miércoles, 30 de enero de 2019

Humberto Ak´abal/ (el tiempo es lo de menos)



Este Humberto, lo recuerdo sentado en la silla de madera de la librería Soluna, tomando café y contando chistes domésticos a la par de Megan Thomas. Luego, muchos años pasaron…, pero de nuevo coincidimos accidentalmente en una librería de viejo, en la que intentaba, con cierta suerte, aconsejar a un librero novato a punta de bromas persuasivas. Eso fue el año pasado, eso fue hace un rato. Dan ganas de regañarlo por haberse ido. Cuando muere un enorme poeta pareciera que no se pudiera pronunciar la muerte.
Creo que fue en esa librería que les cuento, donde estaba impreso en un buen papel ese poema suyo:
De vez en cuando
camino al revés:
es mi modo de recordar.
Si caminara sólo hacia delante,
te podría contar
cómo es el olvido.

Le logré hablar, un poco porque a mí también me paso la misma historia que al librero novato, andaba en la luna; y entonces Don Humberto me dijo en pocas palabras, que era tan sencillo poder aconsejar una buena lectura media vez uno tuviera curiosidad y tiempo.  En ese periodo, él estaba estudiando en la Alianza Francesa y me dio la receta para aprender un idioma, que no he olvidado nunca:
-          Apréndete una palabra diaria – me dijo, y siguió leyendo sus escritos.
                Estuve presente en la Alianza Francesa, la noche que presentaran uno de sus libros más singulares, El Guardián de la Caída de Agua, y lo oyeron muchos saludar en lengua maya Quiché y leer poemas tan originales como Canto de Pájaros (el cual consta solamente de sonidos). Estaba tan feliz porque muchos de sus familiares cercanos estaban allí con él, y se le hizo imposible no conmoverse hasta el sollozo.
Le gustaban las librerías, sentarse por allí a hojear el tiempo, y mejor si era en una de libros usados donde se encontrarían tesoros derrumbados. En Soluna además, se podía uno servir el mejor café del mundo a un precio insólito: gratis. A la par quedaba la Bodeguita del Centro y los miércoles era un hervidero de personajes, ya que se comenzaban las bases para los modernos conversatorios sobre los acuerdos de paz, y espacios para la lectura de poesía.
Desde la zona 5 aparecieron tres poetas. Luis, Julio y Simón. Lograron un recital y mi primera actividad poética fue ser en encargado de sonido. Akabal estaba en el recinto y mencionó que los muchachos todavía tenían reminiscencias románticas. Para que más, estos chavales anduvieron en carreras para que les aclara el punto, que jamás se aclaró. Ya cada uno encontraría sus respuestas y saldrían dos buenos libros: El megadroide Morfo contra el Samuray Maldito y Octubre Hidroscópico.
Luego Humberto se fue a Europa, se consagró como poeta. Hizo su trabajo y las traducciones a varios idiomas llegaron. Se negó a aceptar el premio Miguel Ángel Asturias en un arrebato de esos en los que uno después se arrepiente, pero ya para qué.
Hace unos cinco años. El tiempo es lo de menos. Llegue a Momostenango. Iba trabajando como encuestador y llegue a Momos. Creo que ya lo dije. Me senté a ver el parquecito en una banca de una farmacia donde hacía sombra.
-          ¿Qué tranquilo esta el pueblo, siempre es así? –le pregunté al encargado.
-          Sí, siempre es así, pero ahora es todavía más tranquilo, porque ayer lincharon a un bandido que se estaba robando las gallinas de una señora de allá a la vuelta –me respondió sin que le temblara el alma.
-          ¿Si conoce a Humberto Ak´abal? –pregunté cambiando el tema.
-          Claro que si, el poeta. Vive allá abajo, se va por aquella esquina y luego a media cuadra.
Me dieron ganas de ir a saludarlo. Pero el tiempo es lo de menos, y la memoria es la importante. Así que pensé que me estaba poniendo muchos peros, para darme cuenta que ya era tanta gente la que él conocía, que de mi no creo que se acordara tanto; tal vez haciendo memoria, recordando uno o dos detalles, y luego, por cortesía decir que sí, que uno se acordaba ya de todo. Mejor me bajo de la nube antes de que se evapore, pensé.


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