Con un amor que nace
nace cada vez
el primer amor
y el primer amante.
nace cada vez
el primer amor
y el primer amante.
Con un amor que muere,
muere, cada vez, el amor
y todos los amantes.
muere, cada vez, el amor
y todos los amantes.
Con cada nuevo amor
tercamente renacemos
para ¡tercamente! morir
en goce y tortura eternos.
Luz Mendez de la Vega, Karma tercamente renacemos
para ¡tercamente! morir
en goce y tortura eternos.
Es de noche, entré seguido del viento frío de finales de invierno. El Gran Hotel y su Suite era el escenario para la presentación de un libro del poeta Manuel Tzoc. Era la primera vez que veía a varios amigos, luego de un exilio placentero por la bucólica tierra de Ciudad Vieja. Esa noche nos volvimos a besar con Macorina que andaba en una onda de pastillas y delirios, feliz y a la vez actuando un significado de la palabra en versos que se le salían sin darse cuenta de su boca experimentada en silencios largos y fuentes revueltas de lava y lúpulo. Si, era momento de verla tal cual, soñando con una máquina de reproducir latidos, sus propios impulsos de sangre proyectados al máximo volumen en una habitación cualquiera, donde hubiera una exposición de arte. A Macorina le apasiona la pasión, es como un feroz salmón que va siempre contra la corriente… incluso a mi me motivó a jugar con su lengua. Era como vivir una pesadilla iluminada, un sincope inverosímil en el que fuera poderosamente movido. Incluso fui yo mismo el que le dije, a esa mujer mayor, con ese cuerpo suyo y dulcemente sumergido en ese montón de años sobre la tierra, que la idea era escaparnos juntos. Me pagó el hotel de esas camas insulsas donde uno se imagina de todo. Terminamos jugando a matarnos dulcemente, primero jugando con caramelos de menta, uno al otro ejercitando esas palabras al vacío en el espacio en que la lengua trasgrede y salva los minutos como si fuera flotando el alma en estáticos golpes eléctricos en todo el cuerpo hecho de rayo. Pero luego de moverme a ese momento final, es decir, antes de todo, un amigo novelista, quizás el único en Guatemala en haber hablando de Nirvana y The Cure en un par de relatos, me dijo que hacía unas horas había muerto Luz Méndez de la Vega. Me entristecí inmediatamente con la imagen de esa mujer en los pasillos de la fortuna, era una mujer mítica. Curiosamente esa misma noche Manuel Tzoc, letra por letra presento su libro Gay (o), una valiente propuesta alterna a la poesía, suma erótica, multiplicación de percepciones. Macorina me quedó en la piel hasta una noche siguiente. El amor era entonces tan versátil que cualquier intensidad superior rozaría con el más puro canibalismo.
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