lo que escribimos aterrados
de que los días fueran fósforos eternos que se apagan...
Javier Payeras.
Esto es parecido al infierno. Tú tienes tiempo, el tiempo
que nadie tiene. Pareciera al cabo de todo, parecido a una gran avalancha de
gozo. Puedes intentar, ver sobre tu hombro. Pero es poderoso sentir ese latente
acecho de la nada. Todo y nada. Estas en el centro de una avalancha. Llamas a
todos y nadie llega. Sueltas de pronto el cinturón de la razón y sobrevuelas
solo los lugares que todos quieren, imaginan o sueñan sobrevolar. Escribes a
todos desde un ordenador una invitación intrascendente, pero todo se vuelca en
contra tuya, como un gigantesco huracán. El porqué del aire se hace cierto.
Escribimos entonces en la soledad más intensa una guía turística del
cielo. Lo cierto es que, en cuanto te
busque, ya no estarás dispuesto. Y es que de toda formas siempre uno tiene esa
leve conciencia de la suerte, de que las que siempre están dispuestas son las
putas.
Habrá que decir que el tiempo pasa muy rápido. Lo sabe, el
tiempo se va. Todo tiempo pasado fue mejor. El tiempo es oro. Repites todo esto
dispuesto a creerlo, lo repites una y otra vez, logrando aclarar la imagen del
camino. Ese camino que nos llama, ese camino que no era nuestro, pero nos es
legado este camino a fuerza de oposiciones internas de una máquina lógica y
matemática. No con todos se puede hablar del tiempo. Algunos se oponen a que
pase pronto o que se detenga. El olvido y los recuerdos le dan cuerda al gran
cuerpo. Nacemos, nos reproducimos y nos llega la hora de sentir el último tic
tac.
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