Del 28 al 29 de febrero estuve en el apartamento de
Aníbal Asdrubal López Juárez.
Llegamos con el escritor Leonel Juracán después de un día lunes de
recuentos de la publicación de una plaquette
de poemas. Encontramos a Aníbal y platicamos en la terraza de esa casa donde
vive, desde donde se puede ver todo el tejido diario de vendedores informales,
mujeres corriendo para el trabajo, enfermos esperando consulta a plena calle,
desde los pequeños restaurantes, mientras se ha hecho tarde para todos. Porque en
Guatemala se siente ya el ambiente extraño de los transitorios hundimientos
económicos, luego de haber perdido el tiempo en esas guerras donde lo único que
se logró fue armar un pasado para el presente.
Es por eso que me pareció importante visitar a
Aníbal, que antes de artista, es un penseur
de una obra que relata un hibrido de tiempo y arte. Acá frente a ese gran edificio, nos tomamos
un tiempo para platicar y llegar a algunas conclusiones entre la risa y el
marco que representa para él pasar un periodo de transición, además de estar
viviendo frente a ese viejo edificio que es hoy el Hospital General.
La obra de Aníbal López pude verla completa en el
bar Ex-céntrico, para su serie Revisiones. Una de las primeras sensaciones fue la
de no encontrarle un código común con otros exponentes, se ve en su obra una
individualidad de pensamiento, una línea intersticial donde o todo falla o todo
se reanima en una explicación donde en algunas piezas predomina un gran sentido
del humor. En otras piezas el salto hasta las altas propuestas sintéticas y
fuera de los patrones, habitáculos genéricos o formatos que así como aparecen,
así se olvidan. Veo en mis notas, una frase encontrada en un periódico “…la
gente que se ha ido afuera es tal vez la que logrado documentar su obra, pero
por ejemplo yo nunca he visto la obra de Aníbal López, un excelente artista, en
ningún catálogo, sólo me han contado, tradición oral que se pierde con el
tiempo...” La nota es de un periódico de fecha inexacta. Pero es evidente que
de no ser por las revisiones en el Bar Central tampoco yo hubiera podido ver
algo de lo que ha hecho. Javier Payeras en una nota sobre arte conceptual
también lo cita.
La exposición la fui a ver con mi mamá, que aparte
de darme un punto de vista virgen sobre el asunto, me pareció interesante que
le gustara el video de un hombre vendiendo piedras frente al Palacio Nacional.
La anécdota completa es que después de ver cuanta gente se le juntaba a este
personaje en la venta de pomadas, alguien afirmó que “el hombre podría vender
hasta piedras”, parece que Aníbal se volteó y dijo “…veamos si de verdad puede
vender hasta piedras…”, le pagó su tiempo y le consiguió un costal de piedras,
que, finalmente, como ve uno en el video, terminó vendiendo. Economía
informal, es una de las exposiciones donde se ve una pieza: SE VENDE SE ALQUILA SE PRESTA SE REGALA,
se ve la simplicidad casi Zen del pensamiento. Se debería de hablar de que
Aníbal López hace Koanes gráficos. Otra obra que recuerdo es mucho más
minimalista y concreta (pero es muy importante que se lea con una sonrisa
cómplice ante el tiempo, la historia del arte y la actualidad), son las
acciones en espacios urbanos PUNTO EN
MOVIMIENTO Y LA
DISTANCIA ENTRE DOS PUNTOS, uno no puede dejar de
pensar en todo lo que se puede desprender de una idea así. De eso vienen varios
carteles con faltas de ortografía colgados en puntos de la ciudad o la variación de señales de transito en la que hay
contextos semánticos. Todo éste universo desfragmentador, crea ese otro mundo
en donde NADA ES IMPOSIBLE Y TODO SE PIENSA EN GRANDE, entre la polución de la
mañana, nos cuenta el artista de países como Alemania, España, Brasil, México y
Argentina, en cada país una exposición, gana la Bienal de Venecia una de
las más reconocidas por conocedores del mundo del arte, ahí mismo, contándonos
de un paseo en limosina por New York. Entonces cantamos un par de versos de Sex Pistols: I am an
antichrist/ I am an anarchist/ Don't know what I want/ But I know how to get
it/ I wanna destroy passerby…
Jennifer Paiz, la compañera de Aníbal, de una forma
bastante espartana y con mucha filosofía ordena y se dedica a los quehaceres de
la casa, es ella quien me cuenta de las carencias en esa casa donde ahora
tratan de vivir, sin agua, con vecinos un tanto violentos, y con los tres niños
a cargo de los dos. Le digo que se
parece mucho a las mujeres de los escritores del Boom, que iban a donde fueran sus esposos, como si ellas también
presintieran algo del misterio del arte.
