Este libro último de Ernest Hemingway no deja de sorprenderme, aún en la mala traducción de José Agustín de Editores Mexicanos Unidos. Ahora en esta última lectura he encontrado que todo el libro es un manual hermético sobre los pasos y trucos para escribir una novela. La maravilla de su ficción es hacernos creer que es una sencilla historia sobre el heroísmo humano y la resistencia del hombre contra la adversidad. Pero, según mi interpretación, es la fiesta de un escritor al haber encontrado su tema y hacer con todos los trucos que conoce, y los que va inventando, una transpolación maravillosa donde sucede, paso por paso, el descubrimiento y el goce de la escritura. Se ha dicho ya tanto, y mejor, sobre este libro, que yo sólo puedo referirme a el, como un texto perfectamente escrito. Algo perfecto es cuando no falta ni sobra nada. Cada palabra pareciera estar predestinada, cada coma, cada serie de palabras haciendo una frase, dando en la totalidad de un párrafo la sensación de perfección poética y métrica inalterable. Eso, para mí, es la virtud de Hemingway.
Existe un texto, y me encantó, del colombiano, y ahora premio Nobel, García Márquez que se llama 90 días tras la Cortina de Hierro, que mantiene la misma tensión e ilusión de ser algo perfectamente terminado. Esto de escribir esta cada vez más alejado del mirar con los ojos. El mar de Hemingway es un delirio de todos los mares que conoció. Llegó a Cuba por la pesca mayor, un deporte al que le dedicó mucho de su tiempo, como se lo había dedicado ya a la caza en África.
Fidel Castro le ganó una competencia de pesca a Hemingway, creo que por eso nunca fueron muy buenos amigos, aunque Fidel siempre leyó El viejo y el mar después de sus trabajos de oficina. Pero Ernest vivía, y ya todo el mundo lo sabe, a quince kilómetros de la Habana en Finca Vigía. En alguna nota de prensa, leí que un día encontraron un ahogado en el tanque de agua potable de la finca. Los Hemingway sólo dijeron, que nunca notaron nada, talvez sólo que el agua se iba volviendo cada vez más dulce.
Que Hemingway era un grandioso boxeador, nadie lo cree, pero sobre su vocación para beber, nadie lo duda, ni siquiera los que no lo conocimos en persona. Le gustaban los mojitos de la Bodeguita del Medio, y sus daiquiris en el Floridita. La última novela que leí de el, fue Islas en el Golfo, novela además publicada mucho después de su muerte, y en ella narra las conversaciones en el Floridita y los personajes inolvidables que tuvieron el gusto de beberse un trago a nombre de la vida, luego de un buen día de trabajo.
Regresando al Viejo y la Mar (como debía haberse escrito) el sabio Hemingway admiró siempre a los animales. Desde leones africanos, bisontes, carneros, gatos formidables, hasta toros de lidia y peces espada inconcebibles. En su novela didáctica Muerte en la Tarde escribe extensamente sobre la nobleza de los toros de lidia, una raza aparte de animales sumamente poderosos. Me gusta cuando describe estos animales de una fuerza descomunal, finos y violentos, pero nobles con una fidelidad divina y, de cómo pueden volverse indomables en la arena, pero pueden caminar como perros fieles a la par de quien los cuido desde pequeños. Me muestra desde esas páginas a esos vivos y salvajes toros de lidia, lo mismo que ahora me describe a ese pez infinito y enigmático, pero lo construye a base de vivencias propias transpuestas en sus trucos de buen mago. Alguna vez dijo que los adjetivos matan la buena prosa, porque se vuelven rancios, y hay que construir ladrillo sobre ladrillo para que los lectores vivan todo como si estuvieran a unos pasos.
El Viejo y el Mar es un libro inevitable. Tarde o temprano Hemingway escribiría sobre ello; había buscado en cada deporte como canalizar toda esa dinámica. Lo mismo hizo con las apuestas a los caballos; también en los velódromos de Bicicletas, en los safaris a África y en las cumbres de los Alpes donde esquiaba, y luego, finalmente en Cuba donde se encuentra con el mar y la pesca mayor. Conoce muy bien el mar, su textura, colores a distintas horas del día, su magnetismo y la fabula de Moby Dick regresa de otra forma. Melville hubiera disfrutado de la lectura del Viejo y el Mar. Pero sigue siendo algo inconcebible y, por lo tanto, el mejor tema para un escritor de ficción. Me gustan las analogías, Paris era una Fiesta es también El Viejo y el Mar. Es la misma pelea, los mismos trucos. A eso quiero llegar, a explicar esta trasmutación que para el escritor amateur pueda pasar inadvertida. Esta obra es una transpolación de un hombre que sin ninguna cautela buscó escribir la mejor historia posible, como buen artista logró lo que pudo y, se quedo inconforme, con los deseos de llevar hasta la playa, entero, ese gran pez, que es la novela total, la novela-pez hasta la costa.
