La intuí en el bus. Callada y por eso, quizás, con una belleza de cuento griego. La imaginé imaginándome imaginarla. No era un simple juego de palabras. Era normal ir en un bus sin saludar a nadie. Viendo como la gente sube y baja, sin decir una palabra. Oyendo el viejo motor y al ayudante perdido es sus gritos y en el ruido caliente de afuera. Sudando. Hablando algo que nunca entendí por el ruido. Pero entre todo, la ventanilla percudida, y los asientos vacios que miraba desde atrás. Iba ella. Conocer a alguien en un bus urbano, ruidoso y románticamente destrozado, en un San Valentine, puede ser tan extraño como buscar el amor en un centro comercial. Imaginé que pensaba lo mismo que yo.
Era la primera vez que iba a Mixco. Había soñado que me encontraba sola en una calle que no conocía y mientras más buscaba la salida del laberinto más me perdía. De sólo pensar en el sueño me entró un miedo conocido, un miedo con el que uno podía lidiar día a día en los buses porque en ese momento podían subir a asaltarlo a uno. Pero a veces era en el momento en el que uno no pensaba en el asalto. Y eso era terrible, porque siempre hay que saber que hacer inmediatamente. Las calles de la calzada no eran muy entretenidas. Entonces lo vi. Mirándome y con una sonrisa desamparada que apenas se le dibujaba en la cara. Puse cara de valiente. Trate de ignorarlo y verme molesta por su persistente mirada, como una subrepticia invitación al amor. Me sentí tonta de pensarlo. Mire la ventanilla sucia y me recordé que de niña dibujaba corazones en las ventanillas y mi mamá celebraba eso para no seguir pensando en la calle inundada por la lluvia. Pero ahora eran más que alucinaciones por el calor. Cada vez sentía más su mirada y pensaba que estaba pensando lo que yo pensaba.
El sol me pegaba en la cara. Era molesto, pero estaba como pegado al asiento. Había pensado en cambiarme de lugar y con algún pretexto preguntarle algo o tratar de empezar una conversación. Hablarle de algo. Pero qué. No se me ocurría nada. ¿Cómo hablarle por primera vez a alguien que uno no conoce? Era absurdo. Me sentía mal al preocuparme por aquello. Pero la seguía viendo. Y conforme la miraba sabía que ella o yo algo diríamos. Pero no decía nada. Era como si en lugar de agradarla la amenazara mi atención. Era estúpido tratar de hablar con alguien de esa forma. Pero ella me gustaba. Si tan sólo me corriera un poco de mi asiento, llamara su atención y le dijera que me agradaba algo de ella. Pero eso además de cursi, era tan gastado. Todo mundo hace eso. Como cuando un señor le pregunta la hora a una mujer que podría ser su hija. Y todo lo demás. Pero además, estaba completamente desorientado por dentro, aunque por fuera ella me viera sonriéndole sutilmente, como si en el fondo no le quisiera hablar, sino inquietarla.
Subió un vendedor. Me agradan esos tipos. Siempre animaba a mi madre a remedarlos. Le salía muy bien. Me gustaba verlos impostar la voz e inventarse un mar de lágrimas para motivar a los pasajeros. Recordé la vez que mi mamá me contó que un señor se hacía pasar por lisiado y luego de que le daban, se bajaba burlándose de todos. Porqué pensaré en eso ahora. Siempre me pregunto porque pienso tanto. Debería comprarle unos dulces de menta al patojo y regarle uno a ese que tanto me mira. Se asustaría. Ya me lo imagino. Pero no. Pensaría mal de mí. Que soy fácil. Mejor miro para la calle.
El chiclero parece cansado. Y yo estoy cansado de tanto vendedor. Y ellos lo dicen. Como si con eso exorcizarán tanto trinquetero que se sube en cada cuadra. Y ellos lo saben. Saben que uno se da cuenta que siempre dicen la misma mentira. Puta, y yo acá sin moverme de este asiento. Y ya voy a llegar a donde bajo. Porqué no puedo decirle que esta linda. Que me hace pensar en que debería ser la princesa de mí barrió. Por qué. Tengo miedo. Tanto miedo, y es un miedo tan parecido al de un asalto. Mejor no pienso en eso, capaz que se suben y acabo de comprar mi celular. Yo a veces recuerdo que las veces que me han robado son por descuido. Tantos lugares que hay en las camionetas para guardar las cosas. Normalmente los sillones están rotos. Pues ahí se podrían meter las cosas mientras aquellos registran al de atrás. Ahora que me acuerdo, me he salvado de varias. Lo único que no me gusta es que las mujeres siempre terminan llorando. Pobrecitas. Ahora que lo digo, tal vez eso es lo que siento por ella, un deseo de acercarme para que no le pase nada. Bueno, en la otra me bajo.