En estos días, Aníbal López hace menos tareas por
una hinchazón en su pie izquierdo. Sin embargo, con el gran sentido del humor
que lo caracteriza, me sigue hablando en broma y en serio de las galerías de
arte guatemaltecas. Me nombra la escuela situacionista y he tenido que agotar la enciclopedia y algunas páginas de
Internet para encontrarme con Guy ErnestDebord , Malcolm McLaren, el
mayo del 68 en Paris, los surrealistas, y encuentro parte de todo este discurso
en su intervención en Argentina en donde fundió en concreto varias y quizás muchísimas
fotografías de un estudio de rostros de guatemaltecos con el mismo nombre: un
pensamiento con un soporte ideológico fuerte es hecho: la imagen que llega
hasta mí es de un enorme bloque cuadrado de concreto con algunas hojas en medio
que aún se ven tras la fundición y secado del cemento, los rostros están ahora
perdidos en esa mole de varias toneladas, indestructible. Hay una estética
poética, como en su obra en la que deja caer desde un puente un royo de plástico
negro que ondea de alguna forma errante a lo largo de esas casas de
asentamiento, para la época de Ríos Montt. Puede ser tan provocador como Yves Klein,
ante el espectador guatemalteco, el fluxus de dos puntos a cierta distancia que
lograban una línea imaginaria es una de las piezas que en lo personal me parece
trascendente desde la aparente sencillez y fuerza formal que subyace.
Su casa:
Ya lo he escrito, vive frente al Hospital General “fúnebre edificio del
que se escapan almas una hora tras otra.” La casa en la que vive Aníbal es una
casa hecha para alquilar apartamentos muy pequeños. En las palabras de Jennifer
Paiz “no debieran pagar lo que les cobran pues nunca hay agua, y las
condiciones son precarias”. Ellos viven en el segundo nivel.
Leonel Juracán está sentado sobre un sofá de
diseño, bastante minimalista. Hablamos de la moral y la ética, de algunos
programas de televisión de los 90´s, de pintores buenos y malos, de escritores
como Foucault y grandes magos como Demian Herst
o Jeff Koons. Aníbal se va
poniendo serio pero no pontifica ninguna respuesta, ninguna idea precisa,
hablamos de artistas e intervenciones y happenings. Desde donde estoy puedo ver
un cuadro mediano al que Aníbal llama “un
pequeño proyecto” para algo que va desarrollar más adelante. Dice cosas
como “hay que pensar en grande, el arte
debe pensarse desde una perspectiva infinita”. El cuadro que ahora veo con una lupa de
juguete, se lo ha regalado a su mujer. Ella, bromea diciendo que en lugar de un
ramo de rosas, le ha regalado un cuadro con una caja de muerto. Pero Anibal ahora carga a Amadeo y Alicia, sus
hijos pequeños y se ríe, desde sus lentes graduados sus ojos parecieran unos
pequeños telescopios. Jennifer parece una adolescente a la par de Aníbal, que
la abraza mientras yo me preocupo de que su hija Alicia, de unos 3 años, no se
caiga al hacer malabares en una silla.
Sentados en aquella salita de la casa vamos compartiendo como en un
salón cultural. La casa de Aníbal se nos vuelve algo así como una despensa de
pensamientos o una alacena de ideas, yo particularmente me preocupo por
escuchar cada reflexión y me parece que tienen mucho que ver con el entorno. Dos
gatos se pasean por las habitaciones. Puma,
hace su entrada rompiendo una paleta de vidrio de la ventana. La otra es una
gata que entre risas, dudamos si en realidad esta “cargada” o tiene un tumor porque según todos ha tardado ya mucho en
tener a sus gatitos.
