viernes, 1 de abril de 2016

LISTADO IMPRESINDIBLE -



Me preguntaron ayer por una lista de libros fundamentales. En el momento pensé en dos o tres. Alguien, no recuerdo quién, aconsejaba cuatro libros fundamentales.
1.- El quijote de la Mancha de Cervantes.
2.- Ulises de James Joyce.
3.- La guerra y la paz de Tolstoy.
21. Las Mil y una Noches, relatos árabes.
Esta lista deja por un lado al libro americano por excelencia, es decir, ese libro que desarma, arma y sintetiza la historia nuestra:
4. Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez.
5. Paradiso de Lezama Lima.
6. La Región más transparente de Carlos Fuentes.
7. Rayuela de Julio Cortázar.
Pero aunque esta lista pareciera suficiente, falta una de mujeres brillantes:
8. El segundo Sexo de Simone de Beauvoir.
9. Zona prohibida de Alejandra Pizarnik.
10. Frankenstein Mary Shelley.
11. El diario de Ana Frank.
Por otro lado hay tres poetas, y ese ya es a mi gusto, que considero que habría que leer:
12. Canto a mí mismo de Walt Witman.
13. Canto General de Pablo Neruda.
14. Jardín en Vano de Leopoldo M. Panero.
También están esos libros adolescentes que ponen la duda y la chispa:
15. El principito de Saint Exupery.
16. Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carrol.
17. Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain.
Eso y algunos libros peligrosisismos:
18. El Guardián entre el centeno de J. D. Salinger.
19. Demian de Herman Hesse.
20. Los Cantos de Maldoror de Isidore Ducasse o el Conde de Lautremont.
22. La Biblia.
31. Ruido de Fondo Javier Payeras.
De autores Guatemaltecos, yo tengo una lista pequeña, la mayoría basada en la amistad:
23. Arbitraria Muchedumbre de Pablo Bromo.
24. Diccionario Esotérico de Maurice Echeverría.
25. Central América de Julio Serrano.
26. Soledad Broder de Javier Payeras.
27. El guardián de la caída de agua de H. Akab`al.
28. Fe de Rata de Juan Pablo Dardón.
30. El Popol Vuh (traducción de Sam Colop).
32. Escalera a ninguna parte de Alan Mills.
33. CafeínaMC (segunda parte, la fiesta y sus habitantes) de Wingston Gonzáles.
34. Sonidos Plural de Simon Pedroza.
35. El megadroide morfo contra el Samurai Maldito de Julio Calvo.
36. Poetas Astronautas de Carmen Lucía Alvarado.
37. Las Flores de Denisse Phé Funchal.
38. El perro en llamas de Byron Quiñonez.
39. La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso
40. Lunas Sucias de Eduardo Villalobos,
sería el punto final, los años que tengo. Y… sí, una pregunta difícil de responder sin dejar aún un montón de boquetes en la vida de uno y la infinita historia de eso que se llama leer y que nace de eso otro que se llama escribir. Saludos Miguel Solares, para vos un gran abrazo.

