Ni mi muy bien ganada reputación como historiador y tremendo entusiasta de seres imaginarios, podía llegar a imaginar aquella presencia de ese ser demoníaco o celeste, y por lo tanto sólo puedo describirlo sencillamente como un ser legendario, corpulento y desnudo por completo, resoplando de ira contra un árbol en el Jardín Botánico. Era portentoso y no estaba asustado más que por el miedo de vernos diferentes a él. Los ojos bien abiertos adquirían severidad y conocimiento y por ellos podríamos decir que estaba pensando; no así por sus facciones animales que lo separaban completamente al lado de las bestias. Su rostro, de una bestialidad purificada, se dilataba contra la sombra de los eucaliptos del Jardín. Precisamente lo vi cuando bebía en una poza y uno de los niños que habían llegado para que yo les mostrara el lugar, lo señalo con emoción. Saltó como un animal de un lugar a otro y se quedo a lo lejos de la escena. Por eso nos dimos cuenta, nosotros los mayores, que no era un disfraz como había dicho el niño, pero a ellos los sedujo de inmediato la curiosidad.
Ayudado por los padres de familia que habían ido para aquella ocasión, fuimos inventando una buena razón para sacarlos del recinto. Los niños hacían lo imposible por verlo y alguno comenzó la persecución. Fue imposible detener a dos o tres niños que se soltaron del brazo de sus padres y corrieron en dirección al Minotauro. Fue fatal. En menos de tres cornadas ya había matado a uno de los niños, y los otros dos regresaron corriendo, huyendo de la bestia.
El horror se apoderó de los mayores y el llanto salto de todos los niños. Todos salieron corriendo por diferentes direcciones buscando a sus padres y los padres buscando a sus hijos. Algunos en la confusión, tomaban a hijos que no eran de ellos, y había niños que se tiraban a los brazos del primero que los encontraba. Yo me quede de pie viendo al Minotauro bufar con rabia mientras caminaba en dirección a los tres niños muertos. La sangre le escurría de los cuernos y por detrás parecía un demonio rojo. Tomó los tres cuerpecitos y los comenzó a observar tirado entre los árboles. Tenía ojos de ternura aun cuando miraba la sangre de los infantes.
El director de la escuela me vio allí parado y me llamó desde lejos, al otro lado de la baranda. Yo lo vi angustiado y pensé que ya había hecho lo que tenía que hacer como autoridad responsable.
Me senté ahí mismo en un árbol de corteza amarilla, y lo pude ver detenidamente. No me pregunté en ningún momento de donde había salido, creo, que era suficientemente real a los ojos para producir asombro y pánico. Lo importante era que estaba allí y, yo jamás había creído que fuera posible que una bestia mitológica fuera posible. Quizás un Unicornio, pero un Minotauro de ningún modo. Él era un ser condenado a vagar en un laberinto y matar a quien irrumpiera o fuera condenado, tenía que buscarlo por los estrechos callejones y luego matarlo a cornadas o azotes, para luego comerlo por necesidad. Teseo jamás salió del laberinto, pensé, o quizás salió a contar una mentira; como buen lector había notado en la historia cierta arrogancia en el héroe, y valiéndose de un truco tan inaudito, si era posible que la bestia también siguiera la seña. Cuantos textos hay sobre la historia y sobre otras más antiguas que debido a una interpretación falsa cambian plenamente de sentido.
Las pezuñas de sus pies raspaban la tierra y se encaminaban a la poza. Metió la cabeza al agua como lo hace una vaca y la sacudió. Su pelambre ocre se hizo más castaña. Tuve temor de que se enfrentara contra mí. Me miró fijamente y se quedo quieto, como una estatua. Era como si su mirada nos diera la capacidad de ver a través. Me frote los ojos y tuve miedo verdadero, fui corriendo hasta la salida y me salieron al paso dos hombres uniformados con rifles al hombro.
– ¡Allá esta! –Gritaron todos.
– ¡No, no lo maten! –Dije ante todos-. No saben lo que es... ¡Es un minotauro!
Tres disparos acallaron mis palabras. El animal tendido en el suelo, se sostenía el pecho con sus tremendas manos. Luchaba contra la muerte viéndonos a todos sin consuelo. Por fin calló y abruptamente hundió el hocico en el lodo. Trato de levantarse tres veces más y, se oyeron otros tres disparos.
