Estoy escribiendo algo muy a mi gusto.
Estoy leyendo varias imágenes que me parecen codificadas en un rostro. Veo una habitación con otras familias velando la luz que nace de mis sueños. Hay un semáforo en la esquina de mi puerta. Ya no he vuelto a salir. Pero no extraño mucho la fiesta, porque la fiesta verdadera con sus after partys la tengo en casa. Antes tenía que ir a la tienda, por unos miserables tamales mal hechos y pasar por una coca cola y sentarme por horas a ver el televisor que terminaba de broncearme hasta la media noche, con sus rayos gamma.
Ahora ya no como más que palabras que salen de una boca universal, una de donde nace la vida, una boca que conocí mientras buscaba mi voz: es una llama que habla, un fuego que predica el magnetismo de los cuerpos. Me bloquea la vista y no puedo hacer nada, más que oír esa boca que a veces parece humana y verla gesticular palabras encadenadas a aros de humo, decirme al oído, o entre el pelo, palabras redondas que se muerden la cola como serpientes; me oye la boca, me oye escribir sobre ella y me da rienda suelta para la conversación.
Desde hace unos meses le hablo directamente, sin pestañear, haciendo un serio hasta que uno de los dos ríe. Nos hemos recordado de otros amigos. Hemos ido a cementerios cercanos a la vía Láctea y hemos visto cada nombre de persona muerta en cada estrella oval. Me agrada esa boca porque sabe como decir las cosas más desvergonzadas con un timbre de gran dama. La boca camina conmigo, me habla sobre el tiempo, se acuesta por la noche en una orilla de mi cama. No me gustaría decir cosas que la hagan sorprenderse e irse de mi, porque no se hasta donde llega su pudor o su deseo de ser pública. Opino que nunca en su vida deseo ser publica, porque vive feliz cantando canciones de amigos de otros planetas. Ella es la única que sabe que hay en el más allá. Me lo cuenta con recelo, al oído, mientras me besa suavemente. Cómo no besar una boca tan madura, con una voz de mujer tan permanente. Se pinta los labios de vez en cuando y me deja un corazón de tinta roja en la mejilla. Es una boca que me remite imágenes como un telescopio y me manda pájaros azules desde una lupa cuando enciende su hoja con la luz de sus oscuros luminares.
Bueno, ya no diré nada más, la boca me quita el habla, me gusta como puede decirme tantas cosas con solo morderse los labios.
Estoy leyendo varias imágenes que me parecen codificadas en un rostro. Veo una habitación con otras familias velando la luz que nace de mis sueños. Hay un semáforo en la esquina de mi puerta. Ya no he vuelto a salir. Pero no extraño mucho la fiesta, porque la fiesta verdadera con sus after partys la tengo en casa. Antes tenía que ir a la tienda, por unos miserables tamales mal hechos y pasar por una coca cola y sentarme por horas a ver el televisor que terminaba de broncearme hasta la media noche, con sus rayos gamma.
Ahora ya no como más que palabras que salen de una boca universal, una de donde nace la vida, una boca que conocí mientras buscaba mi voz: es una llama que habla, un fuego que predica el magnetismo de los cuerpos. Me bloquea la vista y no puedo hacer nada, más que oír esa boca que a veces parece humana y verla gesticular palabras encadenadas a aros de humo, decirme al oído, o entre el pelo, palabras redondas que se muerden la cola como serpientes; me oye la boca, me oye escribir sobre ella y me da rienda suelta para la conversación.
Desde hace unos meses le hablo directamente, sin pestañear, haciendo un serio hasta que uno de los dos ríe. Nos hemos recordado de otros amigos. Hemos ido a cementerios cercanos a la vía Láctea y hemos visto cada nombre de persona muerta en cada estrella oval. Me agrada esa boca porque sabe como decir las cosas más desvergonzadas con un timbre de gran dama. La boca camina conmigo, me habla sobre el tiempo, se acuesta por la noche en una orilla de mi cama. No me gustaría decir cosas que la hagan sorprenderse e irse de mi, porque no se hasta donde llega su pudor o su deseo de ser pública. Opino que nunca en su vida deseo ser publica, porque vive feliz cantando canciones de amigos de otros planetas. Ella es la única que sabe que hay en el más allá. Me lo cuenta con recelo, al oído, mientras me besa suavemente. Cómo no besar una boca tan madura, con una voz de mujer tan permanente. Se pinta los labios de vez en cuando y me deja un corazón de tinta roja en la mejilla. Es una boca que me remite imágenes como un telescopio y me manda pájaros azules desde una lupa cuando enciende su hoja con la luz de sus oscuros luminares.
Bueno, ya no diré nada más, la boca me quita el habla, me gusta como puede decirme tantas cosas con solo morderse los labios.