TURISMO INGRATO-



Por una razón bastante extraña me quedé una noche entera a las puertas del hospital Roosevelt, que por cierto, se le han caído las letras SE. Pero eso tan solo es el comienzo de una crónica que me cambió la forma de ver las madrugadas. No diré más que lo que vi, ni enlazaré paralelo a esto las deficiencias en los dos hospitales nacionales de mayor cobertura, simplemente me centraré en algunos detalles.
7:00pm. Llego y me siento un rato. Va a ser una noche larga. Hay cuida carros, uno de ellos grita desde los cien metros hasta donde yo estoy. Su voz implica una disfuncionalidad. Es aguda y ríe con todos mientras saluda descontroladamente. Pero es amable. Igual a él, un veterano con cara de santo antigüeño, es decir, español barbudo y gracioso, que también me da las buenas noches. Parece investigar a qué llego o qué estoy haciendo allí sentado, con cara de no se den cuenta de mí. Le respondo algo y se aleja contento, sube las gradas, encuentra un plato con algo de comida y se lo come sin reparar en nadie, luego se acuesta allí mismo y se queda dormido.
Me entretengo viendo las paredes de vidrio tapizadas con información importante, requisitos para los donadores diarios de sangre. Se lee que no deben estar desvelados y los demás requisitos que ya explicaré. Mientras tanto ya ha llegado a la puerta principal una señora mayor y una más joven que parece es su familiar.
8:00pm. Han llegado hasta donde yo estoy dos señores. Uno lleva unos cartones y el otro una mochila desgastada. Me saludan y pronto me doy cuenta que uno de ellos, moreno y de unos cincuenta años, delgado y arterial, habla detalles de una noche anterior. El otro busca en su teléfono una canción. A la par de ellos están los teléfonos públicos. Parecen esperar el momento de ir a dormir. Me levanto un rato y veo que salen muchos trabajadores del hospital, señoras y estudiantes de medicina, practicantes. Los espera un bus que originalmente debe servir de ambulancia. Imagino que por su seguridad, los llevan hasta algún lugar cercano para que tomen su transporte directo a sus casas. Me lo confirman esos mismos señores que platican sobre canciones. Entre eso me comparten algunos comentarios, por ejemplo que ya hay cuatro personas haciendo cola en la puerta principal, y que son donadores de sangre, que deben llegar a esa hora bárbara para entrar en los primero lugares al otro día, a las cinco de la mañana que empiezan a recibirlos.
Hay una cafetería dentro del hospital que no cierra en toda la noche. Los señores me cuentan que las puertas del hospital las cierran. A lo lejos veo la garita de Emergencia del hospital y una ambulancia que solo con las luces intermitentes anuncia su urgente entrada.
9:00pm. Se detiene una Pathfinder color negro frente a las puertas principales del hospital. Un hombre abre la puerta trasera y junto con una mujer madura, rubia y con un aspecto agradable, empiezan a repartir pastel, hamburguesas y café, a los primeros que se acercan. Ella misma llama al muchacho que cuida carros. Este llega riendo y la abraza. La señora le ofrece pastel y se adelanta hasta las gradas, a regañar en broma al veterano que se ha despertado al fin. Le reclama que por qué volvió a tomar. Pero el hombre no ha tomado, solo se le adelantó el sueño, le cuenta entre risas. Todos comen pastel. El cuida carros es apodado “el tío”, y ahora recibe de regalo la caja todavía con algunos pastelitos, que el reparte entre la gente en lo alto de las gradas que le reciben con gratitud, aun disculpándose, pero él insiste y comparte lo que le han dado. Pequeña fiesta de luz en un lugar tan duro.
Los dos señores que esperan irse a dormir, concretan que después de esa cena ya están listos, o casi, ya que se les une otro personaje, uno con facha de vendedor, pero que en realidad es un señor que visita iglesias en busca de caridad, y que por esa razón rechaza una hamburguesa que le pasa regalando “el tío”. Nos cuenta que está en ayuno. Yo me sorprendo cada vez más.
Han cerrado ya las puertas del hospital, solo se ve como los practicantes entran y salen a intervalos de la cafetería.
10:00pm. El viento allí golpea como si fueran olas invisibles, frías y cortantes. Se siente usted solo, pues si todavía no lo está, lo estará. Algunos se recuperan, pero hay allí adentro enfermos, gente que va a pasos lentos. En lo alto se ven las luces aún encendidas para hombres y mujeres que cierran los ojos aun soñando. La gente trata de inventarse otra realidad conversando.
10:10pm. La cola frente a la puerta ha sufrido cambios, ahora la primera señora se ha sentado. Ella lleva en una bolsa un termo con café, le ha servido a su hija una taza. La hija platica con alguien que ha llegado, dicen que tienen que llegar tres donantes y uno en la madrugada, son para alguien de su familia que va a ser operado. Ya hay ocho y todos van como preparados para el asunto ese de dormir en el sueño para amanecer allí mismo, frente a esa puerta y ser atendidos primero.