Nos invitan a desayunar huevos revueltos y
frijoles. Hablamos de la obra. Le pregunto por esa última marcha del ejercito
de Guatemala (30 de junio) sobre la sexta avenida y los costales de carbón
molido por toda la sexta avenida. Me
dice que todo lo hizo de madrugada, en estado de excitación y cierto temor, sin
embargo, aunque las personas de limpieza de la municipalidad intentaron limpiar
todos esos diez sacos de carbón, siempre dejaron residuos. Me contó que se
tomaron fotos que ahora están valoradas en dólares para compradores
internacionales. Además uno de los
principales motivos de la obra era poner en evidencia esos lugares clandestinos
de tierra arrasada en la que hoy en día todavía son carboneras de cuerpos
calcinados. Me cuenta todo eso y hasta ahora noto sus lentes con nuevos aros Ray Ban, que están sobrepuestos.
Para hacer una descripción de la casa de Aníbal López tengo que decir
que hay dos dormitorios y una sala que se divide sin límites precisos entre,
cocina, sala y comedor. Cerca de la puerta hay un mueble con un televisor en el
que los niños ven caricaturas toda la mañana.
Al medio día, Aníbal y su esposa se ponen de
acuerdo para hacer un almuerzo, y terminamos buscando un taxi para ir a traer
al colegio a su hija mayor, Daniela.
En el Taxi
Salimos a la calle. Enfrente el ir y venir de gente. Me doy cuenta que
ya pusieron unas gruesas puertas de metal en la entrada del Hospital General.
Algunos indigentes conservan su posición desde las seis de la mañana, tirados a
media calle a la una de la tarde. Un
taxista habla con un señor y al acercarnos le negociamos el viaje. Vamos para
la zona dos por una cantidad que equivaldría a un libro o un litro de cerveza y,
no es que el juego de palabras sea gratuito, hemos accedido a darle plática al
taxista que dice que Aníbal parece pintor.
-
Si, soy artista, he hecho algunas obras en casi
todo el mundo y todavía soy pobre –dice Aníbal, de buen humor.
-
Mire usted, yo alguna vez, ya ve que uno sueña
con cosas, me gusto eso que me dijo, yo hubiera querido ser cantante –dice el
taxista.
Llegamos al colegio de su hija de nueve años y, bajo el sol de finales
de febrero, un día martes, pienso que es interesante que la hija de un artista
quiera ser pintora también; me cuentan que hace garabatos, dibujos a marcador
con su firma y los pega en todo el corredor del segundo nivel de su casa, como
si estuviera en una exhibición de arte. Incluso, más adelante me querrá vender
uno de sus dibujos, que yo compré con una gracia que sólo puede dar el segundo
día de resaca.
Veo un video en el que Aníbal López, entrevistado por Emiliano Valdez
en las instalaciones de CCE, nos dispara un resumen de sus comienzos. Desde el
profesor que le profetiza una vida en el arte, hasta su breve confesión en la
pieza que denominó “El Préstamo”. El préstamo, ya hablando con Aníbal fue más
que un momento, todo un performance.
En el video explica que era de buscar a un personaje de cierta apariencia y
edad; luego, con un arma (prestada y previamente descargada) subieron a este
sujeto y le apuntó con el arma y le pidió todo el dinero que llevaba. En un
principio el hombre le dio treinta quetzales, luego, al ver la determinación,
le entrega algunos billetes de a cien dólares, lo deja ir, y allí empieza el
verdadero préstamo. Pues el dinero pagó parte del vino e impresión de volantes.
En las palabras de Aníbal “fue increíble que aunque yo lo publiqué, e hicimos
la exhibición, nunca hubo una denuncia…, y a pesar de la experiencia, el hecho
y las criticas posteriores, todo aquel que bebió vino en esa exposición,
terminó siendo cómplice”.
Documenta (13)
El arte de A-1 53167 invita a desaprender el arte como hasta ahora lo
hemos entendido, dejar por un lado los conceptos y empezar a vivirlo en plena
vía peatonal urbana de cualquier país del mundo. Su nombre, el nombre con el
firma todos sus cuadros es su número de cédula. Esto ya es una pieza del
rompecabezas humano que de una u otra forma encaja y desencaja en ese mapamundi
del arte conceptual.
Ahora se perfila para la importante exhibición de arte de todo el
mundo en Documenta, Kassel Alemania.
La pieza que lleva es un sicario, al
que le pagará por hora, el boleto de ida y vuelta. Contendrá la dialéctica de la
ira de un país donde mueren por lo menos 25 personas diarias, y una vida quizás
ahora mismo, con un precio de menos de cien quetzales.
Por último me
recuerda algo “El pensamiento es lo más
veloz que existe, una idea puede superar la velocidad de la luz” me dice,
mientras comemos un filete de pescado y decimos ¡salud!
Lester Oliveros Ramírez.