lunes, 20 de julio de 2009

TODOS LOS VERANOS TODOS (HISTORIA COMPLETA)


- Yo no le pediría demasiado -me aventuré a sugerirle-. No se puede repetir el pasado.
- ¿No se puede repetir el pasado? -exclamó incredulo -. ¡Claro que se puede!
El gran Gatsby, F.Scott Fitzgerald


El sol. Saliendo del mar, emergiendo del otro lado del mundo y regalándonos esas imágenes de estratos bañados de naranja y aplazados tonos celestes, que se van acentuando hasta que vemos un ojo blanco, pequeño y lento, allá al margen de la mar sin carabelas ni velas de piratas bárbaros fantasmas. Pienso en él mientras me acerco a una calle en donde me espera esa joven alegre que me recuerda el amor a la vida. Siento el viento calido del medio día de un miércoles de marzo. Ella ya está afuera y me espera con su equipaje para el viaje. ¿A dónde pensábamos ir? Vamos a Antigua, me responde. Caminamos hablando de trivialidades. ¿Qué te parece el día Anna? Cálido. Tú estas radiante. ¡Vamos a caminar por Antigua antes de viajar a Panajachel! Si, lo haremos. ¿Me dirás el color de los atardeceres? Si te lo diré, te diré todos los tonos, desde el azul púrpura de las tres de la tarde, hasta el celeste que tiembla en el filo de todos los degrades de la noche que suben desde el suelo; te diré si el Volcán de Agua tiene nubes o si esta desnudo, te diré además si la gente pasa con sus rostro pensativo, y te describiré las calles bañadas de luz, refulgentes, violentas y elementales como siempre. ¿Me dirás que me amas? Sabes que siempre lo hago. Ya sabes que lo hago desde que te conocí. ¿Y lo vamos a recordar de nuevo, para enamorarnos más? Si, talvez lo haga, o quizás sólo vivamos el presente. Subimos al bus y el ayudante nos dirige con su voz falsa hasta que nos sentamos. Me fije en tus brazos frágiles y tu piel blanca y tan efímera que parecía ser un ala de mariposa. ¿No me vas a preocupar como la vez anterior? No Javier, ahora llevo todos mis medicamentos, me dijo con su voz frágil. Alcance a ver su rostro sonriente y pensé en lo vulnerable que era Anna, y recordé de nuevo la primera vez que la había conocido. Sentí compasión, y una mezcla de sensaciones nuevas que no entendía, y me quedé callado oyendo el motor del bus, y por la ventana vi como a cada kilómetro se morían las casas y empezaba la selva y los volcanes y paredones raspados hacía más de un siglo por tractores con hombres de su tiempo con pensamientos romanticos. El pasado. En el tiempo de mi bisabuela, empezaban abrir caminos y muchos obreros sin escuela morían en las carreteras, y era reciente la ciudad. Tan nueva que había sólo un parque y no eran necesarios los automóviles, y las leyendas traídas de otros lugares eran más temibles con la noche sencilla de aquellas estrellas vivas. Lo que les daba miedo a todos era el pasado, y el futuro amanecía con este mismo sol que ahora le dibujaba una sombra surrealista a Anna entre la frente y la barbilla. Le pregunté también por su familia, que tenía sus personajes apasionados y otros taciturnos, y otros cínicos y algún poeta o músico. Pues bien, mi hermana se acaba de ir a Londres, me dijo. ¡Que dicha, recuerdo cuando me contaste que vivió un mes en Francia! Éste año ha viajado a Afganistán y a New York por su trabajo. ¡Parece que no le hace falta nada! Ella me cuenta a que lugares ha ido y, yo sólo le puedo contar de pastillas y mis dolencias. Esos dos temas son muy intensos, bromee. Dije con una risa aparente para matar la melancolía. Mirá, ya vamos a llegar, le dije. Me gusta la entrada de antigua, hay una bienvenida esculpida a un lado de la carretera como si fuera una gran lápida de un mausoleo colonial. Y la entrada es como una postal: casas con esos colores terrosos, zapote, amarillo huevo, encaladas, sucias por el tiempo, y unos cuantos extranjeros despeinados o descalzos buscando quién sabe qué. ¿Y el volcán? Perdido