Divertido es que los bares, cantinas, colonias y
hasta los hoteles tengan nombres grandes de países lejanos y hasta casi
imposibles. Esta el caso de que ayer fui a Venezuela, de que pude dormir en el
Atlanta y mañana podría quedarme en Texas, claro que la sola explicación le quitaría
lo divertido al asunto. Pero no soy tan humorista.
Ayer fui a la colonia Venezuela, allá en la apretada zona
veintiuno. No sé cómo logra mi organismo
aguantarme por tanto tiempo sin desayunar, pero en realidad cuando uno vive
solo y solo ha comido chatarra y menudencias prefiere esperar a encontrar un
milagro. Sucedió que al pasar por un local, ya en la colonia, salió una mujer a gritar con moderada histeria, hay almuerzos de pollo asado con ensalada rusa y papas fritas a doce.
No tuvo que decir más, el precio y la imaginación hicieron el resto.
Sucedió que la señora era una conversadora agradable, que de
entrada me hizo sentir cómodo y hasta logro que fuera por una Coca-Cola
mientras ella terminaba de cocinar (en realidad yo iba a llevarme la comida a
una fonda donde sirvieran cerveza). Me pareció que debí a informarle que si no
hubiera salido a la puerta a gritar el menú y el precio, jamás hubiera desayunado. Le conté que ese
era el simple secreto del vendedor y que ella era una gran vendedora. Halagada y
todo, me contó su historia inmediata. Y a su modo transcribo sin omitir el tono
fascinante con que la mujer me doraba las tortillas y vertía la ensalada y las
papas.
Fíjese que
yo trabajaba en otro lugar, la señora me pagaba cincuenta quetzales diarios,
pero yo le llenaba el local, ofrecía, ponía toda la carne al asador, ofrecía,
me gustaba saludar a los clientes, ya ve, así como darle lo que me pidieran,
Pues va a ver que le pedí aumento, mire, le dije, a mí ya no me alcanza lo que
me paga, auménteme algo, Pues no, dijo ella, y en no se quedó, Yo entonces le
dije que ya no iba a trabajar, así que me pago algo y me dejó el dicho de que
llegara el vienes por lo que faltaba, pues así hice, El viernes con el gran
drama de que regresara, que me iba a pagar setenta y cinco quetzales, Pues yo pensé
que era lo justo, aunque ya había buscado trabajo en otro lado y quedaron de
llamarme, se da cuenta primor lo que siempre dicen ellos, Así que acepté y para
esa misma tarde me llamaron del otro lugar donde me iban a pagar cien, Yo
encantada la deje llorando a la buena mujer y al otro día me presente temprano,
Preparaba carne, pollo, pescado y un señor, mire pues como es la vida, empezó a
llegar solo por mí, almorzaba viéndome y yo ni me había dado cuenta por la
clientela que iba y venía por el lugar, Si yo no llegaba él se iba a comer a
otro restaurantito, Hasta que un día me saludo tan amable como siempre, pero me
sentó a su mesa y me declaro su amor, me dijo que dejara de trabajar allí y que
él me iba a poner un puesto propio para mí, Yo asombrada le dije que sí, y la
verdad era un caballero el hombre, Así que le pusimos el nombre todo marchó
bien, Pero mire como es la mala suerte, se murió, se murió a los seis meses que
teníamos de vivir juntos, Estábamos comiendo cuando dijo Ay, ay, ay, y yo le
pregunte riendo, qué, te pica el culo, y quesi no me respondió, cayó de la
silla y allí si me asusté porque un espumarajo blanco y saliva le escurrió de
la boca, Llamé al centro de salud y me dijeron que no atendían a domicilio, si,
también llamé a la ambulancia y se lo llevaron, pero en el camino se les ahogo
con esa misma espuma, Pero entonces
tengo este negocio de recuerdo de ese hombre cariñoso que se me murió del corazón.
Así fue como, asombrado por el buen almuerzo, que yo creía
desayuno, me propuse escribir esta historia. Y por cierto comí en Argentina dentro de Venezuela.