La última vez que me sumergí en el lago de Atitlán fue para el feriado de Semana Santa del 2008. Estábamos hospedados muy cerca de la playa y, por alguna razón, le dije a Wendy que me iba a dar una ducha. Media hora después estaba cubierto de una alergia extraterrestre, que se me notaba a pesar de mi piel oscura. Pero cuando estaba dentro del agua pude ver el alga y era precisamente la que usaban los vendedores de pupos para decorar peceras en el mercado del Guarda. El lago había cambiado de color y pude verlo desde la lancha que nos llevaba a Santiago. En todo el camino fui viendo el desastre en que se había convertido el turismo de nacionales y extranjeros. Había desde botellas de agua pura y vasos plásticos, hasta cajetillas de cigarros y peces muertos mutilados por las aspas de las lanchas. En ese momento supe que el lago estaba agonizando. Me encontré en San Pedro con Giovanni Pinzón y me comentó sobre la alarma de las llamaradas que estaban a punto de quemar el centro del lago, me habló de los esfuerzos de ciertas organizaciones minoritarias que se dedicaban a recolectar la basura y de algunos voluntarios extranjeros que ya en ese entonces estaban alarmados por el cambio de color de las montañas y el cielo. Estábamos sentados cerca de un muelle y pude ver las nubes amarillas y los volcanes rojos, el agua verde pardo y el cielo en llamas.
Ya no he vuelto a ir.
Ya no he vuelto a ir.
Creo que mandé un par de correos a Greenpeace y otro a algunos amigos ecologistas, también una nota a Madre Selva. Felicité el gran reportaje que hicieron Harris Whitbeck y Ana Carlos.
En el lago esta alguna memoria de mi infancia. Puedo recordar el camino a Santiago en compañía de la abuela Greis, la carretera donde la Rubulí era un tren de gran velocidad haciendo girones los paisajes inmediatos de gente cargada de arboles cortados en trocitos y mujeres veloces que no alcanzaban a decirnos adios. El gran Cerro de Oro, y luego, las márgenes vírgenes transparentes y divinas donde nacía para mi la vida y el misterio. Espero que la imagen que vea del lago, la próxima vez sea nueva. Los Tzutuhiles ven esta formación del lago como un mensaje del xocomil del siglo. Se acerca el verdadero viento.
En el lago esta alguna memoria de mi infancia. Puedo recordar el camino a Santiago en compañía de la abuela Greis, la carretera donde la Rubulí era un tren de gran velocidad haciendo girones los paisajes inmediatos de gente cargada de arboles cortados en trocitos y mujeres veloces que no alcanzaban a decirnos adios. El gran Cerro de Oro, y luego, las márgenes vírgenes transparentes y divinas donde nacía para mi la vida y el misterio. Espero que la imagen que vea del lago, la próxima vez sea nueva. Los Tzutuhiles ven esta formación del lago como un mensaje del xocomil del siglo. Se acerca el verdadero viento.
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Pieza de Benvenuto Chavajay
1 comentario:
Todos guardamos un recuerdo hermoso de Atitlán, y es que es meritorio por su misma naturaleza. El Xocomil andará delirando...
Saludos.
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