En enero y febrero me ocurrió algo trascendental. Por fin, como en un golpe de voluntad y determinación, encausé el proyecto de una editorial artesanal en la que por fin se publicó mi libro y un libro de jóvenes escritoras mujeres. Eso no fuera tan relevante sin contar con los medios escritos que tomaron aquella aventura como una noticia nacional. Publicar un primer libro en mi caso fue la mayor fortuna y el más extraño giro de suerte que podía saborear.
En marzo y abril ya estaba instalado en un pueblo de Sacatepequez. Es curioso que yo mismo sabía que al publicar el libro las circunstancias iban a empezar a girar en torno mío. Pero lo que no sabía es que iba a sacrificar tantas cosas por una vocación. Lo dejé todo y me encaminé al volcán de Agua (Hunahpú), con tres cuadros de mis pintores favoritos: Alejandro Urrutia, Ramírez Amaya y Edgar Andaverde. Conocí las libras esterlinas y a una mujer de Polonia que me contó secretos socialistas para hacer dinero límpio.
Mayo y junio, duros meses de aprendizaje salvaje y lectura. Me daba vueltas y vueltas en la cabeza el final de una etapa, además de revisar el pasado vuelta a vuelta hasta encontrarme culpable o justificado de cara a mis caprichos trascendentales. Me sentí egoísta y entré en pánicos solitarios mientras convivía con personas locales. Conocí muy bien el área de Sacatepequez y me embrujé con todos sus paisajes. Leí con calma y fumé a escondidas.
Julio y agosto fueron meses extraños. Estaba vaciado de mi mismo, o mejor dicho, del antiguo ser que yo era. Terminé algunos poemas y uno o dos amigos providenciales me ayudaron a soltarme en Antigua haciendo algunas lecturas de poesía. Yo no soy poeta, pero me ha perseguido el estigma de que la gente piense que lo que escribo es lírico. Conocí la sensación de extrañar la ciudad y la nostalgia de las conversaciones felices sentado en el Bar Central. Me mordí la lengua por varias palabras dichas o escritas. Conocí a fondo los bajos fondos de Sacatepequez. Trabajé a conciencia y logré que sobrenadara mi nombre a cuarenta kilómetros de donde había nacido.
Septiembre y octubre me aburrí como loco. Mi carácter y mis ideas con respecto a la política no mejoraron. Fue una lastima confrontarme como socialista y al mismo tiempo reírme de las canciones de Silvio Rodríguez. Leí un libro de Gerald Martin y fue como si reconociera a un amigo. Empecé a corregir una novela que daba por terminada. Los meses de enero y febrero se me volcaban como una pesadilla romántica.
Noviembre fue un reencuentro conmigo mismo. En realidad este año 2011 fue una temporada dantesca. En realidad con los primeros vientos de octubre fue como si me volviera el alma. Precisamente en ese tiempo leí un cuento, de esas historias Sufies que rezaba “…un rico explorador contrató a dos guías nómadas que lo guiaron por el desierto; el explorador les ofreció más dinero para que recorrieran el camino trazado en menos tiempo sin descansar un solo momento. Los guías aceptaron. Dormían poco y comían apresurados, hasta que en una vuelta se sentaron y no se quisieron levantar. El explorador les animó ofreciéndoles el triple de lo que les había ofrecido para que siguieran al ritmo anterior, pero los guías dijeron: hemos caminado mucho y demasiado rápido, no nos levantaremos hasta que nuestras almas nos alcancen.” Al leer esta historia entendí todo, o casi todo.
Diciembre esta siendo. Es necesario recordar que el año pasado para está época disfrutaba de una inestabilidad abrumadora. Agradezco eso que viví y la forma en nos fuimos liberando mutuamente, quizás con abruptas distancias físicas e infantiles muestras de independencia de mi parte, pero todo tiempo es cíclico y de una u otra forma siempre terminamos bajo sus ruedas. Mis padres están en el film de sus historias y estoy volviendo a ver caras conocidas en el centro de la ciudad y a familiares que ahora me ven, tras la distancia, con ojos edénicos. No creo en la navidad pero si en el año nuevo.
Nos vemos por allá en el 2012, muy pronto.
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-Video producido por PajaroJaguar, veanlo y presientan el futuro.
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