Mario Monteforte Toledo, de entrevista de Edward Waters Hood
Ya lo escribí una vez en mi diario.
Iba muy apresurado por el edificio Géminis10, con su barba de quijote y su rostro igualmente mítico, cuando lo saludé sin saber nada de su temperamento. Debo admitir que en una de esas me van a meter un balazo por ser tan descuidado y poco mesurado. Pero lo saludé con la mayor cortesía:
- Usted es Monteforte –le pregunté reiterándolo.
- Si –me respondió, sin detenerse.
- Mire, leí un cuento suyo que me gusto mucho, se llama Los Exiliados –le dije, emocionado, era la primera vez que lo veía en persona y su cuento me había gustado verdaderamente, y tenía que comentarle, o quizás preguntarle, porqué el final era tan abrupto y no tenía aparente continuidad.
- ¿Dónde lo compraste? –me preguntó, fuera de toda lógica.
- Allá arriba –señale Piedra Santa.
- ¿En dónde lo leíste? –me preguntó con su vozarrón de general.
- En mi casa, le respondí –y estuve a punto de contarle sobre el espacio especial que tengo para leer, cuando se detuvo, me dio la mano y se marchó.
- Mucho gusto, alcance a decirle –y pensé que le había molestado algo.
Subí las gradas mecánicamente. Las gradas eléctricas eran lentísimas, y recordé que iba hacía Artemis. Entonces bajé de nuevo, y lo vi regresar también, y subir las escaleras eléctricas. No me atreví a volverlo a saludar, porque me brotó una sonrisa tonta.
Esperé mucho tiempo, para conocerlo realmente la noche del jueves 23 en el Centro Español. La presentación estuvo a cargo de Max Araujo, Méndez Vides y Perdomo. Max hizo una breve representación con la lectura de un prólogo escrita por Mario Monteforte, en la que cuenta todo sobre sus novelas y libros de cuentos, intimidades, rasgos de su personalidad, una breve autobiografía. Pero nada me gustó tanto como el texto de Méndez Vides, precisándolo en fechas y acontecimientos en el mundo mientras rehace la imagen del escritor con pasajes de aventura sincera y pleno gusto por el viaje y el esplendor de los caminos del Mundo. Hay una anécdota además que me gusto mucho: cuenta Méndez Vides que en una ocasión Monteforte les contó a todos que se escapó de su casa a los catorce años, y que se fue sólo a los Estados Unidos, por tierra, escondiéndose en las cuevas que también escogían los coyotes para sobrevivir de los guardianes de las fronteras, pero lo hacía como si estuviera creando ficción, con magia, porque la sorpresa se la llevó el mismo Méndez Vides cuando presentó su texto sobre éstas memorias y alguien había escrito otro texto en el que desmentía todo ese cuento, porque Monteforte se había ido con su padre por otro motivos que poco tenían que ver con la verdadera aventura. Esa noche conocí a muchos de sus amigos. Una de esas personas fue Regina de Toledo, quien me contó que ella y su esposo había sido como los padres postreros de Mario (cosa que me hizo mucha gracia); y cuando le pregunté sobre lo más trascendental del escritor, me contó que Monteforte, ya en el final de su vida, había aceptado a Dios, y de cómo fueron vertiendo sus cenizas en el hermoso lago de Atitlán y de cómo había recibido una señal de la salvación de Monteforte por medio de la poesía del espíritu y la música, y me habló también de las primeras visitas del joven poeta Alan Mills y de cómo Monteforte perdía las llaves del carro por vivir en su mundo aparte llenó de imágenes que se le iban volviendo, inevitablemente, más vivas y sagradas que las cotidianas.
Ya al salir platicamos un momento con el escritor Max Araujo y Gerardo Guinea Diez y me recomendaron unos libros, yo ya sabía cual buscar de Monteforte, Unas vísperas muy largas, iba a ser un texto que compraría con el primer pago de mi quincena.
Le pregunté a Javier Payeras, que me dio oportunidad:
- Mira vos Javier, y de verdad te gusta el Pop.
- Si –me dijo, y sacó un cuaderno que llevaba debajo del brazo y yo creí, le puse atención, a la portada del cuaderno, cuando levanta la portada y veo, otra portada diferente: The Cure Greatest Hits, luces y parafernalia en las manos de un músico como Robert Smith.
- Si, a huevos –le respondí riéndome, entendiendo el asunto. Luego me invitaron Al Bar de Poncho, yo no sabía quién era Poncho hasta que lo vi con su sonrisa bonachona. Ya lo conocía.
