Los últimos días ha corrido por las redes sociales la
noticia de que Gabriel García Márquez, el escritor de Cien Años de Soledad está
sufriendo de demencia senil. Lo dice uno de los diecisiete hermanos del
escritor y esto me parece en regla, ya que Mercedes Barcha, su mujer, nunca ha
mostrado gusto por las entrevistas o la vida pública en general. A ella, como
una costeña genuina, eso de las fotografías le da vértigo. Lo sé, porque después
de leer los primeros textos periodísticos de García Márquez en mil novecientos
noventa y uno, en un centro comercial de la zona diez, en una venta de libros
dentro de un supermercado, no he dejado de seguir a éste grande de la palabra.
Me hizo reír con Cien Años de Soledad, de donde contraje una
enfermedad mas fuerte que el sarampión, la curiosidad infinita de saber quien
era ese tipo que había escrito un libro tan clarividente. Creo que eso ocurrió porque
en casa de mi abuela, donde uno de los tíos mas listos me recomendó que antes
de ver caricaturas leyera un capitulo de la biblia. Siempre he dicho que por
este tío me empezó el gusto por la lectura, en primer lugar porque me leí los
primeros cinco libros de la biblia con un gusto extraño, que vuelvo a releer
cada año o por ciertas temporadas, y por haberme dado sin querer el gusto de
leer a Charles Dickens y a Flavio Herrera que era hasta donde llegaba su
pequeña biblioteca; me hubiera gustado encontrar ahí El Conde de Montecristo de
Dumas. Pero sé que fue por el gusto a la Biblia que encontré a Cien Años de
Soledad una lectura maravillosa. Siempre digo que en mi caso he leído
cuatrocientos años de soledad porque la he leído cuatro veces, y siempre
encuentro que se parecen mucho a mi propia familia o a gente cercana que
conozco. Por eso sé que Mercedes y su
hijo Rodrigo deben ser los más tristes en este cuento de Gabo, que debe ser
mucho más intenso que cualquiera.
En una de esas mismas notas de prensa que leí en esos años
noventa, cuenta de algunas mujeres extraordinarias de su familia que miraban la
suerte entre las cenizas del fogón, que miraban números de la fortuna para la lotería
en los panes que se doraban en esas mismas cocinas colombianas, que esas
mujeres eran las mismas que hablan de noche mientras soñaban que iban en barcos
piratas, que esas mujeres eran las mismas como su abuela ciega que no se
desvestía nunca delante de un radio de transistores porque no podía entender
que la voz del hombre se oyera tan cerca viniendo de un lugar remoto. Como no
se iba a volver loco Gabriel García Márquez, después de pasar una vida entera
entre los libros y jugando a ser escritor de éxito por pura suerte, porque
alguna vez lo dijo “estaba dispuesto a morirme de hambre
para serlo”. Pero fue todo lo contrario gracias a la disciplina y el calor de
la amistad. Ahora, al enterarme de está noticia no puedo dejar de sentir
tristeza. Carlos Fuentes acaba de morir; Monsivais murió en el 2010 y no puedo dejar de sentir
que se están muriendo los genios que estudiaban por placer y lograron poner en
el mapa las letras latinoamericanas con tanto brillo, elegancia y lustre poético.
Imagino que el hermano de García Márquez no
sabía lo que estaba diciendo. Jaime Bello el director del Instituto del Nuevo Periodismo salió
en su auxilio en esta misma semana, diciendo que García Márquez solo tiene algunos olvidos por la edad. Al paso
del tiempo las novelas de Gabo crecen y se entierran en la historia. El domingo
pasado vi la película adaptada de su último libro, Memoria de mis Putas
Tristes, y veo con mucho placer que ya están
entendiendo su mundo. El director es Henning
Carlsen. Y una actriz que siempre es emocionante ver, es la hija de Charles
Chaplin, Geraldine. La película es grandiosa por los diálogos
fieles y el actor principal que encarna con respeto, y como dije, actúa como si
no existiera el guion, ni el libro, y el fuera el autor.
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Próximo texto: Manual para morirse de hambre.
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