Leonel Juracán: Por aquellos días ninguno nos podríamos
imaginar que ese muchacho que a penas se miraba entre la multitud pudiera dar
vida a tanta palabra a favor del arte. El poder de la poesía en la obra de
Leonel es un Optimus Prime que narra
desde su futuro un cataclismo celeste en el fondo de los ojos del hombre
popular, doméstico, neutral, al margen. Tiene un libro que es como un manual
para volverse invisible; otro que atenta a consumirse: Inflamable, que es donde
encuentro un tono equiparado con uno de los grandes de la literatura: Gabriel
García Márquez. Y su último libro de poesía llamado Fúnebre y Carnavalesco.
Leonel, ya lejos de esa imagen de poeta maldito, ebrio de tanta vida y golpes,
fuera de todo contexto secular del arte por el arte, a cada palabra pesada
junto al olor de las banquetas, el humo negro de los buses y la nostalgia de
todos esos rostros del interior de Guatemala.
Una vez le quise
hacer una entrevista y como suele evadir los bochornos, de-construyó esa
voluntad que me llevaba en el fondo, a ver por afuera, lo que había de
interno. Su trabajo en arte es
sustancial y preciso, ha hecho ensayos breves que el llama textos
museográficos, para Aníbal López o Regina Galindo. En el fondo es un poeta
aunque se vista como oficinista.
Eduardo Villalobos: Una de las primeras características de
Villalobos es su interés en lo cotidiano, tiene, a mi parecer, un radar para
algunos detalles, esquinas y porosidades que podría pasar por alto cualquiera,
se nota en sus poemas. Lo otro, según lo comentaba con otros amigos, es el tipo
más educado con las mujeres que he conocido. Yo me siento un salvaje a veces en ciertas reuniones
sociales, pero Eduardo Villalobos sobrevive sobresaliente en ese mundo de rito
y ceremonia; pero tengo que decir que no es porque se quiera comportar como
alguien serio, no, en el fondo es un sentido de la cordialidad, de la amistad y
del garbo natural que habría que tener siempre con las mujeres.
Eduardo
Villalobos es un poeta urbano, uno de esos nuevos juglares entre la
arquitectura art deco y noveau del Centro Histórico.
Naturalmente, noto que tiene ese sentido de la modernidad, esa fractura y
cicatriz que tiene todos los poetas de
ciertas generaciones. La post-modernidad, los video juegos, la música, la
infancia y la violencia del tiempo, son algunos de los temas que este brother
maneja, convive y compleja, resuelve.
Sus libros
favoritos no deben ser muchos, Onetti y los fundamentales poetas, aunque ha
leído lo suficiente para tener un criterio editorial, una noción del ritmo
semántico. Aún así viste como un ejecutivo, aunque al revés de todo, siga
siendo un bohemio.
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Javier Payeras: Hablando de libros, a mí se me imponen
los libros bastos, vulgares de tanta elegancia, esos libros que podrían
partirle la cabeza a un cabrón asaltante. Pero fue Javier Payeras el que nos
enseñó a todos, creo, que el peso no está en el número de hojas sino en el filo
que lleva dentro; en las palabras, que una palabra puede golpear como un Micke
Tyson. Lo he dicho muchas veces y lo diré de nuevo, no existe otro poema que
describa mejor lo que fue ser adolescente en los noventas que Soledad Brother,
eso creo yo, y mi visión llega de haber, simplemente leído el poema y darme
cuenta que eso era lo que sentía, identificarme con esa soledad. Pero al final
Javier Payeras hoy en día no puede estar solo, no porque él necesite compañía,
sino por que atiende si no decenas, quizás muchas actividades en algo que en
Guatemala hace unos años era desconocido: el arte. En nombre de la cultura
Javier asiste a reuniones y propone un modelo cultural que rebasa, lo digo sin
una sola pisca de exageración, el modelo normal del intelectual en
Latinoamérica.
Sus libros no
logran llega a las cien o ciento cincuenta páginas, entre todas sus virtudes,
no le quita mucho tiempo a sus amigos. Pero el tiempo es relativo, como
relativos son los obstáculos que ha sorteado en esta ciudad de gente precisa,
indolente, que Javier ha dotado de un hambre no de pan, sino de pura y
espléndida poesía. De ese tamaño es y ha sido su imaginación.