– ¡Ya esta! –Dijo uno de los hombres, dándole vuelta al cuerpo con las dos manos.
La tarde caía como siempre he recordado que caía en mi infancia, llena de luz amarilla y esperanzadora, fugaz. Esperaba junto al Director la llegada de los forenses y otras autoridades responsables. El grupo de niños había dejado todo miedo y rodeaban el cadáver del Minotauro muerto. Lo miraban con curiosidad sin saber aún que era.
2003
Ayudado por los padres de familia que habían ido para aquella ocasión, fuimos inventando una buena razón para sacarlos del recinto. Los niños hacían lo imposible por verlo y alguno comenzó la persecución. Fue imposible detener a dos o tres niños que se soltaron del brazo de sus padres y corrieron en dirección al Minotauro. Fue fatal. En menos de tres cornadas ya había matado a uno de los niños, y los otros dos regresaron corriendo, huyendo de la bestia.
El horror se apoderó de los mayores y el llanto salto de todos los niños. Todos salieron corriendo por diferentes direcciones buscando a sus padres y los padres buscando a sus hijos. Algunos en la confusión, tomaban a hijos que no eran de ellos, y había niños que se tiraban a los brazos del primero que los encontraba. Yo me quede de pie viendo al Minotauro bufar con rabia mientras caminaba en dirección a los tres niños muertos. La sangre le escurría de los cuernos y por detrás parecía un demonio rojo. Tomó los tres cuerpecitos y los comenzó a observar tirado entre los árboles. Tenía ojos de ternura aun cuando miraba la sangre de los infantes.
El director de la escuela me vio allí parado y me llamó desde lejos, al otro lado de la baranda. Yo lo vi angustiado y pensé que ya había hecho lo que tenía que hacer como autoridad responsable.
Me senté ahí mismo en un árbol de corteza amarilla, y lo pude ver detenidamente. No me pregunté en ningún momento de donde había salido, creo, que era suficientemente real a los ojos para producir asombro y pánico. Lo importante era que estaba allí y, yo jamás había creído que fuera posible que una bestia mitológica fuera posible. Quizás un Unicornio, pero un Minotauro de ningún modo. Él era un ser condenado a vagar en un laberinto y matar a quien irrumpiera o fuera condenado, tenía que buscarlo por los estrechos callejones y luego matarlo a cornadas o azotes, para luego comerlo por necesidad. Teseo jamás salió del laberinto, pensé, o quizás salió a contar una mentira; como buen lector había notado en la historia cierta arrogancia en el héroe, y valiéndose de un truco tan inaudito, si era posible que la bestia también siguiera la seña. Cuantos textos hay sobre la historia y sobre otras más antiguas que debido a una interpretación falsa cambian plenamente de sentido.
Las pezuñas de sus pies raspaban la tierra y se encaminaban a la poza. Metió la cabeza al agua como lo hace una vaca y la sacudió. Su pelambre ocre se hizo más castaña. Tuve temor de que se enfrentara contra mí. Me miró fijamente y se quedo quieto, como una estatua. Era como si su mirada nos diera la capacidad de ver a través. Me frote los ojos y tuve miedo verdadero, fui corriendo hasta la salida y me salieron al paso dos hombres uniformados con rifles al hombro.
– ¡Allá esta! –Gritaron todos.
– ¡No, no lo maten! –Dije ante todos-. No saben lo que es... ¡Es un minotauro!
Tres disparos acallaron mis palabras. El animal tendido en el suelo, se sostenía el pecho con sus tremendas manos. Luchaba contra la muerte viéndonos a todos sin consuelo. Por fin calló y abruptamente hundió el hocico en el lodo. Trato de levantarse tres veces más y, se oyeron otros tres disparos.
– ¡Ya esta! –Dijo uno de los hombres, dándole vuelta al cuerpo con las dos manos.
La tarde caía como siempre he recordado que caía en mi infancia, llena de luz amarilla y esperanzadora, fugaz. Esperaba junto al Director la llegada de los forenses y otras autoridades responsables. El grupo de niños había dejado todo miedo y rodeaban el cadáver del Minotauro muerto. Lo miraban con curiosidad sin saber aún que era.
2003