Existe un texto, y me encantó, del colombiano, y ahora premio Nobel, García Márquez que se llama 90 días tras la Cortina de Hierro, que mantiene la misma tensión e ilusión de ser algo perfectamente terminado. Esto de escribir esta cada vez más alejado del mirar con los ojos. El mar de Hemingway es un delirio de todos los mares que conoció. Llegó a Cuba por la pesca mayor, un deporte al que le dedicó mucho de su tiempo, como se lo había dedicado ya a la caza en África.
Fidel Castro le ganó una competencia de pesca a Hemingway, creo que por eso nunca fueron muy buenos amigos, aunque Fidel siempre leyó El viejo y el mar después de sus trabajos de oficina. Pero Ernest vivía, y ya todo el mundo lo sabe, a quince kilómetros de la Habana en Finca Vigía. En alguna nota de prensa, leí que un día encontraron un ahogado en el tanque de agua potable de la finca. Los Hemingway sólo dijeron, que nunca notaron nada, talvez sólo que el agua se iba volviendo cada vez más dulce.
Que Hemingway era un grandioso boxeador, nadie lo cree, pero sobre su vocación para beber, nadie lo duda, ni siquiera los que no lo conocimos en persona. Le gustaban los mojitos de la Bodeguita del Medio, y sus daiquiris en el Floridita. La última novela que leí de el, fue Islas en el Golfo, novela además publicada mucho después de su muerte, y en ella narra las conversaciones en el Floridita y los personajes inolvidables que tuvieron el gusto de beberse un trago a nombre de la vida, luego de un buen día de trabajo.
Regresando al Viejo y la Mar (como debía haberse escrito) el sabio Hemingway admiró siempre a los animales. Desde leones africanos, bisontes, carneros, gatos formidables, hasta toros de lidia y peces espada inconcebibles. En su novela didáctica Muerte en la Tarde escribe extensamente sobre la nobleza de los toros de lidia, una raza aparte de animales sumamente poderosos. Me gusta cuando describe estos animales de una fuerza descomunal, finos y violentos, pero nobles con una fidelidad divina y, de cómo pueden volverse indomables en la arena, pero pueden caminar como perros fieles a la par de quien los cuido desde pequeños. Me muestra desde esas páginas a esos vivos y salvajes toros de lidia, lo mismo que ahora me describe a ese pez infinito y enigmático, pero lo construye a base de vivencias propias transpuestas en sus trucos de buen mago. Alguna vez dijo que los adjetivos matan la buena prosa, porque se vuelven rancios, y hay que construir ladrillo sobre ladrillo para que los lectores vivan todo como si estuvieran a unos pasos.
El Viejo y el Mar es un libro inevitable. Tarde o temprano Hemingway escribiría sobre ello; había buscado en cada deporte como canalizar toda esa dinámica. Lo mismo hizo con las apuestas a los caballos; también en los velódromos de Bicicletas, en los safaris a África y en las cumbres de los Alpes donde esquiaba, y luego, finalmente en Cuba donde se encuentra con el mar y la pesca mayor. Conoce muy bien el mar, su textura, colores a distintas horas del día, su magnetismo y la fabula de Moby Dick regresa de otra forma. Melville hubiera disfrutado de la lectura del Viejo y el Mar. Pero sigue siendo algo inconcebible y, por lo tanto, el mejor tema para un escritor de ficción. Me gustan las analogías, Paris era una Fiesta es también El Viejo y el Mar. Es la misma pelea, los mismos trucos. A eso quiero llegar, a explicar esta trasmutación que para el escritor amateur pueda pasar inadvertida. Esta obra es una transpolación de un hombre que sin ninguna cautela buscó escribir la mejor historia posible, como buen artista logró lo que pudo y, se quedo inconforme, con los deseos de llevar hasta la playa, entero, ese gran pez, que es la novela total, la novela-pez hasta la costa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario