La vida debiera resumirse a un esperar
infinito desde un MacDonald´s. Sentarse a hacer tiempo a alguien en una mesa
simple con un café con leche y, solo ver gente pasar, multitudes que esconden
un rostro en su ir y venir.
Pasa un anciano
caminando lentamente, como queriendo que el tiempo imaginario, fuera, solo por
él, detenido un metro por minuto. Una joven de pelo rubio y piel negra, hermosa
ella, pasa ágil derrotando la idea del anciano. Una joven muy pensativa va hablando
muy confiadamente por un SmartPhone, no sabe que el
aparato es incorpóreo. Una adolescente va abrazando un gigante, enorme, oso
café y el chico de sus sueños la besa y se ven profundamente a los ojos. Es una
imagen veloz.
Una mujer con minifalda, que ya hubiera querido Botero para
ampliar sus piernas. Otra, de San Juan Sacatepéquez, quizás socióloga, con su
güipil de rayos solares. Un obrero con su mochila infaltable, al hombro, va
tirando bocanadas de humo como un tren humano. La madre soltera que empuja la
puerta a su hijita fosforescente, que corre desenfrenada a los brazos de un
padre insólito, hundido en la soledad que le espera al ver a su antigua novia.
Dos extranjeros, de algún país helado, toman fotografías a las sillas gigantes
donde ya no cabe el hambre. Son turistas y juegan bien su papel de tontos
alucinados.
Los que están adentro ven hacía afuera, los que están afuera, a
veces, ven a hacia adentro. Un indigente, de playera amarilla y el pelo blanco,
se detiene frente a la puerta y habla muy interesado consigo mismo, pero habla
cosas importantes, se puede ver con la pasión que se expresa para él. Un
lustrador de zapatos pasa como héroe del día, se ve feliz. Contraste hace un
hombre entre la multitud, sonriendo. La gerente del restaurante sale a la acera
a tomar aire y se nota que está cansada de la música de oficina que suena
adentro con un ruido de palabras cortadas, muy normal en el ambiente.
Cae la tarde y las
nubes arden. Los edificios proyectan sus enormes hombros grises sobre la calle
delgada. Se van encendiendo las esquinas de las avenidas. Pasa otro obrero,
quizás más de prisa, va cansado, pero sabe tanto de poesía con una rosa para su
esposa, que le servirá su cena y de seguro, o con suerte para ambos, tenga el
muchacho las temerarias fuerzas para hacerle el amor como dios manda.
Por lo tanto, voy a
pedir otro refill, para esperarte un poco más en esta silla y, tal vez me anime
a escribir algo. Un niño, humilde, es el cierre de mis visiones, parece de tres
años y señala para adentro, mientras le da besos a la puerta del MacDonald´s,
como un fascinante Axolotl.