lunes, 19 de octubre de 2020

EL CONFINAMIENTO DE LOS PARQUES



A Estuardo Prado.
Luego ya no vi bambúes ni abetos. Tendido en tierra,
fui envuelto por un denso silencio.
Ryunosuke Akutagawa, En el bosque.
La soledad se plantó desde la madrugada del toque de queda. La lluvia cayó al medio día, pero tan violentamente que arrojó sobre el mundo una corazonada de tragedias. El viejo filósofo llegó con algo de pan y una botella de vino tinto a la mitad. Luego se refugió con nosotros en el bodegón del basurero del Mercado Colón. A pesar de la hedentina no se quejó y hasta parecía reconocer que nunca había estado dentro de algo tan intestinal y extravagante. El sudor le bañaba la frente y lo único que pidió fue un buen trago de alcohol puro.
El vertedero ya estaba vacío; por la mañana, un camión moderno de esos que comprimen la basura, se había llevado todo los residuos. Además nos reímos cuando contaban que al Lobo se lo llevó dormido el camión de la basura y solo despertó hasta que un tractor lo dejó caer de un somatón en el relleno sanitario de la zona 3. Con los nuevos camiones habría muerto asfixiado a presión el pobre.
Desde adentro podíamos ver el diluvio, y una silueta corriendo que apareció chapoteando la correntada que corría urgente limpiando el suelo. Era Charly, uno más de todas esas juventudes que sufren por haber echado a perder todo, con la mujer y con los hijos, y ahora sin trabajo por la pandemia. Se guareció más preocupado por cubrir con un plástico un plato, que por ir chorreando agua. Jaló una bolsa de basura, que acababan de llegar a tirar, y se puso a escuchar a la Dayana antes de empezar a sentir, como nosotros, la densa melancolía de letrina. El Filósofo jaló otra bolsa negra y se sintió a gusto.
Ella se quejaba llorando, decía que no sabía nada del Diablo, que ella sentía que ya estaba muerto, que el Gato la había forzado y ella nada; y al ver que no le correspondía le había pegado con una viga. Ellos dos se habían separado por varias peleas iguales, en las que todos creíamos que se iban a matar.
Así son los malos amores declamó el Filósofo:
Los malos amores no se quieren ir
tampoco quieren quedarse
su corazón es doble y de ánimo gemelo
y tóxico.
Los malos amores son diabólicos
odian pero no lo saben.
Los malos amores no se quieren ir
ni siquiera alejarse demasiado
quieren seguir vengándose de lo que sea.
Los malos amores pareciera
que se quieren a los lejos
pero nunca se saludan en la calle
cuando van acompañados de la felonía en carne y hueso.
Todos parecieran tolerar que no se quieran bien
pero siempre que anda sola le preguntan por él.
Los malos amores se pegan enfermedades románticas
tan literarias como la Flor de Vietnam.
Son como ese virus que te sofoca
pero te mata lento hasta que su
tormento parezca ternura.
Los malos amores son virulentos
y se ponen zancadillas entre las sabanas
trampas de amor punzocortantes en los labios.
Los malos amores son así de dramáticos
/van en el aire agonizando/
así de histriónicos son buenos actores
cuando son buenos amantes
/alucinan la luna hambrienta de noche/
son siempre así de funestos y escandalosos
peleoneros
que tanto los policías vagan riéndose de ellos
mientras los mete a la cárcel tres veces por semana.
Los malos amores son todos iguales
Idénticos y ridículos cuando imploran
amor verdadero con indulgencias
estos amores son constantes y obstinados
en su mutilación diaria.
Los malos amores son todos iguales
ya lo dije
por eso los amores serios
ya ni se oyen entre la hierba y las espinas.
- Así somos –respondió Dayana –en lugar de comer juntos, nos echamos la comida encima como güiros, y seguimos peleando. Un día, uno en el bote por veinte años, y el otro podrido a tres metros y medio bajo el suelo.
En realidad ella estaba más angustiada que triste. Miraba con una gran pena el plato desechable lleno de frijoles y arroz que gurguceaba Charly. El escuchaba también pero sin emociones, solo atento a la calle que ya estaba borrosa e inundada. Un rio torrencial bajaba arrancando de todo, buscando quién sabe que gárgola.
- Si alguna tiene huevos esa soy yo –dijo, sacando un pomo de alcohol del brassier.
El Filósofo parecía embriagarse con la lluvia, pero trataba también de hacer reír a Dayana con un chiste indecente. Dayana no lloraba tan fácil, su vida era la calle, y en la calle no hay sentimientos, ni nombres, ni direcciones exactas. El policía le preguntaba a Dayana "de dónde viene" y ella señalaba y decía “…de allá…”, y para dónde va “…para allá…”, decía y se marchaba riéndose de ellos. Era morena pero estaba quemada por el alcohol y para mí parecía una bruja haitiana de esas que se encierran a fumar puros habanos y creen en Yemayá. En sus bracitos desnudos estaban precisas las marcas de guilletes y cuchillos de sus tantos pleitos en las esquinas con otras locas enfurecidas. La cara manchada, la cesárea profunda, los labios negros, las uñas despintadas, todo decía lo que no era, en realidad era una ladrona. Siempre aconsejó a Charly para que en lugar de lamentarse por no estar en los selectivos listados del Señor Presidente, y que no lo tomaran en cuenta ni aunque fuera a la mismísima oficina de gobierno, simplemente se pusiera a robar. Cada vez que hablaba de fileros y cuetes se enojaba sin mirar a nadie.
- Llegó el día, asalte a una vieja –dijo Charly – y le enseñó un puño de billetes, al tiempo que se le caía un cuchillo.
Algo que ni el Filósofo había logrado iluminó el rostro de Dayana. No pregunto nada, había reconocido la navaja. Tomo la botella de vino y derramó un poco en el suelo sucio.

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