He querido recoger acá, guardar acá, las imperceptibles volutas que flotaron en esas horas. Nunca estaré satisfecho de cómo meto palabras en éste espacio nebuloso, pero estoy conciente, que la otra forma de completar una frase está, quizás, completamente en la imaginación de los que leen. Saludos, tengo que ir por el pan ahora, hasta luego.
- Usted es Monteforte –le pregunté reiterándolo.
- Si –me respondió, sin detenerse.
- Mire, leí un cuento suyo que me gusto mucho, se llama Los Exiliados –le dije, emocionado, era la primera vez que lo veía en persona y su cuento me había gustado verdaderamente, y tenía que comentarle, o quizás preguntarle, porqué el final era tan abrupto y no tenía aparente continuidad.
- ¿Dónde lo compraste? –me preguntó, fuera de toda lógica.
- Allá arriba –señale Piedra Santa.
- ¿En dónde lo leíste? –me preguntó con su vozarrón de general.
- En mi casa, le respondí –y estuve a punto de contarle sobre el espacio especial que tengo para leer, cuando se detuvo, me dio la mano y se marchó.
- Mucho gusto, alcance a decirle –y pensé que le había molestado algo.
Subí las gradas mecánicamente. Las gradas eléctricas eran lentísimas, y recordé que iba hacía Artemis. Entonces bajé de nuevo, y lo vi regresar también, y subir las escaleras eléctricas. No me atreví a volverlo a saludar, porque me brotó una sonrisa tonta.
Esperé mucho tiempo, para conocerlo realmente la noche del jueves 23 en el Centro Español. La presentación estuvo a cargo de Max Araujo, Méndez Vides y Perdomo. Max hizo una breve representación con la lectura de un prólogo escrita por Mario Monteforte, en la que cuenta todo sobre sus novelas y libros de cuentos, intimidades, rasgos de su personalidad, una breve autobiografía. Pero nada me gustó tanto como el texto de Méndez Vides, precisándolo en fechas y acontecimientos en el mundo mientras rehace la imagen del escritor con pasajes de aventura sincera y pleno gusto por el viaje y el esplendor de los caminos del Mundo. Hay una anécdota además que me gusto mucho: cuenta Méndez Vides que en una ocasión Monteforte les contó a todos que se escapó de su casa a los catorce años, y que se fue sólo a los Estados Unidos, por tierra, escondiéndose en las cuevas que también escogían los coyotes para sobrevivir de los guardianes de las fronteras, pero lo hacía como si estuviera creando ficción, con magia, porque la sorpresa se la llevó el mismo Méndez Vides cuando presentó su texto sobre éstas memorias y alguien había escrito otro texto en el que desmentía todo ese cuento, porque Monteforte se había ido con su padre por otro motivos que poco tenían que ver con la verdadera aventura. Esa noche conocí a muchos de sus amigos. Una de esas personas fue Regina de Toledo, quien me contó que ella y su esposo había sido como los padres postreros de Mario (cosa que me hizo mucha gracia); y cuando le pregunté sobre lo más trascendental del escritor, me contó que Monteforte, ya en el final de su vida, había aceptado a Dios, y de cómo fueron vertiendo sus cenizas en el hermoso lago de Atitlán y de cómo había recibido una señal de la salvación de Monteforte por medio de la poesía del espíritu y la música, y me habló también de las primeras visitas del joven poeta Alan Mills y de cómo Monteforte perdía las llaves del carro por vivir en su mundo aparte llenó de imágenes que se le iban volviendo, inevitablemente, más vivas y sagradas que las cotidianas.
Ya al salir platicamos un momento con el escritor Max Araujo y Gerardo Guinea Diez y me recomendaron unos libros, yo ya sabía cual buscar de Monteforte, Unas vísperas muy largas, iba a ser un texto que compraría con el primer pago de mi quincena.
Le pregunté a Javier Payeras, que me dio oportunidad:
- Mira vos Javier, y de verdad te gusta el Pop.
- Si –me dijo, y sacó un cuaderno que llevaba debajo del brazo y yo creí, le puse atención, a la portada del cuaderno, cuando levanta la portada y veo, otra portada diferente: The Cure Greatest Hits, luces y parafernalia en las manos de un músico como Robert Smith.
- Si, a huevos –le respondí riéndome, entendiendo el asunto. Luego me invitaron Al Bar de Poncho, yo no sabía quién era Poncho hasta que lo vi con su sonrisa bonachona. Ya lo conocía.
He querido recoger acá, guardar acá, las imperceptibles volutas que flotaron en esas horas. Nunca estaré satisfecho de cómo meto palabras en éste espacio nebuloso, pero estoy conciente, que la otra forma de completar una frase está, quizás, completamente en la imaginación de los que leen. Saludos, tengo que ir por el pan ahora, hasta luego.
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