martes, 20 de diciembre de 2011

Notas y Libros/Diciembre 2011

Sonidos/Plural: Simón Pedroza
…ciudad; noche extensa que a todos nos acontece.
Sonidos que se remasterizan en la imaginación y el subconsciente, colores, formas que flotan, imágenes concretas que se van difuminando, pixelandose a momentos y llenándose de silencio y vació. Sonidos/Plural es una obra experimental como todo lo de Pedroza, pero es una travesía también de descubrimiento de uno mismo y su circunstancia. El poema es una brecha, un corte, una exhumación de un ejercicio hecho antes por surrealistas y niños. Es un libro para crear sobre lo creado. Da muchas ideas a músicos y arquitectos que escribirán con ladrillo.
Tedio: Moho
Pero hay días, en que todo parece una exigencia. Por ser deudor de todos nadie me debe a mí, hasta mi felicidad, mis ideas y mis posibilidades, se las debo a un montón de gente…
De todos los libros de guatemaltecos que hasta ahora he leído, hay dos libros que me llaman mucho la atención por su frontal lucha contra las metáforas y esa realidad que disputa en todo con la poesía barroca o mal llamada romántica: Soledad Brother de Javier Payeras y ahora mismo Tedio de un integrante de esa formación anónima que viene en alguna línea directa con los enunciados de S.O.P.A. y su editorial. El nombre del sujeto es Moho. Por casualidad, o por causalidad lo conocí para la entrega de un libro en este mes de diciembre. El tipo tiene un nombre, pero es mejor su sobrenombre que nos avienta al muro olvidado en la humedad o a la tortilla desamparada en un rincón donde le empieza, a todo eso, a brotar moho. Los poemas del libro son directos. Pensé, en Panajachel, cuando me lo mostró Simón que era uno de sus libros. Lo compré en seguida y lo leí de regreso a la capital un domingo al medio día. A mi parecer es un libro extraño por la cantidad de “aparentes” erratas y faltas de ortografía, pero con esa honestidad de los marginales que merece ser reconsiderado todo, como intento y resistencia. Pareciera uno ver entre líneas una vida como la de cualquier latinoamericano desencantado completamente. En primer lugar empieza como un poema y termina, en el intermedio de la lectura, como una novela en alta velocidad. Pero de todas formas es un poemario underground, de un solitario que escribe y que escribe muy bien a pesar de todo.
Satanás cabalga mi alma: Julio Prado
Al día siguiente haría el café y dejaría que Dios vomitase en el baño tranquilamente, ya sabes como es de jodida la resaca. Plan B.
Una de las aventuras de lectura más interesantes que hay, que no hubiera disfrutado todavía, es esa cierta irrupción de la ficción en la vida cotidiana, en las horas que vivimos sin tanta literatura. Ese fue el sobresalto al que me llevó el cuento “Como una piedra rodante” entre todo lo que cuenta, narra la historia de la Rata, una historia que cualquiera de los que éramos asiduos borrachos de la Caseta tendríamos que haber escrito, junto con la historia del Darío o el grupo Lado Salvaje, o las patologías de Paulo y la vez que le pegó a un policía y salió corriendo con todo y grilletes. Además de esta feliz coincidencia de la vida, hay varios cuentos en el libro que son grandes construcciones narrativas, Jacinta y el cuento que le da nombre al libro son excepcionales, por cierta tesitura de un reencuentro con la vida no ya desde un punto literario sino desde una óptica generacional, de cómo nosotros como jóvenes vimos de alguna forma el irrumpir de todas las cosas y su valor, hasta la consagración de nosotros dentro de ese laberinto de casas altas llamada ciudad de Guatemala. Lo extranjero y lo propio, dado sin sobre valoraciones líricas. Es un grupo de cuentos en los que yo particularmente me re-encuentro, como en el libro Arbitraria Muchedumbre de Pablo Bromo o Dibujos de ciego de Cardoza.
El laberinto de la Soledad: Octavio Paz
Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del Todo y en una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación.
Mi aprecio por Octavio Paz ha ido en aumento. Desde que leí por primera vez su extenso poema Piedra de sol, en el que, para mi suerte, encontré una llave y una puerta para fugarme a donde quisiera; hasta Corriente alterna, donde su prosa, festival de la palabra, nos guiaba a mí y a mis alter egos a la reconstrucción de una personalidad, que ya era un juego posible entonces. Ahora me tocó leer El laberinto de la soledad en pleno ejercicio de soledad, sin nadie conocido a mí alrededor, en tardes absolutamente vacías de todo, yendo de un lado a otro, del baño al cuarto de estar, al patio y luego al parque por un café y conversar brevemente con gente que saludaba siempre y decía cosas del tiempo. El libro formidable narraba de una forma, primero lírica pero precisa, el carácter del mexicano y luego, histórica y metafóricamente, los factores que llevaron al hombre de tenochtitlan a ser como es y como será. No es extraño, que yo mismo, en esas líneas me haya reconocido, ya en otro texto expliqué lo permanente que ha sido la conciencia, el humor y los linderos gestuales de nuestro vecino en este territorio. Pero es sólo en la frontera próxima, al irse alejando, como bien escribe Octavio Paz, otros valores y costumbres van adoptándose. Es un libro de referencia al que se llega para consultar sobre la historia. Parte de Latinoamérica está ahí, intacta todavía.
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