entre la bruma del atardecer, de todos los atardeceres solos y poblados de la tierra. Anna siempre va conmigo tomada del brazo, hemos pasado las primeras calles de la ciudad y nos han asaltado las catedrales mohosas y perdidas entre el liquen y la modernidad, oscuras, sin recuerdos y evocando aquellos tiempos de Doña Beatriz de la Cueva y Pedro de Alvarado, llevados y traídos como reyes por sirvientes indios, serios y callados, descalzos. Me recuerdo de los emblemas de leones y sirenas en las casas, de sus duras fuentes sin una gota de agua, de esas bugambilias que saltan lentamente hacía la calle transitada donde van y vienen señoras con velos. El olor a incienso y corozo. Las calles están bloqueadas por los mismos pobladores que tienden sobre los adoquines una cama de aserrín multicolor con las imágenes de la eucaristía y el símbolo milenario del hijo del hombre. ¿Esta pasando una procesión? No, están haciendo las alfombras. ¡Ha, que gusto me da el sol! Para mí esta muy fuerte, pero para Anna es perfecto, pues su piel blanca y transparente como de celofán, recibe con gratitud cada una de sus agujas doradas. ¡Voy a regresar más bronceado si no encontramos una sombra! Le digo. Ella se ríe y veo pasar a la gente. Me miran con curiosidad porque me ven llevar a Ana sujeta a mi brazo, unida a demás por otros vínculos que no sabrán y que sólo les es dado intuir. Ella nunca se da cuenta de las miradas de la gente, era yo quien veía por ella y llegué a temer de las miradas que se me volvieron tan claras hasta el punto que podía reconocer sus intenciones y muchas de ellas estaban llenas de horror y de odio. Dude por un tiempo de estas nuevas visiones y entonces pensé que quizás era yo quien las provocaba, y así redimí a muchos, hasta que me di cuenta que algunas miradas eran imposibles de redimir. Pero a ella lo único que le importaba era vivir sin temores, y yo motivaba, sin querer, aquella aventura hacía el mundo que nos rodeaba, pues mientras caminábamos bajo los pinos de la calle yo sentía que podía ser más que su compañero, el único que le mostrase las cosas desnudas, y le hacia reír con chistes sobre nuestra condición. ¿Y qué haremos si no encontramos hotel? ¡Pues tendremos una oportunidad para ser vagabundos y dormir bajo la luz de los faroles del parque! ¡El frió de la madrugada hará que nos abracemos contra los portones de madera! Ella reía y decía: ¡me gusta, me gusta esa idea! Y en el fondo yo imaginaba falsamente, que era suficiente mi irresponsabilidad para mantener su dicha por mucho tiempo, y luego recordaba tantas veces en las que me había resguardado bajo los portales del ayuntamiento. ¡Lo haremos como la otra vez! Si, le respondía, lo haremos como la otra vez. ¿Te acuerdas de los amigos y la conversación y las canciones que cantamos? Si, lo recuerdo muy bien, recuerdo aquellos alemanes borrachos que nos estaban enseñando a decir unas malas palabras y aquella joven francesa que te empezó a decir algo al oído y, luego nos contó con lágrimas que la habían violado en Copan, me dijo, también recuerdo que aquella noche hicimos el amor hasta el amanecer en ese extraño hotel donde todos bebían en el patio recostados en esa hermosa pila enorme que parecía una fuente, le dije.
El olor del hotel era húmedo y hacía fresco adentro. Me vi subiendo las gradas con ella y dejamos nuestras cosas en la habitación. ¿Cómo es éste cuarto? Es un cuarto sencillo, una cama, una mesa, las paredes encaladas de color celeste, y el techo es de madera con unos nombres dibujados entre corazones. ¿Cenamos en la terraza? Pude ver que sacaba de su bolso unas pastillas de colores que se iba pasando con agua. ¿Te sentís bien? Ya me va a pasar, tal vez es el frió de la tarde, o todo el calor del medio día. Muchos se van cuando lo ven a uno cambiar, me dijo con rabia, no todos comprendemos eso, le dije.

