún lugar cercano para que tomen su transporte directo a sus casas. Me lo confirman esos mismos señores que platican sobre canciones. Entre eso me comparten algunos comentarios, por ejemplo que ya hay cuatro personas haciendo cola en la puerta principal, y que son donadores de sangre, que deben llegar a esa hora bárbara para entrar en los primero lugares al otro día, a las cinco de la mañana que empiezan a recibirlos.
Hay una cafetería dentro del hospital que no cierra en toda la noche. Los señores me cuentan que las puertas del hospital las cierran. A lo lejos veo la garita de Emergencia del hospital y una ambulancia que solo con las luces intermitentes anuncia su urgente entrada.
9:00pm. Se detiene una Pathfinder color negro frente a las puertas principales del hospital. Un hombre abre la puerta trasera y junto con una mujer madura, rubia y con un aspecto agradable, empiezan a repartir pastel, hamburguesas y café, a los primeros que se acercan. Ella misma llama al muchacho que cuida carros. Este llega riendo y la abraza. La señora le ofrece pastel y se adelanta hasta las gradas, a regañar en broma al veterano que se ha despertado al fin. Le reclama que por qué volvió a tomar. Pero el hombre no ha tomado, solo se le adelantó el sueño, le cuenta entre risas. Todos comen pastel. El cuida carros es apodado “el tío”, y ahora recibe de regalo la caja todavía con algunos pastelitos, que el reparte entre la gente en lo alto de las gradas que le reciben con gratitud, aun disculpándose, pero él insiste y comparte lo que le han dado. Pequeña fiesta de luz en un lugar tan duro.
Los dos señores que esperan irse a dormir, concretan que después de esa cena ya están listos, o casi, ya que se les une otro personaje, uno con facha de vendedor, pero que en realidad es un señor que visita iglesias en busca de caridad, y que por esa razón rechaza una hamburguesa que le pasa regalando “el tío”. Nos cuenta que está en ayuno. Yo me sorprendo cada vez más.
Han cerrado ya las puertas del hospital, solo se ve como los practicantes entran y salen a intervalos de la cafetería.
10:00pm. El viento allí golpea como si fueran olas invisibles, frías y cortantes. Se siente usted solo, pues si todavía no lo está, lo estará. Algunos se recuperan, pero hay allí adentro enfermos, gente que va a pasos lentos. En lo alto se ven las luces aún encendidas para hombres y mujeres que cierran los ojos aun soñando. La gente trata de inventarse otra realidad conversando.
10:10pm. La cola frente a la puerta ha sufrido cambios, ahora la primera señora se ha sentado. Ella lleva en una bolsa un termo con café, le ha servido a su hija una taza. La hija platica con alguien que ha llegado, dicen que tienen que llegar tres donantes y uno en la madrugada, son para alguien de su familia que va a ser operado. Ya hay ocho y todos van como preparados para el asunto ese de dormir en el sueño para amanecer allí mismo, frente a esa puerta y ser atendidos primero.
11:00pm. Han hecho buena conversación entre ellos, alguna cierta amistad. Se van conociendo, con forme la noche cae los sonidos, hasta los más leves se vuelven relevantes y las conversaciones se oyen todas. Ya hay tente sentada hasta el otro extremo y algunos han puesto sus mantas o petates y se han recostado, todavía platicando, mientras les llega el sueño. La señora, la primera comenta con determinación que ella llegó desde las siete de la noche y que todos deberían ir dándose cuenta que número les toca. Pero en realidad la señora no quiere que nadie se vaya a pasar de listo o lista.
12:00pm. Antes de recostarme contra el vidrio, he caminado hasta la puerta de la Emergencia, hay muchas personas esperando allí información sobre sus seres queridos que han ingresado en las últimas horas. Siguen llegando donadores de sangre. Entre los requisitos que piden esta no llegar desvelados, pero lo que veo es que algunos no duermen bien.
El cuida carros va y viene pero no cuida los carros, está más preocupado, según veo en observar a los muchachos que fuman o inhalan dentro de un parque, frente al hospital, al que nadie debería entrar de noche, ya que lo cierran con candado. Los muchachos, aparente mente, se saltan la malla metálica sin ninguna pena. Pero “el tío” solo mira sombras, allí adentro todo está oscuro.
1:00pm. Llegaron unos señores a regalar café y pan dulce. Reparten tratados y bendicen a la gente. Ya la mayoría de los que están en lo alto de las gradas duerme.
4:00pm. Oigo voces de gente ahora alrededor mío. Me dormí un rato. Siento los ojos hinchados y las manos frías. Los pies adormecidos, el pelo de la cabeza granizado. La cola de donantes es larga. Dicen entre ellos que solo dan cincuenta números y, siempre se queda mucha gente reclamando la larga espera para nada. Entonces la señora del principio de la puerta, que ha velado toda la noche, cuenta que ella llegó tarde el día anterior y que por eso su exageración en el tiempo. Algunos ya esperan la madrugada cubiertos completamente.
4:20pm. Un señor, que ha pasado cubierto de la cabeza a los pies como capullo, se levanta. Dobla sus sábanas y recoge su alfombrita de lana que ha llegado hasta allí con la bandera de la necesidad del recurso médico. La historia de la alfombrita me retumba en la cabeza, podría ser un bonito cuento para le tiemble a uno el corazoncito. En el mismo lugar, pero sin cobertor y sin chamarras, se acuesta otro señor, un poco más joven y por eso me da confianza.
Le pregunto que por qué llegó allí. Me cuenta que iba bolo después de tomar con sus compañeros de trabajo. Por la hora, se aventó del bus, sin advertir que venía, a la par y a mayor velocidad, un carro. Salió volando y paró inconsciente hasta que llegó al hospital.
- No sé si los bomberos me robaron la billetera porque no la tengo, ni el celular… pero tengo todavía estos trescientos quetzales que me escondí en la ingle –dice un poco desconcertado.
- Todo debió haber revirado lejos por el golpe, a lo sumo los primeros que llegan y te aparentan auxiliar se llevan las cosas –le digo, y agrego más… –o sea que ahora si te debe estar esperando tu mujer con el molinillo.
- Ya la llamé, me dijo que esperara que amaneciera.
5:00pm. Todo esto lo platicamos y de pie frente a la puerta principal. La cola de personas, del lado nuestro también empezó a crecer y la gente se aglomera. Falta poco para que abran, los donadores se preparan. Hay una cola larga de gente en silla de ruedas. Señores empujando la sillita de su mujer y al contrario. Gente con una sola pierna apoyada a una muleta de madera. Ojos entreabiertos. Caras tristes y preocupadas. Una señora que llevan brazos, luego la abrazan porque se queja y su queja me duele a mí también.
Los donadores son muy necesarios, las condiciones ya las he relatado. Pero además hay mucha gente que se va aprovechando a poco de su necesidad. Venden agua pura a un precio mayor y en esa madrugada fui testigo de que las vendedoras se pelean a palabrotas delante de los pacientes que esperan impacientes.
Luego de toda una noche viendo más de cinco ambulancias a toda velocidad buscando la entrada, un herido que llegaba del interior y lo tuvieron esperando en la ambulancia más de una hora, gente tratando de contar cosas alegres para reír en vez de volver al trillado tema de la falta de medicamentos. Por alguna razón las madrugadas me parecen allí aliadas de alguna conspiración, muy bien planificada para que la gente baje la cabeza y sienta vergüenza de no tener un billete grande para un sanatorio.

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