11:00pm. Han hecho buena conversación entre ellos, alguna cierta amistad. Se van conociendo, con forme la noche cae los sonidos, hasta los más leves se vuelven relevantes y las conversaciones se oyen todas. Ya hay tente sentada hasta el otro extremo y algunos han puesto sus mantas o petates y se han recostado, todavía platicando, mientras les llega el sueño. La señora, la primera comenta con determinación que ella llegó desde las siete de la noche y que todos deberían ir dándose cuenta que número les toca. Pero en realidad la señora no quiere que nadie se vaya a pasar de listo o lista.
12:00pm. Antes de recostarme contra el vidrio, he caminado hasta la puerta de la Emergencia, hay muchas personas esperando allí información sobre sus seres queridos que han ingresado en las últimas horas. Siguen llegando donadores de sangre. Entre los requisitos que piden esta no llegar desvelados, pero lo que veo es que algunos no duermen bien.
El cuida carros va y viene pero no cuida los carros, está más preocupado, según veo en observar a los muchachos que fuman o inhalan dentro de un parque, frente al hospital, al que nadie debería entrar de noche, ya que lo cierran con candado. Los muchachos, aparente mente, se saltan la malla metálica sin ninguna pena. Pero “el tío” solo mira sombras, allí adentro todo está oscuro.
1:00pm. Llegaron unos señores a regalar café y pan dulce. Reparten tratados y bendicen a la gente. Ya la mayoría de los que están en lo alto de las gradas duerme.
4:00pm. Oigo voces de gente ahora alrededor mío. Me dormí un rato. Siento los ojos hinchados y las manos frías. Los pies adormecidos, el pelo de la cabeza granizado. La cola de donantes es larga. Dicen entre ellos que solo dan cincuenta números y, siempre se queda mucha gente reclamando la larga espera para nada. Entonces la señora del principio de la puerta, que ha velado toda la noche, cuenta que ella llegó tarde el día anterior y que por eso su exageración en el tiempo. Algunos ya esperan la madrugada cubiertos completamente.
4:20pm. Un señor, que ha pasado cubierto de la cabeza a los pies como capullo, se levanta. Dobla sus sábanas y recoge su alfombrita de lana que ha llegado hasta allí con la bandera de la necesidad del recurso médico. La historia de la alfombrita me retumba en la cabeza, podría ser un bonito cuento para le tiemble a uno el corazoncito. En el mismo lugar, pero sin cobertor y sin chamarras, se acuesta otro señor, un poco más joven y por eso me da confianza.
Le pregunto que por qué llegó allí. Me cuenta que iba bolo después de tomar con sus compañeros de trabajo. Por la hora, se aventó del bus, sin advertir que venía, a la par y a mayor velocidad, un carro. Salió volando y paró inconsciente hasta que llegó al hospital.
- No sé si los bomberos me robaron la billetera porque no la tengo, ni el celular… pero tengo todavía estos trescientos quetzales que me escondí en la ingle –dice un poco desconcertado.
- Todo debió haber revirado lejos por el golpe, a lo sumo los primeros que llegan y te aparentan auxiliar se llevan las cosas –le digo, y agrego más… –o sea que ahora si te debe estar esperando tu mujer con el molinillo.
- Ya la llamé, me dijo que esperara que amaneciera.
5:00pm. Todo esto lo platicamos y de pie frente a la puerta principal. La cola de personas, del lado nuestro también empezó a crecer y la gente se aglomera. Falta poco para que abran, los donadores se preparan. Hay una cola larga de gente en silla de ruedas. Señores empujando la sillita de su mujer y al contrario. Gente con una sola pierna apoyada a una muleta de madera. Ojos entreabiertos. Caras tristes y preocupadas. Una señora que llevan brazos, luego la abrazan porque se queja y su queja me duele a mí también.
Los donadores son muy necesarios, las condiciones ya las he relatado. Pero además hay mucha gente que se va aprovechando a poco de su necesidad. Venden agua pura a un precio mayor y en esa madrugada fui testigo de que las vendedoras se pelean a palabrotas delante de los pacientes que esperan impacientes.
Luego de toda una noche viendo más de cinco ambulancias a toda velocidad buscando la entrada, un herido que llegaba del interior y lo tuvieron esperando en la ambulancia más de una hora, gente tratando de contar cosas alegres para reír en vez de volver al trillado tema de la falta de medicamentos. Por alguna razón las madrugadas me parecen allí aliadas de alguna conspiración, muy bien planificada para que la gente baje la cabeza y sienta vergüenza de no tener un billete grande para un sanatorio.

lunes, 8 de febrero de 2016

Agua Dulce/ Attico//Arte Pop / Museo Carlos Merida




Agua Dulce/ Attico
Fabiola Aguirre expuso una serie de collages en uno de los bunkers de la galería El Attico. En primer lugar destaca la experimentación de dos géneros: el grabado y superposición de diferentes texturas en diferentes tipos de papel. Se ve el cuidado que puso en la selección de los materiales, pero además el azar encauzado a respetar la lógica sumaria de un alternado orden musical.
La serie de grabados parecen tener un tema en común: un pez Carassius auratus del orden de los Cypriniformes, llamado por la mayoría goldfish. Una imagen que genera inmediatamente una conexión interna con ciertos espacios cotidianos y más directamente en instantes domésticos. Este pez fue introducido para cría doméstica en Europa hace casi tres siglos, su forma es alada y pareciera que en lugar de nadar, flotara como medusa subconsciente en las mentes de los espectadores. El pez en este caso no está en una pecera, está libre entre un entramado de formas geométricas, viaja sobre el color, sobrevive entero con todas sus facultades submarinas.
Será mi muy fácil y excitable imaginación, el vino tinto que corría inagotable, o el buen día que hizo, pero pude ver la habitación llena de burbujas.


Arte Pop / Museo Carlos Merida
Acercarse a los precipicios. Eso es, dejarse embaucar por Andy Warhol y luego encontrar una telaraña de Jasper Johns y su bandera, hasta gravitar en las atmosferas de Frank Stella y luego encontrar un respiro abominable en Richard Anuszkewcz, para quedar encantado finalmente por Willem de Kooning, que pensé era entonces una mujer mutilada. Hubiese querido ver un Roy Lichtenstein en los volantes por lo menos.

jueves, 28 de enero de 2016

UN MODELO DE FAMILIA



Fue en el año 2014 que necesité facturar algunos trabajos, que recurrí a mi padre. Un personaje fantasma, nunca estuvo en mi infancia y así en adelante hasta ahora. Así que para empezar no sabía ni cómo tratarlo. Fue entonces que recurrí a una mezcla de sátira y gracia para poder sobrevivir cierta carga que todavía sobrenadaba en toda el agua estancada. Lo encontré muy tranquilo, vestido como siempre de traje de colores neutros, pero no fue eso lo que me sorprendió, sino lo que me interesó mucho más fue su sobriedad.
Solo él sabía hacer esos trámites que a mí me estorbaban, solo él tenía ese carácter para hacer largas colas y hablar con empleados mal encarados, burócratas empolvados y secretarias desinteresadas en cubículos de información. Y así fue que terminé con un número de Nit. El trabajo que hacía y, para el que necesitaba las facturas, era la revisión de libros de texto en una editorial. Que terminé haciendo en una computadora de la casa de mi hermana y su esposo. Fue así como tuve todo el tiempo del mundo para hablar con los hijos de papá, que por extraño que me pareciera por aquellos días, me eran tan familiares por muchas razones, tal vez demasiadas, que para entonces en dos o tres días ya era parte del clan.
Pero ellos, no solamente eran amables, estaban tan extrañados como yo de lo extraordinaria que es la sangre. Yo feliz, riéndome de las coincidencias. Tenía suficientes temas que guardar para escribir. Esa es, aunque parezca rarísimo, una familia unida, pensé. Como hermanos, entre ellos se habían apoyado instintivamente, buscando la mejor forma, el mejor modelo de hábitos, para ser mejores en la vida.
Entre ellos, me agrado reconocer el esfuerzo de la madre, con todo y la gracia que me daba recordar ciertos eventos del pasado, que luego de tantos años, ya eran postales borrosas de una época vital y maravillosa. Porque lo que vivieron era la vida y esa no contiene dos caras, solo una y es la de la buena fortuna de la existencia.
Una de mis hermanas, muy cristiana, por esos días inauguro una iglesia aparte de las reuniones en su casa todos los miércoles. Junto con su esposo tenían la buena costumbre de invitarme a las reuniones. Yo escuchaba desde la computadora. Permanecía en ella todo el día, a veces la mitad de la noche. Todo ese año dormí en un sofá cama y por las mañanas miraba a los hijos más pequeños de mi hermana pasar volando para subirse al carro de alguien que los llevaría al colegio.
Luego me levantaba y desayunaba con la madre y una de sus nueras. Me hacían preguntas que yo respondía con tanta franqueza que parecían mentiras. Hacíamos bromas sobre todo, creo que en el fondo sabía que estaban viendo un holograma.
Sin embargo los recuerdo como una familia unida, un modelo que me enseñó, sin que ellos lo supieran a ver con otros ojos a la familia de mi madre. Si uno ríe, todos ríen, si uno llora todos buscan como ayudar. Eso era, no sé si fue un sueño, pero ese pasaje, con sus altibajos y topes fue una buena escuela.
Ah, por cierto, papá sigue durmiendo, creo.
*Este texto es de ficción cualquier parecido con la realidad es pura casualidad.

sábado, 23 de enero de 2016

Lettre d'un main à l'autre.


Todo corre hacía un solo mar.
Revienta el horizonte en luz.
Me llega el verano a través.
Eres como una mano desnuda.
Una mano que escribe y sueña
con volar en cuando empiece la noche.

Like a star of your mouth.

No somos de metal.
Somos una letra en metamorfosis.
Un par de ojos y boca
que subleva un píxel.
Infantiles al jugar con restos de un idioma.

Niña princesa
vocal rumor de ti misma y la playa
rozas con silencios la herida de la vida.

These naked as your hand.

De vuelta al mundo.
Coronas con tu presencia y tu lengua.
Si puedes convertirte en distancia.
Si puedes conciliar este sueño que te sueña.

Así sea…

martes, 29 de diciembre de 2015

FAST MOTION IN MEMORIAM




Hay un personaje llamado Cuellar en la novela Los Cachorros de Mario Vargas Llosa, que luego de un hecho traumático de la infancia, empieza a vivir una vida acelerada, al punto que termina muriendo en un accidente en su propio automóvil. La velocidad con la que se narran todos los hechos, dan una idea de la pasión y también desesperación con la que le urge vivir todo, que en suma, lejos de la imagen brillante de rock star, es evidente el enfado y la insatisfacción de las circunstancias del entorno. No está conforme y, a falta de una válvula de escape como el arte o alguna otra distracción humana (como la de formar una familia y tener hijos), encuentra en el riesgo su definitiva protesta. Yo mismo y muchos de nuestra generación vivíamos a fast motion entre los noventas y principios del dos mil.
Fue en 1997 o 98, que se graduaba un amigo, que por cierto no había visto desde hacía mucho tiempo. De una acera a la otra me grito que lo acompañara a celebrar. Muchos otros, también del famoso Ciudad Vieja estaban allí en La Caseta de Don Robert, en un semi-sotano del Geminis 10. Nunca más, gracias al cielo, he visto un reducto tan generoso como ese en esos años, junto con el mítico Café Oro, eran un hervidero de amistad. Yo trabajaba, en una agencia pequeña de publicidad e impresión digital en el Topacio Azul, de donde me fui escapando los fines de semana a esa playa de bohemia en los arriates. La moda era llevar una botella de cerveza en la mano.
Este amigo era un alma libre y desbocada que, luego de algunos años, después de conocernos en la zona 5, en el grupo Scout, de donde lo recordaba por su facha intacta como salido de su primera comunión; al encontrarlo ahora, exaltado por los Doors y Cia, y todos los licores posibles e imposibles, no lo lograba reconocer. Ahora el bien portado era yo, pero no iba a ser por mucho tiempo, ya que trabamos de nuevo amistad y fuimos a conciertos, como el de Héroes del Silencio y nos llenamos de lodo hasta las rodillas en el antiguo terreno de la Plaza de Toros. Semana Santa era la más pagana y aquel se iba desde el lunes a la sagrada Panajachel. Yo tenía que esperar los miércoles a medio día para salirme del trabajo y tomar un bus a la gloria. Lo encontraba el jueves feliz, en una mesa llena de desconocidos que ya eran sus amigos, impulsado a todos a beber con manguera, de dos tragos esos litros que antes nos parecían interminables; todo en esas carpas improvisadas de la Gallo en la calle Santander. Eran los noventas y se nos fueron de las manos tan rápido como la moda Grunge.
Claro, qué hombre no las tiene, había amargura, cosas irreconciliables que, como yo, llevábamos en una bolsa familiar. Me las contó mucho después, esas cosas personales que nos hablamos, como amigos y hermanos, ya cuando los dos habíamos tocado fondo y tomado aire, ya cuando por azares nos encontramos de vecinos trabajando por todo un año en la Antigua, aquel en Claro y yo en una escuela en las faldas del volcán de Agua. Fue en esos andares cuando jugábamos a la ruleta rusa con los mezcales ilegales del Café No Sé. En una de esas también tuvo un accidente, no tan grave en su moto. Luego nos reíamos viendo películas de Woody Allen que era de su predilección y hablábamos de Kurosawa, que para mí era mejor. No le podía contradecir porque se volvía una máquina de argumentos.
Aquel había estudiado teatro. Era bueno. Tuvo como maestro a Herbert Menéndez. No sé si antes o después, había estado estudiando cine en Casa Comal con Julio Hernández Cordón como maestro. Pero el teatro fue su fuerte, y lo desarrolló con más gusto en la comedia. Allí si nadie le ganaba. Escribía poesía, y si, era tan carismático que se hacía amigo de todos con los verdaderos códigos de lealtad.
Sé que nada de lo que trate de escribir recuperará la vitalidad de algunos recuerdos. Estoy escribiendo en tiempo pasado y me parece una mala broma escribir así de un cuate que tenía tanta vida por delante, tanta ganas de chingar, como decimos. En Facebook hay una lista de amigos y conocidos diciendo “hasta pronto”, contando como yo las anécdotas, la velocidad a la que viajamos. La red social del absurdo, porque no acepto, tanto como cuando murió mi hermana, esa realidad. La larga lista de fotos, comentarios de hace apenas unos meses, el crash de la luz y la imagen, la contraseña que solo él sabe para escribir de nuevo:
Break on trough to the other side
Break on trough to the other side
Break on trough to the other side

lunes, 21 de diciembre de 2015

¿Y vos, dónde la vas a pasar?




¿Y vos, dónde la vas a pasar?
Frente al Palacio Nacional de la cultura escuché esa misma pregunta que acababa de oír en el Transurbano, una pregunta que a mí no me importado tanto desde la treceava navidad que pasaba en familia. ¿Dónde la vas a pasar? Suena a algo inminente y terrible, pasar una hora, las doce de la noche. En familia, nos remite a juntarnos una vez al año y compartir un pavo o un tamal. Hacer el conteo de todos mis primos, tíos y ver en realidad cuantos no estaban. En aquella época solo faltaban algunos hermanos de mi abuela, algún tío; ahora sí que son varios y entre ellos una hermana menor que yo.
Pero todos crecimos y ahora nos damos cuenta que solo los ojitos de mis sobrinos esperan con cierta ilusión esa hora terrible para romper papel y moñas. Después de todo me alegra por ellos, son una esquirla de esperanza desde la explosión de esa granada de fragmentación que fueron todos los hechos sumados de un año.
Particularmente yo la he pasado en todos lados. Primero en familia y cuando se fue poniendo tedioso eso de esperar las doce viendo películas viejísimas de Rudof o de Frosty, terminé una noche visitando a unos amigos; luego en la zona 1 una vez que celebraron una fiesta llamada Navidavison; otra noche en Panajachel con una amiga; la otra vez con la familia de una novia de un tío, y siempre es lo mismo.
Pueda ser que he llegado a un nivel de apatía terrible y parezca un amargado o Grinch como el personaje de Dr.Seuss, pero tanta repetición me aburre. Tal vez la solución sea preguntarle a otros ¿y vos dónde la vas a pasar? Y si de repente es una fiesta, o ayudando en la Municipalidad a pasar tamales y ponche, a gente que en realidad, cuando les preguntaban eso no sabían que responder.

Domingo/ Una hora después-


Eso era todo.
Una historia rota en pedacitos.
Un vidrio sucio desde que no se reflejaba el sol.
Una página en blanco y un lápiz sin punta.
Una flecha que escribe.
La reja oxidada.
Los escaparates llenos de cervezas baratas.
La Nausea.
Sobre todo la música a todo volumen vomitando
tantas historias tristes
y a todo volumen.
Unos zapatos de tacón alto
entre todas las latas vacías.
Un peon tratando de ser rey entre las mesas de ajedrez
de la cantina.
Enumeraciones.
Números invisibles de nombres.
Listas de palabras sueltas.
Sin sentido pero en fila.
Lo que dura el miedo a la existecia.
Mañana lloverá en Bouville.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