Te podía presentir, saber de tí, ver la oscuridad que oias, oler los corredores inventados por la imaginación, volver a mi mismo y ver con más brillo la noche, y qué decir de los paisajes del bar Sky y todos los seres humanos que conociamos.

Subimos a la terraza. Había una mesa y tres sillas viejas con los respaldos rotos. Sentí una sensación de triunfo, y de calma al ver el cielo del atardecer, y desde donde estábamos podía ver muchas de las casas y ruinas. Podía ver el volcán de Agua y su cráter quebrado, y podía ver el canal por donde se había desbordado hacía medio siglo y había sepultado a la ciudad entera en un apocalíptico final de fango y fuego. Y eran esos tiempos a los que regresábamos, y el tiempo aquel ya se había ido, y sólo quedaba el cadáver sin carne por las calles y uno pensaba en volverlo a reconstruir, pero era imposible, con el pasar del tiempo la ciudad de Antigua ya era otra. Todo ese tiempo que había quedado sepultado también era demasiado tirano, los hombres habían sido tiranos unos con otros, y las mujeres se había acostumbrado a callarse todas sus palabras, y los Jesuítas y Dominicos en las iglesias se había acomodado en sus sillas barnizadas, y los indios se habían ido acostumbrando al mal trato, y eran tiempos tristes. Pensé que no había nada más inútil que seguir pensando sobre ese pasado. Aunque las construcciones eran sublimes, las catedrales, las casas grandes y con patios amplios para los niños. Todos los sueños. Sembradas sobre la tierra estaban las plazas, y todos sus secretos verdaderos e innombrables estaban perdidos y hechos polvo. La luz. Sentí la tarde caer y la noche subir de todos lados, con las sombras de las nubes y esa luz perpendicular que siempre se escapa de ellas y baja como una señal divina del otro mundo. Cenamos hablando de las semanas que no nos habíamos visto. Cuando empecé a hablar con ella me di cuenta que me confesaba muchos sueños y esperanzas. Juntos las hacíamos posibles. La noche llego suavemente. Mientras bajábamos las gradas pude sentir como mi mente ordenaba cada objeto en mi memoria, cada color, cada sonido, y pronto me lo revelaba como un paisaje renovado por un deseo que me venía de dentro del cuerpo y que respiraba literalmente en cada paso. Te veo iluminado, me dijo. ¿Me podes ver? Por la luz donde pasamos, pero debo enfocar bien, de lo contrario miro algunas sombras. Recordé lo que pensaba de niño. Aquella sensación de que todo el mundo era un escenario y cada persona sólo actuaba una comedia para sí misma, o para mí solamente. La tragedia que había vivido en mi adolescencia se encendía en cada paso libre que daba y ahora podía compartir con una mujer, que tenía las características ideales para lidiar conmigo y poder enamorarme con sólo estar a mi lado. La soledad era como un viejo recuerdo, como una lejana imagen de dolor que ahora me parecía tan pequeña, tan poderosa también por momentos, pero que ahora era un sentimiento necesario y que podía imaginar junto a Anna como inevitable para poder decir todo lo que tenía por dentro y que ya no podía guardar para siempre. Al cruzar las esquinas y calles repletas de gente me parecía verlas vacías al final de la noche. Siempre, desde la primera noche que hablamos, supe de qué estaba hecha ella. Ana había perdido muchas cosas en la vida, y tenía una oportunidad cada mañana de volver a la vida una canción o de vivir una verdadera angustia. No estaba muy lejos de lo que para mi era vivir, que por momentos se me volvía ante el instante un absurdo de imágenes e ideas, unas buenas y morales y por otro lado, una mar de crueldad y de horror, que colapsaban de frente a mí, disolviéndome. Ella estaba hecha de rencores muy bien domados, amarrados a las patas de su ansiedad y la inexorable necesidad de ser lo que quizás nunca llegaría a ser: una simple niña normal. Ella estaba hecha de sueños que se incendiaban minuto a minuto en su alma, y sobrevivían los que tocaban puerto en mi corazón. (Yo fui tu puerto, yo tu mar, yo tu fuego, y me rendí ante esa fuerza indomable y sutil de sus caricias que me decían en cada ruego, no me olvides acá esta mi corazón que quiere seguir latiendo, y yo sabia que yo también debía dejarme llevar a su lado y ver hasta donde el corazón humano era tan fuerte como me contaban los libros.) Siempre le cante mis canciones llenas de dolor, y ella las entendía con una sonrisa, y yo sabía muy dentro que ella