Este
Humberto, lo recuerdo sentado en la silla de madera de la librería Soluna, tomando café y contando chistes
domésticos a la par de Megan Thomas. Luego, muchos años pasaron…, pero de nuevo
coincidimos accidentalmente en una librería de viejo, en la que intentaba, con
cierta suerte, aconsejar a un librero novato a punta de bromas persuasivas. Eso
fue el año pasado, eso fue hace un rato. Dan ganas de regañarlo por haberse ido. Cuando muere un enorme poeta pareciera
que no se pudiera pronunciar la muerte.
Creo que fue
en esa librería que les cuento, donde estaba impreso en un buen papel ese poema
suyo:
De vez en cuando
camino al revés:
es mi modo de recordar.
camino al revés:
es mi modo de recordar.
Si caminara sólo hacia delante,
te podría contar
cómo es el olvido.
te podría contar
cómo es el olvido.
Le logré hablar, un poco porque a mí también me paso la misma historia
que al librero novato, andaba en la luna; y entonces Don Humberto me dijo en
pocas palabras, que era tan sencillo poder aconsejar una buena lectura media
vez uno tuviera curiosidad y tiempo. En
ese periodo, él estaba estudiando en la Alianza Francesa y me dio la receta
para aprender un idioma, que no he olvidado nunca:
-
Apréndete una palabra diaria – me dijo, y siguió
leyendo sus escritos.
Estuve
presente en la Alianza Francesa, la noche que presentaran uno de sus libros más
singulares, El Guardián de la Caída de
Agua, y lo oyeron muchos saludar en lengua maya Quiché y leer poemas tan
originales como Canto de Pájaros (el
cual consta solamente de sonidos). Estaba tan feliz porque muchos de sus
familiares cercanos estaban allí con él, y se le hizo imposible no conmoverse
hasta el sollozo.
Le gustaban las librerías, sentarse por allí a hojear el tiempo, y
mejor si era en una de libros usados donde se encontrarían tesoros derrumbados.
En Soluna además, se podía uno servir el mejor café del mundo a un precio
insólito: gratis. A la par quedaba la Bodeguita del Centro y los miércoles era
un hervidero de personajes, ya que se comenzaban las bases para los modernos
conversatorios sobre los acuerdos de paz, y espacios para la lectura de poesía.
Desde la zona 5 aparecieron tres poetas. Luis, Julio y Simón. Lograron
un recital y mi primera actividad poética fue ser en encargado de sonido.
Akabal estaba en el recinto y mencionó que los muchachos todavía tenían
reminiscencias románticas. Para que más, estos chavales anduvieron en carreras
para que les aclara el punto, que jamás se aclaró. Ya cada uno encontraría sus
respuestas y saldrían dos buenos libros: El
megadroide Morfo contra el Samuray Maldito y Octubre Hidroscópico.
Luego Humberto se fue a Europa, se consagró como poeta. Hizo su trabajo
y las traducciones a varios idiomas llegaron. Se negó a aceptar el premio
Miguel Ángel Asturias en un arrebato de esos en los que uno después se
arrepiente, pero ya para qué.
Hace unos cinco años. El tiempo es lo de menos. Llegue a Momostenango.
Iba trabajando como encuestador y llegue a Momos. Creo que ya lo dije. Me senté
a ver el parquecito en una banca de una farmacia donde hacía sombra.
-
¿Qué tranquilo esta el pueblo, siempre es así?
–le pregunté al encargado.
-
Sí, siempre es así, pero ahora es todavía más
tranquilo, porque ayer lincharon a un bandido que se estaba robando las
gallinas de una señora de allá a la vuelta –me respondió sin que le temblara el
alma.
-
¿Si conoce a Humberto Ak´abal? –pregunté cambiando
el tema.
-
Claro que si, el poeta. Vive allá abajo, se va
por aquella esquina y luego a media cuadra.
Me dieron ganas de ir a saludarlo. Pero el tiempo es lo de menos, y la
memoria es la importante. Así que pensé que me estaba poniendo muchos peros, para darme cuenta que ya era
tanta gente la que él conocía, que de mi no creo que se acordara tanto; tal vez
haciendo memoria, recordando uno o dos detalles, y luego, por cortesía decir
que sí, que uno se acordaba ya de todo. Mejor me bajo de la nube antes de que
se evapore, pensé.
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