LUNES LEJOS





Con la misma ropa por tres
salto hacía la calle mar
soy un pez urbano
tu coraza de risas ha muerto
ahora solo sonríes
y te carcajeas por dentro con todo y danza

macabra mirada de león
no soy español
fui portugués en mi memoria de apellidos
indi en mi sangre culinaria y gourmet
mi abuela fantasma
aun moliendo en su molino de piedras
la semilla de estas hojas de mi

voy cayendo horizontal en la avenida
igualmente acompañado de todos ustedes
que leen.

martes, 24 de noviembre de 2015

Te Prometo Anarquía/ Película de Julio Hernández Cordón


...el último aliento que nuestros padres llamaron futuro
y que en realidad viene vestido de presente
no se siente
no es complaciente
es el único que se atreve a hacernos frente
... vamos a reinar en el cielo y en una ventana rota.


Entre la cotidianidad me ha llegado el rumor de una película y he querido ir a verla. Encuentro algunos obstáculos. Uno de ellos es que es muy sencillo tomar el transmetro del Centro Histórico, pero es imposible, ya frente a la Tipografía Nacional, tener paciente el corazón y el alma ante tanta, tantísima gente apertrechada a la espera de un bus. Nos bajamos como podemos de la estación, sorteamos gentes y desesperaciones enfrascadas en cuerpos sudosos y mojados por la lluvia, luego brincamos las bardas y dejamos la largas y tediosas colas y colas de gente.

Cenamos en Little Cesars, una pizza circular que rompemos en triángulos, una Fanta y una Sprite nos relajan. No hay prisa después de media hora, el tiempo que ha durado nuestro almuerzo atrasado. Entonces salimos a la calle y escurre las gotas de los toldos rancios, pero ya es diferente. Un cigarrillo y decidimos todavía ir a ver Te prometo anarquía una película que he oído solo en rumores, pero es de Julio Hernández Cordón y eso ya es cierta garantía. A parte de llevar el nombre de un blog de Rafael Romero, uno de los primeros preocupados por antologías de gente que escribe poesía, hace narrativa o toma fotografías.

Todo ese prólogo se extiende por meses antes, hasta que estamos sentados ya, luego de una tierna caminata trazando zig zags, mi compañera y yo. Estamos enamorados y no nos damos cuenta. Es normal, es como ir en un tranvía y pensar que los andenes son los que van volando. Estamos ya allí y está lleno de gente, algunos directores nacionales, gente que le gusta el cine, curiosos, ojos curiosos. Pero ya en la silla a mí me asalta la sensación de que el lugar se va llenando de una forma desbordante. Volteo a ver, desde la primera fila y logro distinguir caras conocidas de algunos, tal vez muy pocos. Los demás son el desborde. Hay cojines frente a nosotros para mayor comodidad. Hacen un saludo y las cabezas llegan hasta la puerta y el lugar es grande, está lleno, tan lleno como la estación de un transmetro:


Zaping sin control remoto:
La vida real a veces es un zapping del pasado al presente y de regreso. De pronto todo podría ser de nuevo en blanco y negro como si estuviéramos dentro de una pantalla de televisión y fuéramos los pioneros del siglo. Luego todo es colores de nuevo y cada flash back nos relaja la vista con su degrade en grises. La historia del amor que nos han impuesto es la normalidad bíblica, luego está la inmoralidad, cabal al cruzar del gris al hipercontraste de colores. Pero todo ha estado siempre allí, incluso entre el blanco y negro de esos cines de los años treinta había secretos amorosos y sexuales que hubieran parecido diabólicos. Pero hablemos de la película de Julio, ya después de tanto engolosinamiento verbal y de tratar de explicar que todo ese vértigo es posible antes y después en la historia de este mundo tan mundano.  Y pensar que al director se le ocurrió hacer esa película en la ciudad más grande del mundo, aunque nos asegura que en un primer impulso pensó en hacer acá en Guatemala:


Te prometo anarquía
Estamos en la Erre, una galería de arte y lugar de encuentro. No hay mejor lugar para presentar una película y puede que el director aparezca con lentes rosados y nos advierta que habrán desnudos masculinos. A estas alturas todavía prefiere advertir, pero ya ha corrido mucha agua debajo de los puentes y las aguas no solo ya no son las mismas, sino que se han evaporado.  La película se va desarrollando y mientras pareciera ser una historia simple de un grupo de muchachos skaters o patinadores en tabla, se va descubriendo al fondo una metáfora generacional de desencanto y poesía.
Los dos o tres personajes principales viven una historia diferente cada quien unidos por la amistad que tienen desde pequeños, signo de eso, es que hacen relajo y a los dos les gustan las patinetas. Además viven entre los solventes inhalantes, el sexo sin complicaciones que arremete desde las primeras escenas, pero que tira a la experimentación, como en el caso de Infancia de un Jefe de Sartre. Luego el factor de la sobrevivencia de algunos que venden su sangre para hacerse de dinero y seguir volando en su tabla.

Pero el personaje principal es la calle, a pesar de las historias de cada uno, el personaje que brilla escondido es el rostro de la urbe mexicana. Julio Hernández hasta donde sé ha vivido desde Carolina del Norte hasta Costa Rica, estacionándose entre México y Guatemala, muchas anécdotas y mucho feeling para apropiarse de los lenguajes, argots y paisajes de esta generación latinoamericana, siempre al borde vertical del horizonte.  Acá en Guatemala ya antes hizo una fábula tensa y de texturas nocturnas: Gasolina, que no está demás decir que es una película que gana público y pierde público, que es como decir que está siempre al límite de lo permitido. Pero que, como está película, presenta una verdad que a veces nos hiere y que es un signo del presente, los levantones de narcos, la vida libre y sin reglas que sacrifica la normalidad hasta el límite de lo permitido moralmente. 
La honestidad es cosa de cada quien, y ahora que miramos, todo un público esas imágenes inconexas unidas por pequeños guiños poéticos y sonidos insertos en la cotidianidad, puedo darme cuenta que la narrativa estalla de nuevo contra el velo blanco y lo rasga.  Podría como al principio pensar que es una historia de amor íntimo, muy secreto, pero al revisar bien, podría ser también una metáfora generacional contra los esquemas políticos y sociales derribados, en ruinas por ser ya caducidad de un experimento.  Hay muchas sugerencias poéticas en la película, algunas evidentes como el poema del chico que ya casi rapea sus versos y resuenan con precisión entre la realidad de la ficción, si se me permite la refutación significante.

Sentí un deja vu a Trainspoiting en el momento que Johnny se va con el dinero. Sentí la expansión de la ciudad en toda la película, como se va tragando a todos y la historia parece insignificante ante la diversidad del tráfico vial y los cientos de peatones, que dejan a propósito, quiero pensar, una sensación de soledad extrema, que luego se dulcifica con un final, si bien aún desencantado, bastante noble en tanto que Miguel lleva a cuestas a su amigo con la patineta como emblema.  Ya sabemos que los dos actores no son actores, que son heterosexuales y que se fueron conociendo en el transcurso de los castin y la misma película, que tampoco es una película, sino un libro actual, o sea un film:

El presente

Hemos salido a la noche de la ciudad de Guatemala. Vemos los edificios iluminados a trechos, la Torre del Reformador iluminando con su fuego para nadie. Llevo los pies mojados, tengo frio, pero siento que he visto una interesante interpretación del presente, mientras el taxista que nos lleva al hotel no para de bostezar. Hoy por supuesto vi las noticias atrasadas y me enteré que esa película había ganado como mejor película en Festival de Cine en los Cabos, atando cabos uno siempre.

https://www.youtube.com/watch?v=Oiv4C44Ibsk

viernes, 7 de agosto de 2015

CHICLETS PEGADOS EN EL ASFALTO




Chiclets pegados en el suelo gris. Conservo la cordura, no me he vuelto loco completo, pero quito cada uno de los chiclets que mordiste con la esperanza de que estés debajo de uno de ellos.

Aunque estén negros.., si, lo sé, puede que contengan tu aroma mental, la menta y la dulzura se las ha llevado todo aquel que te ha pisado.

Lo que no sabes es que después de escribir todo esto, los mastico todavía con humo de camionetas y todo eso que veo frente al parque. Los carros no me pueden atropellar, ya los he visto venir en la memoria. Nos vemos en cuanto se borren las lineas amarillas, o rojas, o verdes, o la luz cualquiera que las ilumina.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...