ya conocía esos lugares y los había sufrido, y que yo sólo me atrevía a soñar o imaginar. Algunas veces me sentí solo también, junto a ella: cuando dudaba de todo, y yo también aprovechaba para dudar de todo, o de creer en sólo una cosa. Era cuando fumábamos en silencio. Luego nos sanábamos mutuamente. Ella me besaba. Yo le devolvía las caricias. El amor. Siempre fue nuestro amor como un secreto misterio para los demás. La fuente estaba en nuestra sinceridad. Yo siempre le conté lo que hacía, y ella también, aunque así fuera el pecado más terrible. ¿Ya estamos en el parque? Oíste la música y me dirigiste hacia la banca más cercana y nos abrazamos contra el frió viento que enredaba sus cabellos. Mañana nos vamos a Panajachel. Mañana nos vamos. Me dijiste que era sensacional el aroma de los veranos, ese sentimiento me recorrió por las manos como un calor mitológico y elemental, sencillo, hecho de recuerdos anteriores. El sol brillaba en mi memoria de nuevo, y me veía loco y sin sentido parado sobre una silla bailando una canción de Rock and Roll, ebrio, viendo a través de esa ventana el lago de Atitlán inmerso en un celeste pastoso, y mis amigos pintados con brochas gruesas y mezclados entre las piedras de la playa, y aquella vez perdí la razón en un sentimiento de temor y vació, los ojos contra el suelo viendo de cerca las hormigas inconcientes de mis irresponsables actos de amor y libertad. Sentí su calor, y su olor se me hizo real. Al fondo un chico con todos los accesorios de la rebeldía cantaba el Unicornio, y yo recordé algo que me nacía más allá de las raíces de mi carne. Que raíces son tan fuertes que nacen de los riñones y atraviesan los intestinos, y suben por la frente hasta quebrar el cráneo. Oí su voz preguntándome. Toda la gente que anda por este parque, dije, jugando algunos a vivir, otros inocentes del terror, y otros todos por ahí escondidos amándose como si no existiera el mañana. Los indígenas morenos, Anna, aquellos hombres de la zafra. Me recuerdas mi pueblo y su rió, el llano, y la casa aquella hecha de troncos donde mis padres bebían ron con sus compadres y nosotros hacíamos travesuras a sus espaldas. Empezó a contarme de una tarde en que junto a su prima se habían robado una botella de vino Marsala, y se habían emborrachado entre los árboles y lograron perderse en la finca cercada de su abuelo. Sus papeles –dijo el policía con su traje de luto –. ¿Qué hora es? Es la una, dijo el policia. Nos invitaron a la rueda y empezamos a cantar. Unos músicos amables nos pasaron unos vasos con la bebida que estaban tomando, Cusha de pueblo. Cantamos canciones que eran de otros tiempos, y nuestros besos nos llevaron de regreso al hotel. Sentía un hambre de tu piel, de meterme tus olores en la mente para no olvidarlos aunque pasara lo que pasara al otro día, o a la hora siguiente, y tenía tanto deseo de que llegáramos a la cama. ¿Gracias por dármelo todo? Gracias a vos por ser como sos. Sentía el sopor de la madrugada, el silencio del cuarto y el sonido de nuestras manos buscando algo inalcanzable. Tenía la nada abrazada a mi cuerpo, una hoja en blanco donde podía pintar lo que yo quería, tenía un pentagrama, tenía algo etéreo que podía ser creado y liberado. Un universo en cada mano, y entre la piel el miedo de perdernos. Nos abrazamos. Sentí el miedo de nuevo y termine besándola con rugidos de cachorro desarmado, hasta que nos volteamos y oímos nuestras respiraciones a punto. Encendí un cigarro, cuando se apagó nos dormimos.
Mi refugio. Todos los cuartos de hotel son refugios de amantes, barricadas contra la soledad. Me desperté feliz aquella mañana que no sabía que día era. Me sentía renaciendo por dentro, y me imaginé sintiendo la frescura turbia del lago. Oí el sonido de los primeros buses. Sentía el sopor del sueño y la presencia de un sentimiento de lo soñado, que iba juntando pedazo por pedazo como si fuera un juego profundo y mental. ¿Ya nos vamos? Te respondí que nos iríamos después de desayunar. Parecías no querer despertar ni dejar que pasara el tiempo. Tomé tu cabello y entonces, desnudos, nos perdimos en nosotros mismos desatando nudos de adentro y amarrando de nuevo nuestras lenguas en la semántica del silencio de ecos propios. Se me hacía una escena perdida y romántica. Un par de solitarios juntos, amándose en su refugio propio, con su nueva religión y su preciosa bandera sin dictadura. Hablábamos un lenguaje