La conocí por una broma que a cualquiera hubiera disgustado y hasta pudiese pensar en algo desagradable. Era algo tan absurdo que tenía que reírse. Nos habíamos visto por más de dos horas de una mesa a otra. Me había dado cuenta que estaba con sus amigos y ella jugaba con una cajetilla de Marlboros y que luego dio forma de hombre y se la puso en el escote y me sonrió. Era una morena alta, de un color canela, ojos aconejados y el pelo largo; llevaba puesto un vestido negro que le tallaba en la cintura y unas pulseras de plata que la hacían ver tahitiana como en los cuadros de Gaugin. Me fascino, tanto, que yo siendo tímido, busqué la forma desesperadamente de hablarle; nunca había sentido con tanta fuerza un solo deseo.
Cuando ella me sonrió, caminé tras ella y la esperé en la puerta del cuarto de baño. Al salir, me vio allí parado, temblando de ansiedad y le dije que era linda, una lindura, preciosa. Le tomé del rostro y sentí su perfume. Ella me tomó las manos tiernamente y me preguntó, con un guiño, que si era cierto lo que le decía, y le dije que si, extasiado. Me dejó su teléfono y nos vimos una tarde en una tienda de la zona Viva. No olvido que llegó con un impermeable amarillo y en sandalias. Nos tomamos un litro de cerveza y platicamos. Yo le había escrito un poema. Era un poema de dos caras en una sola hoja. Hablaba de la cajetilla de cigarros, su escote, los ojos le brillaron y me dijo que si podía ir a su casa. Recuerdo que le dije que si, sin saber donde vivía, y le dije que si, sin saber si vivía con alguien o qué pretendía. Cruzamos las calles de la zona diez en dirección al hospital Herrera Gerandi y su perfume era devastador. Compramos algo más de cerveza y llegamos a una casa mal cuidada de dos niveles en la más quieta colonia. Subimos al segundo piso por unas graditas tupidas de líquenes y marcas de lluvia. El apartamento era amplio, tenía una cama grande sobre una alfombra persa, una mesa de noche en la que estaba su fotografía, una computadora en una esquina y bajo la ventana un sofá rojo. Atrás estaba su ducha y el sanitario, y un gran sitio demolido, donde la dueña quería extender y remodelar.
Nos bebimos un vaso de cerveza y pude verla. Llevaba una falda con motivos caribeños y sandalias, una blusa de algodón teñido y unos sencillos aretes de corteza de coco. Nos besamos acariciándonos. Le toqué los pechos y salto a un lado de la cama y me dijo que en la primera cita no.
Esa noche pagué un taxi y me llevé su perfume. Era un día lunes y me perdí imaginándola.
Mi trabajo era diseñar. Trabajaba a unas cuantas cuadras de casa de Iveth. Ella me contó que estudiaba medicina en la Universidad Francisco Marroquín, pero nunca me hubiera imaginado la forma en la que estudiaba. Era muy disciplinada, tanto que no dormía y por eso el haberme conocido era para ella un break, como luego me dijo.
Ese fin de semana fue lo mejor que le pueda pasar a alguien. Fuimos a su casa y nos besamos por fin, sobre la cama. Me pidió que me quedara toda la noche. Yo le quite la ropa, pero ella no dejó que siguiera aunque estaba sudando y tenía el corazón a mil. Me dijo “yo soy de un pueblo que se llama Melchor, en Peten”, y era la pura verdad, la gente de costa lleva un sol adentro. En el cuarto de Iveth había un calor especial, y en ocasiones debía poner el ventilador para no sofocarse con su propio calor. En esa ocasión la besé toda y le intente quitar el calzoncito de encajes con la lengua pero no se dejaba, era como si lo pensara mucho. Ella me pedía que mejor después. Un mes duro nuestro amor, y fue intenso. Al otro día si le quité el calzoncito y le hice sexo oral oyendo Disco Eterno de Soda Estereo. Estábamos un poco tomados y yo derramé cerveza en su ombligo y le dije que ahora si iba a tomar en la copa que merecía todo hombre. Cuando la desnude por completo salió de ella un olor a hormiga, no sé describirlo de otra forma, es un olor dulce pero selvático, un olor a pueblo secreto como ella dijo, un olor a pequeña ciudad y a gente lejana, era ella la mujer que al otro día se me montó y me dio un beso. Hacíamos el amor de madrugada y luego saltaba a sus libros a estudiar. Me decía que no me levantara que siguiera durmiendo, me daba comida en la boca y le gustaba rasurarme la cabeza.
