A Joshua, futuro sabio;
y a Dorian, por la curiosidad nunca satisfecha.
La primavera acá es una lluvia perpetua que humedece los techos y va, lentamente, corrompiendo las paredes de madera de mi cuarto con un sigiloso paso. Pero es una primavera anticipada, con vales diarios de vida y angustia. Mi vecino escucha primavera in anticipo de Laura Pausini. Las paredes se esponjan con la humedad y todo parece volverse blando hasta que me acerco al borde de la puerta y oigo el ruido de la lluvia cada vez más persistente como si quisiera hacerme saber alguna de sus verdades humedales. Sólo yo sé lo que hace la lluvia conmigo y también puedo sentir lo que hace todo lo demás conmigo, lo que presiento que traduce mi espíritu, por llamar a lo de adentro de alguna forma, pero veo que se me imposibilita revelarlo completamente. Describo partes de una poesía aniquilada, una prosa efímera y sin contradicciones mayores. Todo esto conversábamos con Joshua y Dorian mientras disfrutábamos brevemente de unos instantes de regocijo en uno de los mejores recintos del Centro Historico. Dorian es de esas personas que uno siente que ya conoció en otra vida, en otro tiempo, porque somos permanentes átomos en ebullición, que es lo mismo que decir que somos mortales eternos. Pero en otras palabras, creo que ha leído buenos libros. Los encontré en Casa Ibarguen oyendo a los jóvenes participantes de un concierto de talentos. Pero ni aunque rifaban una guitarra, me quede. La primavera es más poderosa en este invierno. Les dije a mis amigos, que por favor me acompañaran a una copa. Dorian compró una cerveza Gallo y pasamos un momento compartiendo anécdotas. Estaba por llegar, para mi suerte, la verdadera poesía. Bajó de un taxi blanco con la brujería de su cuerpo mínimo y de otro mundo. La llevé del brazo hasta nuestra mesa y le ofrecí algo de tomar. Yo llevaba ya tres copas del buen vino tinto. Me hubiera gustado tener una cámara Polaroid porque era muy bello el dibujo del alumbrado urbano reflejado en el suelo húmedo de la calle y, en contraste con el ambiente limpio, tibio y compartido del lugar. Al final recuerdo que les pregunté a los dos amigos si podía escribir sobre ellos y me miraron como si ya lo estuvieran leyendo.
y a Dorian, por la curiosidad nunca satisfecha.
La primavera acá es una lluvia perpetua que humedece los techos y va, lentamente, corrompiendo las paredes de madera de mi cuarto con un sigiloso paso. Pero es una primavera anticipada, con vales diarios de vida y angustia. Mi vecino escucha primavera in anticipo de Laura Pausini. Las paredes se esponjan con la humedad y todo parece volverse blando hasta que me acerco al borde de la puerta y oigo el ruido de la lluvia cada vez más persistente como si quisiera hacerme saber alguna de sus verdades humedales. Sólo yo sé lo que hace la lluvia conmigo y también puedo sentir lo que hace todo lo demás conmigo, lo que presiento que traduce mi espíritu, por llamar a lo de adentro de alguna forma, pero veo que se me imposibilita revelarlo completamente. Describo partes de una poesía aniquilada, una prosa efímera y sin contradicciones mayores. Todo esto conversábamos con Joshua y Dorian mientras disfrutábamos brevemente de unos instantes de regocijo en uno de los mejores recintos del Centro Historico. Dorian es de esas personas que uno siente que ya conoció en otra vida, en otro tiempo, porque somos permanentes átomos en ebullición, que es lo mismo que decir que somos mortales eternos. Pero en otras palabras, creo que ha leído buenos libros. Los encontré en Casa Ibarguen oyendo a los jóvenes participantes de un concierto de talentos. Pero ni aunque rifaban una guitarra, me quede. La primavera es más poderosa en este invierno. Les dije a mis amigos, que por favor me acompañaran a una copa. Dorian compró una cerveza Gallo y pasamos un momento compartiendo anécdotas. Estaba por llegar, para mi suerte, la verdadera poesía. Bajó de un taxi blanco con la brujería de su cuerpo mínimo y de otro mundo. La llevé del brazo hasta nuestra mesa y le ofrecí algo de tomar. Yo llevaba ya tres copas del buen vino tinto. Me hubiera gustado tener una cámara Polaroid porque era muy bello el dibujo del alumbrado urbano reflejado en el suelo húmedo de la calle y, en contraste con el ambiente limpio, tibio y compartido del lugar. Al final recuerdo que les pregunté a los dos amigos si podía escribir sobre ellos y me miraron como si ya lo estuvieran leyendo.