diferente unido por lo que cada uno exploraba del otro, en medio de una ciudad que era visitada por habitantes de todo el mundo. Desde lo alto de los volcanes o miradores, las ciudades se ven pequeñas. Desde dentro de uno mismo la humanidad es una sola. ¿Te acuerdas cuando nos conocimos? Vos eras un niño delgado. Y vos estabas tan sola sentada en esa mesa rodeada de gente. Nos tratábamos de usted, y jugábamos a no buscarnos, sin saber que ya el fuego de nuestros besos nos había fundido de la piel. Me robaste un beso cuatrero. Y vos que te dejaste mi bandolera con cara de niña. ¡A Panajachel! Gritó el bandera. La carretera con sus costados verdes y sus inminentes pueblos y casas y niños ordeñando vacas, y mujeres sin rostro corriendo gallinas por los caminitos empinados, y más allá las montañas azules y verdes, esperando con una paciencia invencible el final de los tiempos. La camioneta corre hasta Solola, baja por una cuesta empinada. ¿Ya se ve el lago? Aún no, pero pronto te lo diré. ¿Crees que vamos a ver a los amigos que vemos todos los años? Creo que haremos nuevos amigos, y beberemos de nuevo vino, en Sunset, como el año pasado. ¡Me encanto ese lugar y lo que hablamos y todo el sabor del vino, y los nachos con queso derretido! Sé que te gusto. Me gusto cuando me dijiste que me querías que eso se repitiera eternamente. Es la verdad, te quiero mucho, pero no entiendo de Nietzche, ni de ningun filosofo. Yo no sé porque te quiero tanto, le dije. Si sabes, lo que pasa es que sos muy arrogante para decírmelo, me dijo. Nos reímos. Tú bajaste una botella de agua y bebiste con avidez. Te hablé de los pueblos de Solola, los doce apostoles, y pasaban mujeres vestidas de colores, con sus canastos sobre la cabeza y te iba describiendo el camino como si le estuviera contando un cuento dulce a una princesa galáctica. El lago apareció entonces del lado de la ventana, y parecía una ilusión óptica, un momento en la memoria. No era azul, no era verde o turquesa, era el lago más hermoso e indescriptible que hayamos visto. Lo contrario a la ciudad. Alguna vez pensé que todo lo que uno vivía era como una película y uno debía tratar de que su película fuera un éxito de taquilla. Y cada vez que bajaba frente a la avenida Santander siempre iba con un gran sueño, con las ganas de descubrir en los demás el lago que todos llevamos dentro y que a veces vemos reflejado al tocar sus márgenes. ¿Puede un poeta describir la eternidad, o un paisaje? No Anna, no puede, siempre trata, y en su intento algo descubre o algo destruye. ¿Y es cierto que es tan bello el lago? Es más bello de noche cuando solo oyes su corazón latir sobre la playa, un ir y venir, lejano, cercano, silencioso y dormido. Los dos tendidos sobre la playa hicimos realidad nuestro sueño. ¿Puede que nuestra historia sea de amor verdadero? No lo creas tanto, a veces es mejor ignorar muchas cosas, uno sufre menos. La muerte. Siempre rondo la muerte pero no nos asustaba porque siempre iba vestida con harapos, sin glamour la muerte no asusta, dijiste. Muchos amigos nos saludaron y bebimos unas copas con alguno que nos apreciaba de verdad. Los veranos estábamos lejos de la muerte, hasta que llegó el invierno y entonces la enfermedad de Anna nos separó por completo. Sentí que todas las imágenes de todos mis veranos no eran suficientes, y entonces imaginé los veranos en la playa de cuando era niño y me entró agua en el oído y tuve que dejar que una mujer que no conocía me echara unas gotas de leche materna en la oreja. Pero no me curé, me siguió el dolor aun cuando amaneció y estábamos refugiados con mis tíos en una torre oyendo el mar, y yo muerto de frió y de sueño. Todos los veranos sale el sol. Siempre vuelve como una serpiente dorada que se muerde la cola más allá del mar. Ojala Anna vuelva a ver otros veranos, y yo pueda volver a sentir aquella emoción tan infantil de correr hacía el mar junto a ella y tirarnos en la arena mientras las olas nos cubren por completo.

Panajachel, 2008

3 comentarios:

MarianoCantoral dijo...

melancolía licuado con un tipo de descripción que huele a corozo...es tu mero mosh, deahuevo. Saludos.

Lester Oliveros dijo...

puta mano, te leiste todo eso...jajaja, buena honda, prometo no describir más.

MarianoCantoral dijo...

sí sí, la vdd sí me animé a leerlo todo...a pesar de que no conosco pana, siento que ya.

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