Y si soy yo la que le habló. Pero es que va a pensar que soy puta. Pero a las putas le va bien, como dice mi mamá cuando esta enojada. La verdad, hay ocasiones que me siento tan aburrida, que me gustaría hacer una locura. Que ese muchacho se viniera a sentar a la par mía y me pidiera un beso. Que me jalonee la blusa tratando de buscarme los pechos y me haga sentir algo tan fuerte que olvidemos al brocha mirándonos con una risa de pícaro y al chofer con un cigarrito en la boca, detenidos a media calle sólo por el espectáculo… pero el ya se bajó del bus y yo me bajo en la otra esquina.
Era la primera vez que iba a Mixco. Había soñado que me encontraba sola en una calle que no conocía y mientras más buscaba la salida del laberinto más me perdía. De sólo pensar en el sueño me entró un miedo conocido, un miedo con el que uno podía lidiar día a día en los buses porque en ese momento podían subir a asaltarlo a uno. Pero a veces era en el momento en el que uno no pensaba en el asalto. Y eso era terrible, porque siempre hay que saber que hacer inmediatamente. Las calles de la calzada no eran muy entretenidas. Entonces lo vi. Mirándome y con una sonrisa desamparada que apenas se le dibujaba en la cara. Puse cara de valiente. Trate de ignorarlo y verme molesta por su persistente mirada, como una subrepticia invitación al amor. Me sentí tonta de pensarlo. Mire la ventanilla sucia y me recordé que de niña dibujaba corazones en las ventanillas y mi mamá celebraba eso para no seguir pensando en la calle inundada por la lluvia. Pero ahora eran más que alucinaciones por el calor. Cada vez sentía más su mirada y pensaba que estaba pensando lo que yo pensaba.
El sol me pegaba en la cara. Era molesto, pero estaba como pegado al asiento. Había pensado en cambiarme de lugar y con algún pretexto preguntarle algo o tratar de empezar una conversación. Hablarle de algo. Pero qué. No se me ocurría nada. ¿Cómo hablarle por primera vez a alguien que uno no conoce? Era absurdo. Me sentía mal al preocuparme por aquello. Pero la seguía viendo. Y conforme la miraba sabía que ella o yo algo diríamos. Pero no decía nada. Era como si en lugar de agradarla la amenazara mi atención. Era estúpido tratar de hablar con alguien de esa forma. Pero ella me gustaba. Si tan sólo me corriera un poco de mi asiento, llamara su atención y le dijera que me agradaba algo de ella. Pero eso además de cursi, era tan gastado. Todo mundo hace eso. Como cuando un señor le pregunta la hora a una mujer que podría ser su hija. Y todo lo demás. Pero además, estaba completamente desorientado por dentro, aunque por fuera ella me viera sonriéndole sutilmente, como si en el fondo no le quisiera hablar, sino inquietarla.
Subió un vendedor. Me agradan esos tipos. Siempre animaba a mi madre a remedarlos. Le salía muy bien. Me gustaba verlos impostar la voz e inventarse un mar de lágrimas para motivar a los pasajeros. Recordé la vez que mi mamá me contó que un señor se hacía pasar por lisiado y luego de que le daban, se bajaba burlándose de todos. Porqué pensaré en eso ahora. Siempre me pregunto porque pienso tanto. Debería comprarle unos dulces de menta al patojo y regarle uno a ese que tanto me mira. Se asustaría. Ya me lo imagino. Pero no. Pensaría mal de mí. Que soy fácil. Mejor miro para la calle.
El chiclero parece cansado. Y yo estoy cansado de tanto vendedor. Y ellos lo dicen. Como si con eso exorcizarán tanto trinquetero que se sube en cada cuadra. Y ellos lo saben. Saben que uno se da cuenta que siempre dicen la misma mentira. Puta, y yo acá sin moverme de este asiento. Y ya voy a llegar a donde bajo. Porqué no puedo decirle que esta linda. Que me hace pensar en que debería ser la princesa de mí barrió. Por qué. Tengo miedo. Tanto miedo, y es un miedo tan parecido al de un asalto. Mejor no pienso en eso, capaz que se suben y acabo de comprar mi celular. Yo a veces recuerdo que las veces que me han robado son por descuido. Tantos lugares que hay en las camionetas para guardar las cosas. Normalmente los sillones están rotos. Pues ahí se podrían meter las cosas mientras aquellos registran al de atrás. Ahora que me acuerdo, me he salvado de varias. Lo único que no me gusta es que las mujeres siempre terminan llorando. Pobrecitas. Ahora que lo digo, tal vez eso es lo que siento por ella, un deseo de acercarme para que no le pase nada. Bueno, en la otra me bajo.
Y si soy yo la que le habló. Pero es que va a pensar que soy puta. Pero a las putas le va bien, como dice mi mamá cuando esta enojada. La verdad, hay ocasiones que me siento tan aburrida, que me gustaría hacer una locura. Que ese muchacho se viniera a sentar a la par mía y me pidiera un beso. Que me jalonee la blusa tratando de buscarme los pechos y me haga sentir algo tan fuerte que olvidemos al brocha mirándonos con una risa de pícaro y al chofer con un cigarrito en la boca, detenidos a media calle sólo por el espectáculo… pero el ya se bajó del bus y yo me bajo en la otra esquina.