En un
principio no pensé que Estuardo Prado existiera. Hasta una tarde que tenía que
presentar un evento de poesía en el Gran Hotel y lo vi conectado en facebook. Le pregunté si podría leer
parte de su libro y accedió inmediatamente. Ahí estaba con su familia a las
siete de la noche. Su lectura fue una muestra de lo que alguna vez oí en las
calles de la zona uno, un lenguaje que definitivamente nueve o diez años
después de desaparecida la Editorial X seguía vigente.
Luego de eso
participamos juntos en alguna lectura en la zona diez, a donde nos llevamos
unas botellas de vino tinto que mostrábamos sin ningún pudor mientras nos
emborrachábamos de poesía y una locura santa. Hasta que una noche, no sé si por
algún comentario mío, no sé si por el hastío terrible que dan las seis de la
mañana de una noche en vela hablando de tantas literaturas, que Estuardo Prado
me habló de empezar con un proyecto editorial. Nada más emocionante para mí,
pero también entretenido para mi nuevo amigo escritor que debía ordenar y
corregir esos cuentos que escribió entre México y Guatemala en esos años
desaparecido.
Antes, en
uno de esos encuentros en el Bar Central con Javier Payeras, que ha sido un
serio lector de toda su generación, además de un crítico crudo pero sin rebasar
la buena fe de la amistad, me dijo que no sabía donde estaría Estuardo, eso sí,
“si se estuviera portando mal ya lo hubieran encontrado”, bromeó. Bromeábamos
todo el tiempo con el hecho de que se hubiera vuelto evangélico protestante y
estuviera gritando a voz partida que el
fin se acercaba para todos. Pero no. Esa noche en el Gran Hotel que lo presenté
para la lectura era el mismo, y eso si, su mito le valía tres mil putas. Luego me di cuenta, en el transcurso de un
intercambio de libros, música y comentarios de películas y mujeres, que estaba
completamente ausente de lo que se decía sobre él. Era, después de todo un tipo
tatuado sin ego, eso sí, irreverente en todo y
rebelde por instinto.
Estuardo
Prado es hoy en día un héroe de su generación. Logró publicar a los mejores
exponentes de hoy en literatura de ruptura y una propuesta nueva que esquivó y
rebasó las filas de espera en esa sala repleta de jóvenes falsos (que eran
aquellos dinosaurios oxidados); era pues un terrorista del lenguaje que dentro
de sus libros vive muy cómodamente: Deleuze, Derrida, Lacan y Barthes.
Como no me
había sucedido desde hace mucho tiempo, me era imposible escribir sobre el
editor y escritor de una novela como Los
amos de la noche o El Libro negro.
A pesar de algunas conversaciones largas al filo de litros y litros de cerveza
Sol. Lo entendí de pronto al leer a Georges Bataille, que quizás si estuviera
vivo hubiese sido uno de sus aleros para beber y hablar de tantas posturas en
que las mujeres se ven más que bonitas desnudas. En efecto, entendí que la
literatura de Prado es una híperparodia, una grandilocuente visión anti-literaria
que estaba anegada de la cultura del rock, la gracia Light del consumo pop y la
comedia completa de un mundo visto siempre como un infeliz guión de una
película de bajo presupuesto. Por eso cuando veíamos esa película de Tenancius D, the pick of destiny, se me
reveló esa hiperbólica forma de imaginar lo impredecible, que siempre o casi
siempre, hacía romper en carcajadas ante lo inverosímil o, en caso contrario,
tacharlo de anarquista inmoderado. Solo dos posturas radicales se esperaban de
libros así, el disfrute inmediato de un viaje de ácidas imágenes o la rabia
puritana de quien teme que sus principios se atrofien ante todo ese mar de
blasfemias extravagantes.
Por algunos
meses le prestaba Los amos de la noche
a gente de diferentes círculos. El más emocionado fue un dependiente de una
cantina frente a la universidad que le tomó tanta devoción por dos horas que se
lo terminé regalando. Normalmente la gente lo catalogaba de diferentes maneras.
Este cantinero dijo que era una comedia
comic. Alguien dijo que era como cuando se cuenta una película. Para mí,
hoy por hoy, creo que es uno de esos libros que Guatemala nunca le perdonará a
nadie. Por que el futuro no empezó ayer, sino anteayer, fuera de todo contexto,
Prado ya estaba rompiendo filas desde hace mucho tiempo atrás bajo una herencia
psicodélica y liberadora.