Pero la perdí por macho. La engañé, porque pensé que ella me engañaba cada vez que regresaba a Peten los fines de semana, pero estaba equivocado, ella me quería, lo supe porque al despedirse vi que le dolía decirme adios.
Luego vendría todo lo demás por lo que una pareja termina y se olvida. Pero en el mes apresurado en el que vivimos nuestro affair, todo fue placer. No olvido una noche que fumamos marihuana y luego hicimos el amor como reyes, y al final, en el silencio, ella empezó a contarme todos sus miedos, y eran tantos. Recuerdo una tarde de sábado que fuimos al mejor restaurante y no nos dio la gana comer en la mesa y nos fuimos a las gradas con nuestras bandejas, ella iba descalza saltando entre los charcos de luz y yo abrazado a su cintura como un naufrago. Un señor me llamó a su mesa y me felicitó por andar con una mujer más alta que yo.
Recordé muchísimo los cuadros de Gaugin en toda nuestra relación, y por alguna razón ella sabía eso y muchas veces se desnudaba sólo para que la viera y la memorizara. No sé que pueda haber más allá del placer completo, talvez la muerte, u otra vida mejor, yo creo que viví con esa mujer una temporada en el cielo.
Guatemala 6/06/09
Lester Oliveros Ramírez.
Cuando ella me sonrió, caminé tras ella y la esperé en la puerta del cuarto de baño. Al salir, me vio allí parado, temblando de ansiedad y le dije que era linda, una lindura, preciosa. Le tomé del rostro y sentí su perfume. Ella me tomó las manos tiernamente y me preguntó, con un guiño, que si era cierto lo que le decía, y le dije que si, extasiado. Me dejó su teléfono y nos vimos una tarde en una tienda de la zona Viva. No olvido que llegó con un impermeable amarillo y en sandalias. Nos tomamos un litro de cerveza y platicamos. Yo le había escrito un poema. Era un poema de dos caras en una sola hoja. Hablaba de la cajetilla de cigarros, su escote, los ojos le brillaron y me dijo que si podía ir a su casa. Recuerdo que le dije que si, sin saber donde vivía, y le dije que si, sin saber si vivía con alguien o qué pretendía. Cruzamos las calles de la zona diez en dirección al hospital Herrera Gerandi y su perfume era devastador. Compramos algo más de cerveza y llegamos a una casa mal cuidada de dos niveles en la más quieta colonia. Subimos al segundo piso por unas graditas tupidas de líquenes y marcas de lluvia. El apartamento era amplio, tenía una cama grande sobre una alfombra persa, una mesa de noche en la que estaba su fotografía, una computadora en una esquina y bajo la ventana un sofá rojo. Atrás estaba su ducha y el sanitario, y un gran sitio demolido, donde la dueña quería extender y remodelar.
Nos bebimos un vaso de cerveza y pude verla. Llevaba una falda con motivos caribeños y sandalias, una blusa de algodón teñido y unos sencillos aretes de corteza de coco. Nos besamos acariciándonos. Le toqué los pechos y salto a un lado de la cama y me dijo que en la primera cita no.
Esa noche pagué un taxi y me llevé su perfume. Era un día lunes y me perdí imaginándola.
Mi trabajo era diseñar. Trabajaba a unas cuantas cuadras de casa de Iveth. Ella me contó que estudiaba medicina en la Universidad Francisco Marroquín, pero nunca me hubiera imaginado la forma en la que estudiaba. Era muy disciplinada, tanto que no dormía y por eso el haberme conocido era para ella un break, como luego me dijo.
