Soy una pluma
negra. Una pluma negra de un zopilote que mató una bala perdida. Una bala
perdida es una idea. Una idea es una bala perdida, hasta que uno la escribe:
entonces es una bomba. Una pistola nueve milímetros es un libro. Una pluma. Estoy
en Comalapa. Veo el mural del cementerio. Tenemos tanta nostalgia cuando vemos
una tumba. Pero reímos en gracia al ver una escultura en una tumba. Ya son
muchos. Edgar Calel me dice que en Comalapa hay dos cementerios. El de la
derecha y el de la izquierda. Ho, maravilla, somos mortales. Moriremos. Pero me
dice sonriente, puro y sonriente, que cuando muera quisiera un epígrafe que
diga: este tipo no ha muerto, sigue
pensando en arte. Me siento en esa tumba y destapamos una botella. Entonces
las balas perdidas empiezan a volverse tangibles. Soy una bala perdida escrita
en un libro que es la vida. Caminamos a su casa. Me muestra uno de sus cuadros
que es de fuegos escondidos y oscuridades latentes, circulares, sempiternas,
venas que cruzan un cuerpo y mucho más allá están sus hermanos. Uno de sus
hermanos es pintor de landscapes. Una
de sus hermanas hace una faja con una exactitud esencial, hecha de multitud de bolitas
de plástico. Su madre nos lleva desayuno y nos platica del tiempo. Todos hablan
de la energía. Pareciera que estoy con gente que siente su energía. Calel me
dice que no puede controlar la suya. Yo le digo que tampoco, a menudo siento
mucha energía y escribo. Visualizas esa energía, me pregunta. Veo el fuego.
Estamos danzando alrededor del fuego, la marimba suena, un pito de caña y un
tambor que me resuena adentro y digo: estoy en el centro de la nada, en Xibalba, en el corazón del cielo. Veo
hacía arriba y las nubes parecen correr y corren tras de mi, pienso. La
naturaleza nunca es perfecta, sin embargo me corrige, las nubes corren tras del
sol.
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Solo los que arden
Pueden caminar sobre el fuego Y no se queman El fuego le teme al sol La ventana
del viento El corazón del agua No domina su poder El fuego Quema todo lo que lo
apaga El dolor será el gozo El día será la noche La felicidad dará vueltas como
gato No domina su poder El tiempo Cuando el dolor empieza Por una piel y el
frío Cada color contiene su laguna De inciertos deseos.
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Hay una fiesta de
ciertos dioses. Comen algo que no se ve. Morimos ante su desdén. Mi amigo se
quema diciendo: el fuego es lo único que jamás se quema. Estamos armando un
fuego con panela, azúcar, incienso, frutas, bolitas rojas de cereza, miel y candelitas
de colores, puros picantes y que hacen sudar a mis amigos, un busto de un murciélago,
una vara Kan, una vara Sotz, una gratitud que llega al borde de la tierra y se
detiene en las riveras del cielo, van más allá y mencionan a todos los abuelos antes
del tiempo presente, luego hacen una danza. El vidente pregunta por los sueños.
El silencio llena.