De
niño jugaba con fuego.
Era hipnótico ver pasar las
llamas
por los dedos.
El fuego era como un aire de colores calientes,
que si en verdad
quemaban
era por olvido.
Confiar en el juego
era perderse en el malabar,
que si bien uno engañaba al
ojo
la mano era sentenciada al
abismo.
No he vuelto a ver un fuego
como el de cuando era niño.
Si ahora meto la mano al
azar
de seguro apago las
llamas
con la memoria.
con la memoria.
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