lunes, 31 de agosto de 2009

PORNOGRAFIA DE LOS 80´S







Ahora, sin temor, matado de la risa. Antes, temblando de miedo, casi a punto de vomitar por la boca los latidos. Sudando. Imaginando. Lo sexual es como una cuerda tendida entre dos puntos antepasados, la cuerda no existe realmente pero el que camina sobre ella la advierte a punto de dejarlo caer. La primera vez que un niño ve una escena sexual no creo que sea borrada ni con galones de pintura blanca -por decir una imagen de mal gusto- ni por otros recuerdos de horror o de armonía. Hace no mucho, escribí sobre mis años en la escuela República de Nicaragua y de uno de los chicos de una colonia peligrosa que nos llegaba a contar maravillas sexuales, seguramente oídas en las conversaciones de las esquinas por experimentados o fanfarrones. Eso fue en tercero primaria, tendríamos nueve años cuando llevó una revista PentHouse. Detrás, mientras la maestra nos explicaba los quebrados, Jorge Herrera nos enseñaba parte de la revista burlando la vigilancia de la maestra, cuando esta advertía las risas. Pero eran unas mujeres rubias, con peinados ochenteros, con pechos bronceados y sexos rasurados, tendidas sobre pieles leopardinas o sentadas en sillones de cuero, mientras, muy dueñas de si mismas, miraban el habano con un aire de exquisita categoría. Al final, le quitaron la revista a Jorgito, porque llamó demasiado la atención en el patio a la hora del recreo. Pero nunca voy a olvidar que ahí, y por su culpa, empezó mi gusto por la estética de las mujeres desnudas. Ya en sexto primaria, tenía una colección de revistas Play Boy (que ahora sé, son del promiscuo y afortunado Hugh Hefner), una pequeña pero obscena colección de comics pornográficos que ahora me darían risa, porque eran exagerados para dibujar a sus meretrices ninfomanas que fornicaban con el carnicero libidinoso, con el panadero calenturiento, con el mecánico incestuoso, y así una lista escandalosa de perversiones en tinta china que cualquiera podía comprar por tres quetzales o buscarlas en las filas de revistas y periódicos en cualquier barbería de pueblo. También compré un mazo de cartas que en el anverso tenían -mucho mas provocativas, lascivas y divinas- mujeres desnudas en poses cada vez más explicitas. No dudo que algún camionero o taxista, todavía ande con un as bajo la manga -por decir algo-, o en la billetera. Eran verdaderas piezas de colección con chicas de las más malas, sensuales y que bien podían escandalizar a algunas cuantas señoras mayores y olvidadizas. Pero lo mejor de todo eran unos lapiceros que al voltearse descubrían las bragas de la señorita en cuestión, que era pasado de mano en mano por toda la clase, con una extraña fascinación. Pero todos estábamos muy lejos de aquellas valquirias del deseo. Mucho tiempo después me enteré del abuso al que se exponian esas vedettes, que al tiempo en que nosotros nos turbabamos con sus imagenes, ellas ya eran unas veteranas que lo único que tenían de sexual era su imaginación, tras un auricular impostando la voz para seguir perturbando las ingenuas mentes de los adolescentes como yo. Ahora que lo pienso, creo que uno de los motores que me motivaron a leer fue el poder de la curiosidad sexual. No olvido la primera vez que ese leñador, El Amante de Lady Chatterley la hace suya, o como olvidar las imagenes de Zoe Valdez en ese libro Te di la Vida entera, o el consejo de algun amigo a comprar Lolita de Nabokov, Los años de Lulu de Almudena de Grandes, Bocaccio con su Decameron y la fila es más bien larga en cuanto a los escritores latinoamericanos. Mañana escribo un poco más, por ahora, voy a leer un Salmo.

2 comentarios:

Argeseth dijo...

jaja, pues habrías de anunciar qué salmo es el que leerás!!
Saludos.

MarianoCantoral dijo...

buenísimo me identifiqué

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...