Paredes pintarrajeadas, frases sicalípticas a lápiz o tinta,
trazos magistrales que podrían cambiar de hoy a mañana, eso era Las Verapaces,
ese tipo de tienda hibrida entre restaurante y cantina, con la consternación de
haberse vuelto un poco conocida, años atrás, por ser parte de la Bienal de arte
Paiz. Allí conocí a Renacho Melgar, artista salvadoreño, lector, poeta y por
esas horas, alegre bebedor de cerveza. Platicamos entre el ruido y las
botellas, entre las canciones de la rockola y me describió sobre lo que estaba
haciendo en Casa Cervantes, un mural mándala, como luego pude ver.
Después
de mucho caminar. Después de mucho vivir. Después de mucho mirar, el ojo
aprende a desenvolverse, a recrear su mundo fragmentado. En el caso de Renacho
Melgar, artista salvadoreño, el mundo se rompe en esquirlas para armarse de
nuevo en fragmentos, manteniendo esa metáfora y signo del presente. Ya lo
expuso Andreas Huyssen en su libro El
mapa de lo postmoderno, el cataclismo general, esa crisis que ellos llaman
la nueva frontera, la deconstrucción vital del mundo, la ruina de los valores,
evolución de las ideas, formas y caracteres para recrear un poco el presente
derribado. Pero Renacho Melgar no hace
al presente glacial, sino lo pinta de
una forma rebelde pero festiva, con esa insurrección natural de las raíces,
hojas y frutos que siempre ha sido un impulso de la vida. Es una hojarasca
caleidoscópica deconstructiva, pero bailable, armónica. Seduce su construcción
y desplazamientos.
El arte latinoamericano luego de
sus guerras internas, sus conflictos sociales, sus problemas económicos, ha
sido un poco esquivo con las masas, por decirlo de alguna forma menos brutal.
Su urgencia, su voz, en algunos casos ha transgredido la élite y renacido de
los grandes asentamientos, en las calles, en los cuerpos, bajo el concreto. Es
un arte que nace de una herida, de una grieta de cristal o espejo roto, somos
todavía un reflejo fragmentado, nos vamos armando como un fino y ágil
rompecabezas. Así pues al ver los
murales y lienzos de Renacho y sus propuestas urbanas, oigo un canto de lucha a
través de su flow gráfico.
Renacho
Melgar empezó pintando portones, carretas de vendedores ambulantes, puertas de
lámina en casas humildes, grandes murales en paredones envejecidos, todo esto
para llevar ese arte, ese talento a la comunidad y obsequiar la vida, compartir
la pintura. El pincel reclama otros lienzos más dinámicos y se ha vuelto a
pintar cuerpos de mujeres en algo que yo no llamaría bodypaint tan fácilmente, ya que en algunos casos el
cuerpo ya tiene el mapa y su tesoro.
En
esta exposición el artista nos presenta varios dibujos recientes inspirados en
las calles de Guatemala, país en el que ahora es residente. Es como si un hilo conductor, bastante jazz,
uniera cada uno de los retratos, bocetos y rostros. Las calles de una ciudad
maldita surgen en los tatuajes de mujeres y hombres, con la señal inequívoca de
Caín, con las líneas y sombras, blanco y negro, pero con la el himno sucio del
hambre, las botellas rotas, las banquetas, los desnudos cuerpos lacerados por
la tinta. Según lo que ya hemos dicho, la tinta sobre todo, y el hilo que como
en un collar de fragmentos urbanos, todo lo une.