Ese fin de semana fue lo mejor que le pueda pasar a alguien. Fuimos a su casa y nos besamos por fin, sobre la cama. Me pidió que me quedara toda la noche. Yo le quite la ropa, pero ella no dejó que siguiera aunque estaba sudando y tenía el corazón a mil. Me dijo “yo soy de un pueblo que se llama Melchor, en Peten”, y era la pura verdad, la gente de costa lleva un sol adentro. En el cuarto de Iveth había un calor especial, y en ocasiones debía poner el ventilador para no sofocarse con su propio calor. En esa ocasión la besé toda y le intente quitar el calzoncito de encajes con la lengua pero no se dejaba, era como si lo pensara mucho. Ella me pedía que mejor después. Un mes duro nuestro amor, y fue intenso. Al otro día si le quité el calzoncito y le hice sexo oral oyendo Disco Eterno de Soda Estereo. Estábamos un poco tomados y yo derramé cerveza en su ombligo y le dije que ahora si iba a tomar en la copa que merecía todo hombre. Cuando la desnude por completo salió de ella un olor a hormiga, no sé describirlo de otra forma, es un olor dulce pero selvático, un olor a pueblo secreto como ella dijo, un olor a pequeña ciudad y a gente lejana, era ella la mujer que al otro día se me montó y me dio un beso. Hacíamos el amor de madrugada y luego saltaba a sus libros a estudiar. Me decía que no me levantara que siguiera durmiendo, me daba comida en la boca y le gustaba rasurarme la cabeza.
Pero la perdí por macho. La engañé, porque pensé que ella me engañaba cada vez que regresaba a Peten los fines de semana, pero estaba equivocado, ella me quería, lo supe porque al despedirse vi que le dolía decirme adios.
Luego vendría todo lo demás por lo que una pareja termina y se olvida. Pero en el mes apresurado en el que vivimos nuestro affair, todo fue placer. No olvido una noche que fumamos marihuana y luego hicimos el amor como reyes, y al final, en el silencio, ella empezó a contarme todos sus miedos, y eran tantos. Recuerdo una tarde de sábado que fuimos al mejor restaurante y no nos dio la gana comer en la mesa y nos fuimos a las gradas con nuestras bandejas, ella iba descalza saltando entre los charcos de luz y yo abrazado a su cintura como un naufrago. Un señor me llamó a su mesa y me felicitó por andar con una mujer más alta que yo.
Recordé muchísimo los cuadros de Gaugin en toda nuestra relación, y por alguna razón ella sabía eso y muchas veces se desnudaba sólo para que la viera y la memorizara. No sé que pueda haber más allá del placer completo, talvez la muerte, u otra vida mejor, yo creo que viví con esa mujer una temporada en el cielo.
Guatemala 6/06/09
Lester Oliveros Ramírez.
5 comentarios:
Que romance tan lindo, que bueno que te dejo lindos recuerdos. ¡Y felicidades por andar con una mujer mas alta que tu! ;o)
alucinantes recuerdos! jeje
Saludos! Como diria Sabina, "no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamas sucedió". Lo extendería así: para el escritor, cada experiencia debe empaparse del dejo de fantasía que le brinda la nostalgia, como si fuese el preambulo y ensayo que la ficción a la prosa le empapa de lo vivido, y por ello no hay nostalgia mejor que perpetuar en lo escrito el fantasma de lo que ha sido, pues así es y será por siempre. Gracias por compartir con todos lo que escribes, pues es eternidad.
Maravilloso compadre,
Buen timming, buena descriptiva, fluidez enamoradiza y precisa; sin nada de excesos narrativos...
Además... linda historia, linda mujer, lindo recuerdo...
Un abrazo, P.
Miss Trudy: Gracias por leerme. Me gusta su blog.
MCantoral: Mano, yo creo que me pele!..jajaja, pero la realidad puede ser leída también como un sueño.
JRJP:Interesante apreciación, saludos siempre.
PB: Ese si es honor Bromo, que le haya gustado, he leído siempre su blog y tambien es una locura elegantisima la que usted inventa. El timing, la descripción, creo que se me fueron de las manos, no es como cuando uno inventa.
Gracias mucha, nos seguimos envenenando de ternuras.
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